Capítulo 23

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Un mes había pasado desde el primer beso entre ambos, y Solarte estaba estupefacto del tiempo y su clara preferencia por recorrer en épocas del amor. El gran día ya se instauraba con un plan que había sido conservado desde la inauguración de los afectos compartidos, porque Solarte ahorraba sus depósitos con un cuidado quirúrgico para la hechura del momento indicado.

Había reservado un lujoso hotel para la noche, el restaurante matutino más gustoso según las recomendaciones y un paseo mañanero por los suburbios de la ciudad en transporte de calidad. Era la hora de la verdad y Solarte estaba dispuesto a sacar buenas noticias a como diera lugar.

La jornada era soleada, las nubes exactas y el viento solo brisaba los cabellos con delicadeza. Todo estaba reservado para un día imborrable. Solarte esperaba ansioso y vestido con una formalidad lírica mientras estaba sentado en un rincón del andén con un ramo de flores en la mano.

A la distancia, observó el recorrido de Jazmín viniendo hacia él, con una sonrisa de gratificación que era capaz de empalagar de amor a quien quisiera. Jazmín estaba sencilla, pero bonita, además de estar con un bolso a sus espaldas que parecía no llevar gran cosa, pero que contenía todas las herramientas indispensables en el escenario pactado para la hora nocturna. Solarte se irguió del suelo y fue a su encuentro. El conductor ya estaba listo junto a los demás preparativos.

—Llegaste —dijo Solarte, sincero y cordial.

Jazmín no respondió, ya que solo le miró con el nerviosismo de saber lo que se venía. Sus sentimientos eran de temor y complacencia, de intriga junto con ternura. Sin embargo, después de haber creado el silencio, aprovechó un descuido de la atención de Solarte para darle un beso en la mejilla, con un remate de interés y picardía. Solarte le devolvió el cariño con un semblante de regodeo y placidez, entendiendo que Jazmín estaba dispuesta.

(...)

La mañana había distado de una belleza singular, pues ambos fueron turistas de una ciudad que vivían por trabajo y costumbre. Visitaron lugares que nunca habían conocido, tomaron bebidas achocolatadas en el parque y degustaron de la persistente iniciativa de los vendedores que soñaban con desligarse de aquello que les fue traspasado a mal precio.

Entre los dos la complicidad era química, pero al mismo tiempo, ponderada a la sensatez. Jazmín, a pesar de ser casi quince años más joven que Solarte, mostraba una madurez envidiable para cualquier mortal, y eso le encantaba al mismo Solarte, obteniendo otro rasgo totalmente distintivo para sumar y querer de ella.

Solarte reconocía que estaba haciendo las cosas con orden, y no solo desde el ámbito de la planificación, sino en los asuntos internos del alma. Porque al igual que Jazmín, se lo estaba tomando con una calma muy especial y diferente.

Mientras seguían en sus andanzas, ninguno dejaba de pensar en cómo sería la noche, en cómo podría advertirse el choque de sus corazones, porque se soñaban montados en la piel del otro, embebecidos de mar romántico y un goteo insaciable, muy persistente al sueño de la humedad. Pero se debían tiempo, horas que se estaban estirando hasta el momento crucial, no podían estancarse por mucho más.

Los minutos también daban un recital, pues se exprimían rápidamente con excelencia para enmarcar, porque en menos de lo que pudieron darse cuenta, el sol se había desaparecido como magia descubierta, y aunque todavía faltaba para la noche, fueron dispuestos a prepararse para la velada.

El restaurante reservado yacía en la zona céntrica, en el perímetro más exclusivo de la ciudad. El transporte había cumplido el objetivo de traerlos hacia la entrada y ahora el resto dependía de ambos. La pregunta era si la situación iba a concluir en el hotel o en un amargo regreso a la residencia.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora