Capítulo 9

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Jazmín Estrella era la madrina de la boda. Joven humilde y de apariencia saludable. Era una mujer de corazón inmenso y entregado al necesitado. Dura en el trato hacia los malos y amable para las almas contritas. En aquel día de bombos y platillos, como si el destino le reestructurara el siguiente paso a seguir, denotó a ese caballero de estirpe altiva, pero de energía tenue y borrosa en una patética esquina. Comprendió que era un asistente inesperado y fue hacia su comparecencia.

Sin embargo, cuando observó su risa, algo le hizo un corto circuito en un espacio que no podía describir con elocuencia, y se vio imantada a preguntarle sobre aquella situación tan desconcertante, renuente y frívola.

Solarte fue cumplido con ella desde el comienzo, sin mostrarse grosero, y esto llamó más la atención de Jazmín, que nacía presa de una corazonada de irregularidades. Supo que debía entablar una amistad en cuanto le fuera posible.

—¿Por qué no cuenta su historia? —Jazmín le observaba de pies a cabeza, pronta como gacela y su piel empezaba a latir de curiosidad. Estaba extrañada por su sentir.

—Nadie lograría entenderla porque ya la he dicho bastantes veces, eso lo confirmé hace unos días. Ahora me resigno a morir en silencio —aceptó con angustia e intentó darle una bebida a su champagne, pero se detuvo a mitad de camino al escucharla.

—Yo lo haría, estoy segura.

—¿Qué la hace pensar que podría escuchar un corazón herido? —volvió a bajar el trago por defecto. Se le secó la garganta y conversó entrecortado—. ¿Es médica? ¿Está haciendo un voluntariado? ¿O acaso quiere probarme?

—No, pero sé que debo escucharlo.

—¿Cree en Dios?

—Es mi vida —le sonrió, y Solarte descubrió un brillo particular en esos ojos crepusculares. También sintió en ese preciso momento, un halo de incertidumbre. Nada era accidental; todo era válido, eso siempre lo pensaba.

—Entonces, prepárese para escuchar. Si no se cansa, claro está.

—Tengo una hora antes de que llegue la novia, si es más tiempo tendremos que posponerlo para otro momento, pero estoy dispuesta.

—Tomará menos de lo que cree, se lo aseguro.

(...)

Cuando James llegó, terminó relegado y pasando casi toda la noche en soledad, pues su amigo estaba ofreciendo un espectacular relato con lujo de detalles ante aquella mujer de caritativa sumisión y entendimiento, ningún verso la sorprendía ni hacía crear en ella sentimientos prejuiciosos en su contra, mas al contrario, sintió un fervoroso deseo de entrelazar un abrazo consolador, pero desistió por la formalidad de apenas conocerse. Estaban en una de las mesas de afuera del salón, tomando vino blanco y extinguiendo el hambre a base de aperitivos de pollo y maíz.

—¿Y qué le parece? ¿Cree que ha sido justa mi posición? ¿He sido alguien perverso?

Jazmín se quedó en súbito estado, y el corazón le profesaba que debía ser correspondiente con urgencia. Nunca se imaginó una historia tan inadmisible en la verdad de un corazón que conocía lo tedioso de esperar hasta el cansancio. También concibió el golpe de una rara fortuna al cuerpo, pues sintió que tropezó con algo invaluable.

—No he conocido un hombre como usted. Creo firmemente que su forma de amar sobrepasa a los estándares de otros caballeros. Pero a opinión personal, le pregunto: ¿Por qué cree que falló en su amor? Porque escuchándole parece que hay algo que obviara de todo lo que dijo. No quisiera propasarme, pero nadie es tan perfecto como lo hace al contarse.

—Estoy de acuerdo —aceptó satisfecho—. Por eso, he querido buscar una mujer que sepa conocerme bien y entender mis errores. Creo que estaría mal buscar ayuda desde mi rompimiento con el objetivo de encontrar otro amor, pero tampoco puedo medir mis imperfecciones sin la práctica. Quiero probarme para ver hasta donde llego.

—Hay muchas mujeres que se morirían por alguien así, y me incluyo. Pero conociendo lo que dice... cualquier persona terminaría herida y no quisiera que se ganara un... —desvió la mirada.

—¡Lo sé! ¡Eso lo sé! —expresó un tanto airado, luego se sopesó. Jazmín terminó petrificada—: Solo quisiera amar o sentir algo verdadero. Todos en el fondo queremos eso. Y como creo que nunca tuve eso y todo fue una ilusión, estoy arruinado. No sirvo para llorar, tampoco para lamentarme... ya sabe, a los hombres que amamos nos cuesta mucho superar las cosas.

—No creo que deba... —Los invitados y demás personajes de la boda empezaron a aplaudir con estrépito. La novia había llegado y Jazmín volteaba con agitación—. ¡Oh, lo siento! ¡Debo irme! ¿Podríamos hablar después? ¿Tiene tiempo libre? —Se había afirmado, estirando el vestido por los bordes y arreglando sus cabellos con ansiedad.

—Sí. ¿Tiene número?

—Aquí está.

Como si lo hubiera traído preparado de antemano, Jazmín sacó de un espacio oculto del brazo, un papel que traía, y se lo entregó. Solarte se atendió a la sorpresa. Dio una sonrisa por respuesta, y no expresó más. Todavía estaba en los terrenos del limbo, absorto en la voluntad del quebrantado.

—Hablaremos hasta entonces —reiteró Jazmín, retirándose con el afán de comenzar su apretada jornada como encargada del casamiento.

(...)

Solarte pasó inadvertido el resto de la noche, perteneciente a un escenario que no le reconocía con el valor que se auguraba, solo estuvo observando de extremo a extremo, buscando entretenerse con el choque de una silueta frondosa, e intentando deleitarse su oído con una canción que no le reprimiera una nostalgia a base de recuerdos.

—Puede besar a la novia —finalizó el sacerdote. Los recién casados se besaban con pasión y orden, mientras el novio envolvía a su mujer en un fulgurante abrazo que parecía un trazo de óleo detallado.

Solarte respiró con holgura al observar aquello, y percibía como al devolver el aire de sus pulmones, algunas de sus piezas rotas y desmanteladas, se zarandeaban como desperdicios que estorbaban en los confines de su alma.

—¿Qué piensas? —le dijo James, que volvía a incorporase en cercanía mientras sostenía un bocado de pasas y alpiste. Tenía la cámara en la otra mano, era el fotógrafo de la noche.

—¿Cuánto crees que duren? —expresó desentendido, pero lastimado.

—Si tienen suerte... —Tomo una foto mientras masticaba las pasas—. 20 años.

—Entonces, ¿La tuve? ¿Fui afortunado? —expresó refiriéndose a su relación. Y en un chispazo, recordó las maravillas de su décimo aniversario. James lo había malogrado.

—Lo siento Juancho, no era mi intención... —cerró los ojos con la rabia del imprudente, y volvió a configurar nuevas fotos. Solarte, protagonizando el abandono de su mando, nuevamente se silenció en lo que quedaba de celebración, porque se le había activado en la cabeza, como si fuera un botón de encender y apagar, el restante de los indeseables "sublimes recuerdos" de su antiguo amor. Y al comenzar la tortura del feliz pasado, a Solarte, se le olvidó casi por completo lo vivido en la boda, por culpa del tremendo desfalco que se gestionó con excelencia.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora