Capítulo 36

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Al darse avance en medio del gentío, Solarte volvió a descubrir las calles, que eran tan iguales entre sí, como unos espejos viéndose frente a frente. La noche estaba más fresca que el día, pero la oscuridad impactaba muchísimo más que el día de los tribunales.

En realidad, el estado de su negrura era mental, pues Solarte había decidido procurar una solución que amenizara sus días al gozo de reconocer que estaba haciendo algo para el propósito de su vida.

Con la empresa en el olvido y su mejor amigo y padre muertos, sumado al consciente evento de saber que engañaba a Jazmín como una chiquilla con la promesa de regalarle un dulce, el divorcio finalmente pasaba a ser una pequeña razón del motivo capital de su desgracia, pero que no podía dejar de lado, porque siempre sería un hecho trascendente.

Solarte iba en destino a ninguna parte, pero con el trazo desarrollado en la bóveda de su cabeza, sobre un lugar al que deseaba visitar desde hace tiempo. Antes iba al hospital o a la casa de James por la amistad, inclusive al bufete por el trabajo y sus empleados, pero ninguno de esos lugares deseaba, porque fue de nuevo a su antiguo hogar, el recinto donde formalizó más de treinta años de existencia.

Estaba tal cual como la última vez que lo visitó y vio desde fuera: completamente desolado y huérfano, empolvorado desde el piso hasta las paredes por la acumulación de las hojas del otoño y el sereno de la madrugada. El óxido impregnado se había comido casi todas las barras de la entrada y el flujo eléctrico había sido cortado por insuficiencia de pago. La acentuación de los aspectos negativos se había elevado significativamente, y a Solarte, le pesó en el corazón identificar que el sitio que ambientó por muchos años la hospitalidad y prosperidad de una pareja, estaba reducido a un palacio abandonado, sin reyes ni compañeros de ninguna clase.

Pronto se apareció para saludarlo aquel vecino del sector que lo había estado observando ese día que estuvo preguntando por la casa.

—Caballero, ¿cómo le va? Tiempo sin verle, veo que quiere esta casa como pocos.

—Sí, está en lo correcto.

—¿Por qué no la compra? —le dijo dándole una ojeada de lado a lado, porque a pesar de estar tan desolada, la mayoría sabía que era una casa espectacular.

—La verdad es mía, pero sigo aquí porque me trae recuerdos. No la habito por problemas personales.

—Oh, entiendo... disculpe si fui grosero con mis palabras.

—Para nada, no se preocupe.

Atrás de Solarte, a menos de cien metros de distancia, estaba Jazmín ubicada en una tiendecita de bebidas como lobo de caza, intentando hallar la revelación necesaria para observar si tenía a alguien. Lo increíble de Jazmín, era que reconocía de Solarte sus estadías en territorios con damas de una noche, y a pesar de que le afectara, era llevadero para su espíritu; sin embargo, quería descubrir si tenía una mujer en su corazón, ya que, si él estaba entregado a una sola, Jazmín entendía que era imposible ganar algún día el favor de su corazón.

Solarte estuvo a punto de entrar, pero algo le detuvo. Una fuerza indivisible, un fulgor interno que no supo descifrar con exactitud, y pronto se giró para devolverse. Jazmín se alarmó con desespero, porque sabría que en el regreso la vería estando ahí.

Pero de repente, sucedió algo impensado. Porque justo cuando Jazmín se disponía a salir de la tienda, se vislumbró en la acera de la otra calle a una mujer de un físico reconocido para la visión de Solarte, que no consideraba a lo que veían sus ojos con reiteración. Era Julieta, la misma de ilustre lozanía y falda de complacencia, acicalada ahora en una blusa empeñada, con los pantalones rasgados y el rostro opaco, adversa al brillo de la felicidad. Pero aun para Solarte seguía conservando un porte de tentación y unas piernas que invitaban a pecar hasta al más difícil de los hombres.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora