A finales de los ochenta, un joven Solarte recién graduado con honores de la universidad, había decidido abrir su propio negocio. Comenzando desde abajo, tuvo que atender pedidos al aire libre con una simple mesa de cocina y una libreta desgastada en la mayoría de sus pliegues. Los primeros años fueron difíciles, pero después el éxito le alcanzó por la autoridad de la perseverancia, y la construcción de aquel lugar de increíbles dividendos, se fue situando a una revelación de la excelencia.
Pronto gestionó un grupo de trabajo que también fue creciendo. Llegó a tener más de quince empleados (sumando a contratistas y bedeles), sin embargo, en los últimos años había reducido el número para incrementar sus ganancias.
Era amable, apuesto, considerado y recogido. Tenía una visión espectacular de resumen, y su forma de vivir era envidiable y consistente, no tenía vicios de circunspección y tampoco derrochaba dinero mal habido.
No obstante, sabía que le faltaba mujer, y aunque no era el hombre más eficiente para calificarse como esposo, reconocía que entregaría hasta lo que no tuviera a quien fuera la persona correcta.
Verónica Espinoza era la mujer predilecta a ser llamada un signo de adoración perpetuo, porque estaba hecha para el estilo de Solarte, ya que era entregada al hogar, soñadora incansable y una amante de la vida desde el color y la vanguardia. Retenía un cuerpo maravilloso, unos cabellos suntuosos, elegantes, y un rostro que era de reina con ojos de esmeralda. Cuando Solarte la conoció por primera vez, supo que debía ser como mínimo su esposa por el tiempo que le fuera dado en la tierra.
Se conocieron en un bingo por unos amigos en común, en un lugar donde nada extraordinario podía acaecer, pero cuando se vieron desde la óptica de sus retinas, ambos se aglutinaron en la galáctica estación de los universos de otra constelación. Todos pensaron que era un amorío de una noche, pero aquella les bastó para saber que se querían para siempre desde su carne, espíritu y fondo del corazón.
Casi treinta años de matrimonio con momentos difíciles, luchas insondables que fueron olvidadas por caricias, un variado convite de caídas, bancarrotas de mierda, derrotas de índole moral y sublime, que fueron en total para ellos, como tres años de imposible definición y sufrimiento. Pero aquel décimo segmentario del dolor no era comparable al perdurable reconteo de su felicidad, pues no sabían del tiempo ni reaccionaban ante él, porque no registraban que hacían parte de una misión maravillosa.
Sin embargo, como si fuera un atentado al amor y un asalto indirecto a la valía de estar prendados, Solarte se apareció de pronto en aquella maldita noche de la mirada furtiva, y el corazón partido a la mitad, sobre la circunstancia plena del arrancamiento de su alma.
Solarte había visto a su esposa con el psicólogo de turno, como conejillos de indias que estaban rondando, bajo el experimento de darse placeres con chispas de amor y derramamiento.
Después de eso, la separación era casi inminente. En cuestión de meses, pese a los intentos de Verónica por llevar la fiesta en paz y reanudar los afectos de un matrimonio que se podía recuperar, Solarte decidió que nunca la volvería a buscar después de salir de los tribunales. Así era todo hasta el día que se la volvió a encontrar.
Solarte se había acercado mientras ella le prevenía sin quitarle los ojos de encima. Ambos eran la intensidad pasándose a la mudez, y devolviéndose al punto de partida para terminar con una mirada de sutileza. Solarte le helaba y estallaba el corazón al mismo tiempo, y no dudó en escribir los márgenes del silencio con su voz:
—Hola.
—Hola... —le respondió con amabilidad—. ¿Cómo has estado?
—Bien, mejor que ese día... ¿Y tú?
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El caótico arte de amar demasiado
General FictionJuan Solarte se divorció hace semanas de su queridísima esposa en una noche para el olvido. Hoy, luego de divagaciones mentales y llorar por tres horas seguidas, concluye encumbrar su vida hacia una decisión inexorable: amar y seguir amando para no...