Capítulo 34

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Solarte había declarado todos sus pecados al sacerdote Franz mediante una confesión, buscando exorcizar los demonios que lo hostigaban y seguían llamándole por las noches con la intención de hacer una divergencia entre sus errores y expectativas, para así abrir la brecha de viejas heridas que necesitaban ser blanqueadas con voluntad.

—Hijo, puedes ir en paz.

—Padre, ¿cree que es justo lo que hice con ella? ¿Podré merecerla?

—No lo sé, has demostrado sinceridad y arrepentimiento con tus palabras. Pero el verdadero radica en los actos, sé fuerte en tu carne y gózate en el poder del Altísimo. Él te ayudará a hacer tu mejor esfuerzo.

Solarte le había escuchado con claridad, pero le costaba bastante asimilar que Dios ponía en tan difíciles pruebas a sus hijos, en especial a los divorciados con ganas de rehacer su vida, pues siempre estaban sujetos a una libertad que en cualquier momento podía volverse un profundo estado de desolación.

Solarte hacía sus jornadas con Jazmín, sumergido en una relación que parecía un arte abstracto, pues nadie la entendía, ni siquiera él, que todo lo quería representar bajo el sello de un concepto breve. No hacían el amor desde los días anteriores a la traición, no hablaban como antes y su unión estaba pasando por un extraño rocío de monotonía.

Pero a Jazmín no parecía importarle, ya que estaba entregada a respetar los tiempos de Solarte, y esperarlo hasta que volviera a sentir la llamarada de su pasión. Ella confiaba en el Señor como un milagro y depositaba toda su fe en el porvenir, para soñar con el hermoso matrimonio que pretendía.

Solarte también la quería, pero sabía que Jazmín no la satisfacía, sin embargo, desde aquel día del engaño tampoco se había devuelto a la carne de alguien más, y pensando en eso con detalle, se le ocurrió una idea brillante:

«Debería examinar mis esfuerzos, ya que si la amo debería serle fiel. Es sencillo».

Solarte ideó un plan estrambótico que consistía en regresar al burdel para probarse. Si de nuevo se dejaba tentar por la delicia del placer, sabía que no podía amar a Jazmín. Pero si resistía con ímpetu, tal vez el casamiento podía ser un evento de grandiosas posibilidades.

Siendo así, se aventuró sin avisarle a Jazmín de su destartalada intentona de necesitado, pues en el fondo, solo buscaba las mismas excusas para solventar sus fechorías de antiguo pudiente.

El tabernáculo de la concupiscencia estaba disponible veinticuatro siete, las féminas iban y venían en danza de complacencia, y los hombres liberaban el dinero de sus posaderas para extasiarse entre bebidas amargas y pechos abarrotados de manipulación.

No obstante, Solarte se sintió un ser psicodélico al darse entrada y profesó una chiflada ofuscación que le duró casi toda la noche. Había comenzado a meditar varias disconformidades que existían con la sociedad actual, como la asquerosa influencia del dinero para comprar la energía de las almas, la falta de recursos morales y éticos para conseguir el amor, y el impudor de las mujeres para perpetrarse al acto pago.

No encontró a la exuberante Lorena porque le habían contado que estaba de viaje y no regresaba pronto, tampoco halló a la otra mujer, y aunque el número de las presentes era elevado y de fácil escogencia, Solarte de manera indiscreta no confirió impulsos sexuales que lo trasladaran a la hoguera de los compartimientos. Se había transformado en un "matapasiones", y eso se debía a las incesantes oraciones de Jazmín. O eso imaginaba, porque mientras se distraía con el vaivén de los muslos, las descomposturas, las palabras acarameladas y los rozamientos de primera intención, Solarte no percibió ni la más leve escarcha de avivamiento.

Volvió a casa con la misión completada, y aunque creyó que era un hombre fiel como lo fue con su anterior esposa, no dejó de intuir una presencia maligna que lo invitaba a desencadenarse de su mente de valores estrechos.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora