Capítulo 4

18 5 1
                                    

Al encontrarse con lo previsible, poco le importó descubrir cómo se hallaban sus guerreros de finanzas, porque tenía los ojos clavados en una persona que le sacaba de sus bondades y recogimientos.

Su grupo de trabajo en el bufete era de cuatro personas: tres hombres y una mujer que le dejaba el aliento desarticulado. Aquella mujer de constante atención en su cabeza, tenía un solo nombre, que además representaba con mucha incertidumbre.

La joven Julieta también era contadora pública, recién graduada. Una pícara arrogante llena de osadía, vanidad y placer, e incluso escandalosa en sus medidas inmorales.

Era piernona de caridades sublimes, se adornaba de cabellos oscuros con rizos y era portadora de una belleza que funcionaba para atrapar al buenmozo que pretendiera de la ciudad. Madre soltera de dos hijos, prominente y gustosa, Julieta era la apertura ideal para desenfrenarse y liberar las aguas del deseo de cualquiera.

Solarte, tiempo atrás, había sufrido en demasía por culpa de sus arrebatos. Por ejemplo, cuando estuvo casado; le acosaba, lo llamaba a horas imprudentes y siempre se desvivía proponiéndole noches de pasión y locura, al más puro estilo del jefe y la secretaria.

Sin embargo, Solarte siempre corregía, siendo un hombre impoluto, ecuánime, de intenciones incorregibles y absolutamente torpe para hacer el mal. Las malas bocas se encargaron de desprestigiarle con mañas y amenazas, pues en los tiempos que anduvo trabajando en el bufete, le atribuían su estadía con Julieta como el motivo cardinal del fracaso de su matrimonio. Pero él nunca engañó a su mujer, ni con Julieta y menos con nadie, y aunque las cosas habían cambiado en su corazón, aún se inmolaba con el pésimo recuerdo de su ex esposa.

«Por fin puedo ser libre —pensó desgarrado y necesitado—, esta mujer me volvía loco y ahora tengo mi oportunidad. De esta noche no pasa. No puedo esperar, estoy que ardo en la codicia de hacer el amor con ella», descubría afanoso, hermético y anhelante de fogosidad.

—¡Don Solarte! ¡Ha vuelto! ¿Qué le ha pasado en todo este tiempo? —preguntó Ruperto, el segundo contador al mando. Se hallaba todo el personal.

Entre los demás presentes, como sujeto protagónico estaba el contador Juan Solarte, el líder (además de jefe) más experimentado y exitoso de los cinco. El segundo era Alonso Ruperto, un contador de edad avanzada que había adquirido y recopilado un buen repertorio de empresas minoristas. El tercero y cuarto eran los gemelos Reyes: Mauricio y Alexis, este último era un supuesto gurú de las finanzas que siempre utilizaba una corbata verde fosforescente, prácticamente era el mejor trabajador y el peor pagado por su juventud.

Pero menos importaba la vida de estos hombres en los deseos de Solarte, pues solo tenía ojos para quemarse con la piel de la jovenzuela, tan vehemente y picante, como la recreaba desde ese mismo instante en sus intimaciones más oscuras y disolutas.

La había observado con descaro, ni siquiera se habían saludado y ya se calentaban con el fruto de los corazones reventados, hinchados a través de una definición que había esperado iniciar con el fin: ya no era un amor imposible, era el nuevo despertar.

Porque Julieta soñaba con fantasía plena que Solarte, ese hombre tan firme y honesto, con corazón de ángel para el amor, fuera suyo tan solo una noche; sin embargo, vivía desesperanzada en saber que esos caballeros, estaban reservados para un selecto grupo de mujeres muy afortunadas. Pero todo era una lotería de compensaciones indescifrables.

Solarte se amilanó al verla, pasaron segundos electrizantes y Julieta finalmente soltó un saludo muy caluroso:

—"Don Juancito", qué enorme placer tenerle por aquí... ¿En qué le puedo ayudar? Sabe que estoy dispuesta y entregada al trabajo... a lo que sirva... para su ayuda —dijo con todos los afectos, tal como siempre le llamaba cuando trabajaba en el bufete. Lo curioso de esto, era que él le había expresado con claridad (meses antes), que nunca lo volviera a llamar "Juancito", a menos que su esposa estuviera muerta. Pero a Solarte esto no le importaba, porque requería de alguien para olvidar su dolor. Julieta era la indicada.

El caótico arte de amar demasiadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora