Solarte se había vuelto un troglodita, vago e indefinible ser vivo de la raza humana. Algo disfuncional, con alta frecuencia a la perturbación mental y soberano en aptitudes del sufrimiento propio de su corazón. Y en medio de un hecho repudiable e inaceptable, sabía que merecía el escarnio público de sus congéneres masculinos. Lo había arruinado.
Vivía postergado en una tendencia que le proporcionaba una resolución similar al de un gusano arrastrándose por una tierra baldía y estéril, y sin medios para obtener ganancia. Su salud psicológica era pobre y sus horas de sueño eran cosa del pasado. Sin embargo, a pesar de tantas dificultades, aún seguía como acompañante de su padre en el hospital. Nunca le contó lo que sucedió con Julieta.
—¿Por qué tan callado? —le preguntó don Salvador con interés, había mejorado notablemente los días siguientes. También estaba tranquilo y sedado.
—Esto de estar solo es una mierda.
—¡Ay si supieras lo que ahorita te espera! ¡Hay más agonía y tristeza reservada para ti, y para todos! —alzó sus brazos al aire, engrandeciendo la soledad—. ¡Es bondadosa y se sigue multiplicando! ¡Hay para todos! ¡Es tiempo de compartirla!
—No me interesa recibirla, además, para eso estás tú. Yo solo quiero vivir en paz.
—Si la evades será peor, porque ella te perseguirá hasta encontrarte y dejarte como yo...
—¿Me estás amenazando? —le preguntó con ojos extraños y repelentes, sintió que su padre estaba más loco de lo que era. La habitación se empezaba a condensar de indolencia.
—Somos soledad, y el mundo que tenemos dentro, es nuestra única compañía. No necesitamos de alguien más.
—Tengo que admitir que tienes talento para decir disparates que suenan a reflexión, pero mejor deberías dormirte un rato...
—Duermo mejor que tú. Eso es suficiente, ¿No? —Volvió sus ojos hacia Solarte, inexpresivo y con síntomas de saber la verdad, y cambió su postura de la camilla para elevarse un poco, casi estando medio sentado—. ¿No crees que conozco cuánto sufres? Es claro que estás necesitado, huelo tu insatisfacción.
—No tienes remedio... —le dijo con una mentirosa discrepancia, porque reconocía que no se equivocaba—, Ahora vives delirando, cada vez te acercas al adiós...
—No cometas los mismos errores que yo —señaló con importancia—, siguiendo así, vas a repetir la cadena de desgracias. Lo que sí deberías hacer es buscar una buena mujer, porque no vas a encontrarla en una "putería" ni ninguna de esas mierdas. Los hombres sin mujer podemos ser basura fácilmente, porque apestamos y todos lo notan. Pero tú eres más que eso.
—¡Basta! —confesó con deseos de querer callarlo—. ¡Déjalo ya! ¡Déjame en paz!
—¡Entonces lárgate y no vuelvas, que, si lo haces, cometerás mis errores como buen hijo! —se tiró de nuevo en la cama y cerró sus ojos con indignación.
—Si todavía sigo aquí es porque debo acompañarte, no por intentar refrenar lo que nunca haré. No seré como tú. No me quiero quedar solo y abandonado como estás ahora. Tal vez no he sido el mejor, pero si me esfuerzo por serlo, te prometo que lo seré.
Don Salvador no respondió porque prefirió hacerse el dormido, el gritó le acabó su energía, y mientras Solarte le veía pensando en blanco, pronto le entró una llamada. Era James.
(...)
—Lo mandé para el carajo, la tenía ahí entre mis manos. Estábamos en el punto más alto y todo terminó cayéndose, fue horrible —se lamentaba con insistencia, sentía el ardor en su piel—. Ella me esperaba con deseo y quedé frío. Me paralizaron la hombría, fue algo más grande y poderoso. No sé ni cómo explicarlo.
ESTÁS LEYENDO
El caótico arte de amar demasiado
General FictionJuan Solarte se divorció hace semanas de su queridísima esposa en una noche para el olvido. Hoy, luego de divagaciones mentales y llorar por tres horas seguidas, concluye encumbrar su vida hacia una decisión inexorable: amar y seguir amando para no...