14. DORMITORIOS

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Camino de vuelta al dormitorio, y la verdad mentiría si dijera que no me provoca escalofríos. El silencio es una característica extraña y a la vez un poco molesta. Más si voy sola, como es el caso. Los demás ya estarán allí después de esa celebración a la que, menos mal, no fui invitada.

—¿Saltándote otra vez las normas, estirada?

Me giro, acostumbrada ya a su voz persiguiéndome por algún lado. Y también por el apodo, que parece que tiene algún tipo de gracia. Bien, no estaba cómoda en Abnegación, y aunque la razón principal por la que me fui es Marcus, no quiero criticarla. Es un buen sitio, con grandes personas allí. La familia de Tris por ejemplo. 

—No—en realidad sí—. Y no me gusta ese apodo.

Sus ojos chocan con los míos y los dos nos escaneamos de arriba a abajo, como si no nos conociéramos. Mentira, en pocos días creo que ya sé más de él que de muchos otros iniciados con los que paso más tiempo.

—¿Y qué otro apodo prefieres entonces, iniciada? Estas no son horas para que pasees libremente por la facción.

Me encojo de hombros. Si realmente planease castigarme de alguna forma, ya lo habría hecho. En ese sentido, es bastante veloz.

—Ninguno. Y estaba yendo a los dormitorios.

Alza una ceja, divertido por alguna razón con la situación.

—Se va por el otro lado.

Genial. Voy de cagada en cagada.

—Bueno, me he perdido, ¿vale? Aún no me sitúo bien—admitirlo rápidamente será mejor que quedarme en un duelo de miradas con el rubito, mientras él se divierte a mi costa.

—Vamos, te acompaño.

Empieza a alejarse de mí, caminando. O corriendo, porque después de varios segundos ya solo es una sombra para mí.

—No lo repetiré una segunda vez—amenaza, con esa voz tan seria que parece que pudiera matarte. En verdad sí puede.

Parpadeo, saliendo del trance en el que estaba y corro para situarme a su lado. Cinco pasos míos son como dos suyos, así que me espabilo para no quedarme atrás. Maldita altura. 

Cuerpo, ¿podrías beneficiarme alguna vez?

El silencio nos consume, y podría ser cómodo si estuviera con Tris, Tobías o alguna persona de confianza, pero no con Eric. Siento que en algún momento va a sacar un cuchillo de algún lado y me lo va a clavar.

—Así que eras de Erudición, ¿eh? Un erudito trasladado a Osadía, quién lo diría—es más común eso que si alguien de Cordialidad pasase a Osadía, pero los nervios por quitar el maldito silencio me estaban consumiendo y he soltado lo primero que se me ha ocurrido. Eric frena de repente y me mira, al parar tan brusco nos quedamos a centímetros de distancia. Me estoy empezando a acostumbrar a estar a esta distancia de él. Y no me está resultando muy difícil.

—¿Cómo sabes eso?

Mierda. En verdad necesito controlar mi boca. En lugar de salir corriendo o pedir perdón, cometo otra estupidez, como es habitual en mí.

—Tengo fuentes.

—¿Te lo ha dicho Cuatro en vuestra charlita de antes? Voy a matarlo—suelta, con los ojos negros de la furia, a pesar de que son azules.

Preferiría que no matases a mi hermano, rubito.

—Pues claro que no. Pero, piensa, ¿de dónde podrías haber sido? Cordialidad, ni siquiera es una posibilidad, habrías matado a cualquiera que te diera las gracias. ¿Verdad? Mientes todo el rato con la máscara de tío sin sentimientos que te pones. ¿Abnegación? Eres demasiado egoísta, por no decir el resto de razones interminables por las que no podrías haber estado allí antes. Y, sin embargo, ¿Erudición? Por mucho que me pese, eres inteligente. Esa tenía más sentido, así que solamente lo confirmé y, mira, acerté—suelto, orgullosa. La verdad es que lo dijo Cuatro en el comedor el primer día, pero tampoco tendría lógica que fuera de cualquier otra facción.

Su mirada se relaja, o no, no lo tengo claro. Lo único que me queda claro es que debería cerrar el pico más a menudo.

En lugar de matarme, que sería lo más acertado, dice:

—¿Y por qué no un nacido en Osadía?

Porque Cuatro te dio una paliza en vuestra iniciación y quedaste segundo, y por eso le odias. Pero no puedo decirle eso, ¿verdad? No sin delatarnos a mi hermano y a mí en el proceso. Y es una pena, porque daría mi vida solo por ver su reacción a eso.

—No sé, simplemente no se me pasó esa opción por la cabeza—sé que mi mentira es más que obvia, pero no planeo decir la verdad ahora mismo. No después de todo lo que he soltado, también dejándole claro que le he prestado más atención de la que debería.

—Ya. Me parece que me has mirado mucho, ¿no, iniciada?—Le divierte, estoy segura de que le divierte reírse de mí de alguna forma. O verme pasándolo mal. O ver que tiene mi atención por algún motivo.

—Que no se te suba a la cabeza, rubito. Además, no creas que no me he dado cuenta de que te escondes detrás de esa máscara de “te mataré si me hablas” que tienes—que sí, que definitivamente podría matarme si le hablo, pero creo que conmigo ya ha pasado esa etapa. No he parado de hablarle y molestarle y sigo viva. ¿Por cuánto tiempo?

—Tess, deberías tener cuidado con lo que dices. Con lo que me dices.

Sí, concuerdo. Pero no le voy a decir eso.

—¿Desde cuándo soy Tess para ti? ¿Y por qué has ignorado lo que te he dicho?

Se cruza de brazos, divertido. De nuevo.

—¿Por qué crees que voy a responder alguna de tus estúpidas preguntas, iniciada?—Genial, hemos retrocedido al “iniciada”. No debería haber dicho nada—. Camina—dice a la vez que me empuja para que siga andando.

Pero no puedo dejar la conversación ahí. No cuando es nuestra conversación más larga hasta ahora. ¿Y por qué sigo insistiendo en hablar con él si es tan peligroso para mí? Mejor pienso en eso después de hablar, como siempre hago.

—¿Por qué me tratas diferente?—Pregunto cuando me giro de nuevo hacia él, otra vez nuestras narices tocándose. Sentir su respiración es raro, pero a la vez me gusta. ¿Y eso no es lo jodidamente raro?

Frunce el ceño, y yo lo hago con él. Esta pregunta es en serio, y lo sabe. Lo que no tengo claro es si sabe la respuesta. Nos miramos a los ojos, de nuevo en esa batalla de miradas a ver quién se rinde antes. Y esa no voy a ser yo. 

Como confirmo después de unos segundos, no soy yo la que rompe el contacto visual. Es él. Lo que me hace sonreír con triunfo, como si acabase de ganarle en una pelea física. Y es que sé, por cómo es, qué es lo que le he hecho sentir ahora. Perder. Lo odia. Y yo también, aunque no a su nivel. Mi victoria dura poco, porque su mirada se dirige a mis labios y es lo único en lo que no había pensado hasta ahora. Me pilla por sorpresa, tanto su mirada como la mía, porque no puedo evitar mirar también los suyos. Antes me resistía a hacerlo porque no quería perder, pero él ya lo ha hecho antes que yo, así que, ¿qué más da?

—Joder—suelta, y puedo confirmar que una maldición nunca me había sonado tan bien como ahora.

Estampa sus labios contra los míos en un segundo. No reacciono al principio, porque aunque no es mi primer beso, por cómo reacciona mi cuerpo, cualquiera diría que sí.

Sus manos se sitúan en mi cuello y aprieta. Le devuelvo el beso en ese mismo momento, colocando mis manos en su pelo y agarrando fuerte, pues no puedo pensar en otra cosa que no sea juntar más nuestros labios. Y él parece que también, porque hace justo eso. Pego mi cuerpo al suyo, buscando más, buscando satisfacer algo, seguir devorándolo sin cuidado, sin pensar absolutamente nada. No sé dónde están mis manos ni dónde está él, solo me centro en seguir besándolo. Mi espalda toca la pared y mis piernas rodean su cadera. Es como si mi cuerpo fuera antes que mi cabeza. 

Pero el momento se desvanece tan rápido como empieza, y no es por mí. 

Se separa y me mira una última vez antes de irse, con la tensión y algo más yéndose con él. Y, para mi desgracia, soy consciente de una cosa que me deja peor que antes.

Yo no he roto el beso. Yo quería más. Esta pelea la ha ganado él.

Y yo he perdido.













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~ dadacub

EATON  [ DIVERGENTE ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora