Capítulo 3

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París, Francia
Marzo de 2022


Estaba cometiendo el atraco número treinta y siete.

Rodeada de franceses confundidos y asustados, la sutil sonrisa de su rostro podría haberla delatado, pues acababa de robar el anillo recién subastado por casi seis millones de euros. Un atraco sencillo, fácil, que no le había supuesto ningún tipo de complicación. Ahora tenía que esperar al momento adecuado para desaparecer entre las sombras y huir de la escena del delito por la puerta grande.

Observó el reloj en lo alto de la sala. Unos segundos más y el comienzo del espectáculo permitiría que la ladrona de guante negro se moviera entre la multitud sin que pudie­ran verla. Había mejorado esa habilidad con el tiempo, ya que, tras cinco años, había aprendido a pasar inadvertida y huir con una gracia y agilidad envidiables.

Las luces se apagaron de repente, las exclamaciones de angustia no se hicieron esperar y Aurora pudo salir de la sala de subastas para encontrarse con una de las calles pa­risinas más transitadas: la avenida de los Campos Elíseos. Aprovechando el alboroto e, incluso, pecando de un exceso de confianza, la tranquilidad con la que caminó hasta su moto podría haberla puesto en peligro, pero sabía lo que estaba haciendo. Junto a Giovanni y Nina había calculado ese golpe infinitas veces: cada variable, escenario y movi­miento.

Cuando las sirenas empezaron a oírse, ni siquiera se in­mutó, así que, tras colocarse el casco, totalmente negro, aceleró por la avenida dejando que comenzara una diverti­da persecución.

Podía sentir el anillo por debajo de la cha­queta de cuero, la fría gema acariciándole la piel, mientras alcanzaba una velocidad infernal para dejar atrás varios coches de la gendarmería. La ladrona nunca perdía la ven­taja mientras seguía la ruta marcada, una que esquivaba todas las cámaras de tráfico. No pudo evitar sonreír al pen­sar que se volverían locos al rastrearla por las grabaciones tratando de dar con una mísera miguita de pan que les per­mitiera seguirle la pista.

Aurora era un fantasma para las organizaciones policia­les, un cuerpo sin rostro que no lograban identificar. Lo único que sabían, y era porque ella así lo había querido, era el título con el que el mundo entero la conocía: la ladrona de guante negro; el apodo con el que los propios periodistas habían empezado a nombrarla por el objeto que la propia Aurora iba dejando: un guante negro a cambio de la joya robada.

Un guante pequeño, delicado, que habían concluido que pertenecía a una mano femenina.

Las sospechas se cumplieron cuando, en el atraco núme­ro dieciséis, la joven de ojos verdes envió una nota anun­ciando su llegada. Y firmó, precisamente, con ese nombre. Desde entonces, la ladrona se había encargado de con­vertir cada robo en un auténtico espectáculo.

Asegurándose de haber esquivado los coches que la se­guían, empezó a aminorar la velocidad para virar hacia una calle oscura y estrecha, el punto de encuentro que le servi­ría para huir de la ciudad y regresar a casa. Dejó la moto en una esquina del callejón y la tapó con plásticos negros y bolsas de basura. A pesar de esconderla de los ojos curio­sos, todavía suponía un cabo suelto que no podía ignorar; por eso había dejado órdenes para que, horas más tarde, se la llevaran al desguace y la convirtieran en chatarra.

Nunca dejaba nada al azar, el mínimo error implicaría acabar en una cárcel de máxima seguridad. Además, man­charía su reputación y el respeto que se había ganado du­rante todo este tiempo perdería su valor. Por eso no permitía que nadie traspasara su barrera; si algún enemigo, cual­quier persona que perteneciera a la justicia, llegaba a des­cubrir su verdadera identidad...

Ni siquiera quería imaginarlo.

El viaje de regreso a Milán le había servido para acabar con la lectura que tenía pendiente desde hacía semanas. Por lo general, sus preferencias se centraban en ensayos y novelas policiacas y de misterio, pero esa vez, cuando leyó en la li­brería la sinopsis del libro que le había llamado la atención, no pudo evitar comprárselo. Relataba un mundo fantástico junto a una historia de romance y, aunque tuvo sus prejui­cios, su vena curiosa le susurró que lo intentara, que se sumergiera en sus letras para vivir lo que ella misma se sentía incapaz de experimentar.

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora