Capítulo 14

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Aaron Williams pretendía mostrarse tranquilo aunque por dentro se ahogara en un mar de nerviosismo. Su lenguaje corporal lo delataba y, por más que tratara de esconderlo, Aurora no perdía detalle sentada entre el púbico: el aspecto rígido, los ojos saltones que no podían quedarse quietos, la constante fricción de las manos, la tensa sonrisa que se le dibujaba en el rostro...

Estaba asustado y no podía culparlo porque, hasta el momento, la ladrona se había mantenido en un silencio expectante. Muchos periodistas se preguntaban cuándo y cómo haría su espectacular entrada. Las teorías no dejaban de llover y el mundo entero se hacía la misma pregunta: «¿Dónde está la ladrona de guante negro?».

Escondida, aunque a la vista de cualquiera.

Desde que había entrado por la puerta, Aurora les había lanzado un jaque, pues ¿quién iba a sospechar de una reconocida diseñadora que acababa de tener una conversación amigable con el director del museo y el detective a cargo de la investigación? Los presentes, atentos a las inmediatas palabras de Aaron, habían conseguido que Aurora pasara inadvertida, invisible a los ojos curiosos; a los del propio Vincent, quien no había vuelto a buscar su mirada. Su in­tuición se había esfumado y la imagen de la diseñadora no había vuelto a manifestarse. Su única preocupación porta­ba unos simples guantes negros capaces de robar las joyas más valiosas del planeta.

Se percibía la tensión en el rostro del detective, igual que en el suave latido de su corazón, cada vez más acelerado, frenético ante ese mismo silencio con el que Aurora jugaba.

—No falta nadie por llegar —murmuró Nina—. El cervatillo está sentado en primera fila, a la derecha. Luz verde a la primera parte del plan.

Consistía en la propia presentación del Zafiro y en la posterior explicación que daría el director; su hija, alias «cervatillo», tendría un papel estelar. Aurora no podía fa­llar, no debía. Ella era la pieza fundamental del tablero, de todo el plan, la reina que haría que toda la sociedad presen­ciara el mayor jaque mate de la historia.

—Cuando me digas. Estoy lista —siguió diciendo la ita­liana, oculta en las catacumbas del museo. Controlaba la electricidad de todo el edificio sin que la policía pudiera evitarlo, aunque les hubiera hecho creer que sí.

—¡Francesca! —gritó de repente una voz femenina a unos metros de donde se sentaba Aurora—. Perdóname, no te he visto, ¿cómo estás? Hace mucho que no coincidimos.

—Incluso se tomó la libertad de ocupar la silla vacía a su lado cruzando las piernas—. ¿Cuándo fue la última vez? Hace un par de años, ¿en verano, tal vez?

—En Menorca —respondió la ladrona esbozando una sonrisa irónica tras haberla reconocido de uno de sus mu­chos informes. La modelo había decidido dejar la pasare­ la para fundar un imperio de alta cosmética. No tenían buena relación y ambas lo sabían, apenas se dirigían la palabra a no ser que el escenario lo ocuparan cientos de periodistas. Aurora dejó que la falsedad brillara en su má­ximo esplendor—. Coincidimos en un hotel de la isla, ¿te acuerdas?

La exmodelo meditó durante unos segundos entrece­rrando levemente los ojos.

—Claro que sí, ¿cómo podría olvidarlo? Te follaste a mi hermano —le recordó con una sonrisa encantadora, la mis­ ma con la que había aparecido un minuto antes—. Y eso que te dije que, si lo hacías, arruinarías nuestra amistad. Y ahora estamos aquí, qué cosas, ¿no?

Aurora se quedó callada, intentando que el asombro en la mirada no la pusiera en evidencia, pues no sabía de qué estaba hablando y tampoco si era verídico o no.

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora