Capítulo 6

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De repente empezó a sentir calor. Mucho. Incluso podía notar cómo esa gota de sudor se deslizaba tensándole la espalda. Si no se controlaba, si no trataba de escapar de aquel aire que la oprimía, su propio cuerpo la delataría.

Pero las manos de él sobre su piel... Quemaba. Sus manos quemaban, al igual que la diminuta distancia que los separaba.

—Creo que es tu turno —murmuró el policía en su oído, consciente de la reacción que había provocado—. El segun­do paso.

Vincent siempre había sido así. Tenía esa capacidad innata para camelar a cualquier mujer, para susurrarle al oído promesas que le harían ver las estrellas. Le encantaba el juego previo: las miradas que irradiaban deseo, la conver­sación que iba subiendo de intensidad, los primeros roces, la desesperación por llegar a la cama...

—¿Y cuál es ese paso? —La italiana quería marcharse sin levantar sospechas.

—Tu nombre.

Le regaló una sonrisa sutil mientras esas palabras no dejaban de brincar a su alrededor.

«Con un detective, más bien».
«Es mi placa».
«Vincent Russell, un placer».

Necesitaba escapar.

—¿Sucede algo? —preguntó él al notar su deseo de romper el contacto.

Sí.

—Para nada —aseguró—. Tengo que ir un momento al baño, no tardaré.

—Aquí estaré. —Eso le había sonado como a una pro­mesa y Aurora solo pudo sonreír sabiendo que aquello aca­baría convertido en añicos.

Sin decir nada más, la ladrona empezó a caminar entre la multitud sintiendo su mirada clavada en la espalda. ¿Era una trampa? No había dejado de preguntárselo. ¿Aquel po­licía había conseguido encontrarla? ¿Sabía quién era? Im­posible. Aurora podía ocultarse y pasar inadvertida, escon­der sus huellas para que ni el más capacitado rastreador supiera por dónde empezar.

Existía otra opción igual de probable: que hubiera sido una bonita coincidencia fruto de un destino juguetón que, preso del aburrimiento, los hubiera juntado mientras con­templaba el fin de aquel espectáculo. Tendría que esmerar­se la próxima vez, quizá con otro baile que los obligara a juntar más los cuerpos.

La parte divertida era que Vincent Russell seguía desconociendo con quién había bailado en realidad. Esa era la ventaja de la ladrona, pero ponía al detective en peligro.

—Ahora me vas a explicar qué mierda estabas haciendo —exigió Nina apareciendo de repente y sujetándole la mu­ñeca para llevársela hacia una de las salidas traseras—. No estamos de fiesta, ¿me oyes? —Aurora se deshizo de su aga­rre con la intención de defenderse, pero su compañera no dejaba de hablar, de regañarla—. La misión de hoy era cla­ra, ¿en qué momento se te ocurre irte a bailar con ese?

—Vigila el tono. —Su voz había sonado más fría. No iba a permitir que la reprendiera—. Pensé que estaba ha­blando con Oliver hasta que me di cuenta de que no se tra­taba de él; por eso he inventado una excusa.

No solía dar explicaciones, pero tampoco le gustaba que su compañera sacara conclusiones precipitadas.

—¿Y ya está? —Alzó ambas cejas asombrada. Ella era la segunda al mando, pero parecía que a la ladrona le resul­taba prescindible—. ¿Así solucionas los problemas? Con­migo no funciona, lo sabes, ¿no? A mí no puedes amena­zarme y esperar que te haga caso.

—No me provoques, Nina; no te conviene —murmuró intentando no perder el control.

—¿Qué? ¿Qué harás? —Su voz envolvía un claro desa­fío—. Tienes que aceptar lo que la gente te diga, darte cuen­ta de que ha estado mal, ¿es que no lo ves? Me preocupo por ti y no quiero que acabes entre rejas por tu impru­dencia.

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora