Capítulo 28

923 133 17
                                    



A pesar de que tuviera los ojos cerrados, el sueño no la ven­cía. Hacía horas que lo intentaba, pero no había sido capaz de dormirse. Y, tal vez, el culpable fuera ese pensamiento que no había dejado de rondarla, el que le susurraba que la traición sabía dulce y que debía probarla.

Pensó en las dos caras de la moneda: el traidor y el trai­cionado.

Como si se tratara de una quemadura en la piel, Auro­ra ya había ocupado el lugar del segundo y el sabor se en­contraba lejos de ser agradable. ¿Podría ella hacer lo mis­mo con la persona que la había salvado de la muerte? ¿La que le había ofrecido comida y un techo bajo el que resguardarse? El ángel que la mantenía oculta de aquellos que deseaban colocar su cabeza en una bonita bandeja de plata.

La ladrona de guante negro no era alguien en quien se pudiera confiar, ella se lo había advertido y, aun así, Tho­mas había decidido compartir algunos secretos de aquella investigación que había empezado casi dos décadas atrás. Pero ¿qué pasaría cuando la Corona ya estuviera comple­ta? ¿Quién se la quedaría? Si lo traicionaba ahora, el golpe sería menor. Podría desaparecer, seguir su propio cami­no, y el tesoro se mantendría bajo su custodia. Los Russell no volverían a verla y de esta manera rompería cualquier vínculo que pudiera haber surgido.

Esa tentadora idea la mantenía despierta, esperando a que su corazón, por fin, se decidiera. «El traidor y el trai­cionado», pensó una vez más.

En la conversación en la cocina, en la que Thomas había preguntado por el plan, la ladrona se había limitado a decir que todavía seguía en ello, pues su contacto, el capo de la Stella Nera, la llamaría en los próximos días para darle noticias y, tal vez, el paradero de Nina. Había tenido mucho tiempo para pensar en la mejor estrategia para pillarla desprevenida. Si querían darle el cambiazo sin que ella se percatara, antes debían saber dónde se ocultaba y, lo más importante, dónde había escondido el Zafiro de Plata. Du­daba de que aún siguiera en Nueva York; de hecho, cono­ciéndola, habría interpuesto un continente y parte del océa­no Atlántico entre ellas.

Sin embargo, el cofre se había convertido en el protago­nista de la historia y, en el caso de que no lograran ubicar­la, podrían utilizarlo como cebo: llamarían con él la aten­ción de la traidora y conseguirían que dejara de ocultarse en la oscuridad.

El plan alternativo, como era de esperar, no agradó en absoluto a Thomas.

—Sin el cofre estamos perdidos —aseguró negando con la cabeza—. ¿Quieres que llamemos su atención? ¿Y si algo se tuerce? Una cosa es que tenga el Zafiro de Plata, pero otra muy distinta es que le demos luz verde para ir a por la Corona. No puedo permitirlo, de ninguna manera.

—Thomas, escúchame...

—He dicho que no.

Con el punto final de su salvador y sin ninguna inter­vención por parte del detective, la conversación había lle­gado a su fin. Aurora no tuvo más remedio que abortar temporalmente el plan B hasta que Thomas viera que era la única opción viable en el caso de que su contacto la llamara con malas noticias. A Nina la habían entrenado en la orga­nización, junto a ella; sabía cómo ocultarse y nadie sería capaz de encontrarla a no ser que ella así lo deseara.

Durante el resto de la tarde, ninguno de los tres volvió a mencionar el tema y cada uno se centró en su tarea, hasta que la llamada de auxilio del detective despertó en la ladro­na una pequeña sonrisa.

—¿Se puede saber qué hago con Sira? —preguntó en un susurro para no despertarla, mientras la observaba dormir despreocupada. Aún tenía la cabeza sobre el brazo y sus patas delanteras lo abrazaban—. ¿La despierto?

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora