Capítulo 24

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El detective y la ladrona no habían vuelto a cruzar palabra desde su encuentro en las escaleras.

Las miradas, además, se limitaban a las imprescindibles para mantener el trato cordial que le habían prometido a Thomas: saludarse por las mañanas y pedir la sal durante las comidas.

Ninguno de los dos quería adentrarse en otra conversa­ción catastrófica, tampoco compartir el mismo espacio más de cinco minutos, y mucho menos acercarse al otro. Vin­cent hacía justo lo que ella le había pedido: ignorarla. Auro­ra, por otro lado, tampoco se quedaba atrás y lo evitaba sin mucha dificultad, pues se había concentrado en el único objetivo que la mantenía despierta: encontrar a Nina.

—¿Todavía nada? Llevamos días buscándola —pregun­tó con el móvil pegado a la oreja. Había decidido llamar a Giovanni después de haber pasado horas delante de la pan­talla—. Nadie desaparece así como así.

—Estamos hablando de mi sobrina —respondió el capo, y Aurora se lo pudo imaginar con un puro en la mano mien­tras se apoyaba en el asiento de cuero—. Ha pertenecido a la organización durante mucho tiempo; sabe cómo escon­derse. Y, si tiene a Smirnov como aliado, dispondrá de to­ dos los recursos necesarios para pasar inadvertida. Tarde o temprano, la encontraremos. Seguro que hace algún movi­miento, solo es cuestión de tener paciencia.

—¿Paciencia? ¿Ese es el gran plan?

—Aurora. —La nombró con un tono que podría haber dejado petrificado a cualquiera—. No quiero iniciar una discusión. ¿O prefieres que conversemos sobre tu parade­ro, teniendo en cuenta que has desobedecido una orden directa?

La ladrona se había visto obligada a contarle dónde se refugiaba, aunque hubiera omitido un detalle importante: bajo el mismo techo también se encontraba el detective al que Giovanni le había ordenado que no volviera a acer­carse.

—Es el sitio más seguro y hemos llegado a un trato.

—Es el padre de un policía, mejor amigo de otro que es inspector, cabe destacar. No es un sitio precisamente se­guro.

—Sé lo que hago, ¿de acuerdo? Además, estábamos ha­blando de Nina. ¿Qué piensas hacer cuando la encontre­mos?

El italiano dejó escapar un suspiro cansado. Intentaba evitar esa pregunta, pues seguía sin conocer la respuesta. Por más que la traición se pagara con sangre, Nina seguía siendo su sobrina, la hija de su hermana fallecida. No po­día ignorar ese lazo familiar. Lo que a esa niña le hacía falta era un buen escarmiento y un castigo ejemplar.

—Encontrémosla primero, ¿de acuerdo?

—¿Por qué sigues dándome largas?

—Porque puedo —se limitó a decir—. Tienes derecho a estar enfadada con ella, pero debes entender que Nina si­gue perteneciendo a la familia. No puedo obviarlo. Por el momento, no tengo una respuesta clara para darte; por eso, ya veré qué hacer con mi sobrina cuando la encontremos.

Aurora se mordió el labio inferior para aplacar la con­testación que iba a darle. «Es mi sobrina», como si no lo supiera. «Pertenece a la familia», siguió repitiendo en su mente. La ladrona era consciente de aquello, las dos habían crecido como hermanas, pero lo que Giovanni parecía ignorar era que, en realidad, ellas dos no compartían ningún lazo de sangre y su deseo de venganza no había hecho más que aumentar.

—Es a mí a quien tu sobrina ha traicionado —declaró tratando de que no se apreciara su enfado.

—Nos ha traicionado a todos, principessa... A la orga­nización entera, no solo a ti.

—Pues he sido yo quien ha recibido el disparo —le re­cordó harta de seguir repitiéndolo—. ¿Dónde estabas tú en ese momento? ¿Dónde estaba la organización? Es conmigo con quien se ha enfrentado, y lo peor de todo es que Romeo y Stefan han tenido la poca decencia de irse con ella. Estoy sola, Giovanni, sola y atrapada, con la policía intentando darme caza, cuando ahora podría estar en Italia. Me da igual que sea tu sobrina.

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora