Capítulo 22

906 155 32
                                    



No quería abrir los ojos, pero la vocecilla interna que a veces la alertaba le estaba suplicando que no dejara que su cuerpo siguiera siendo vulnerable en territorio desconocido.

«Te están quitando tu libertad, te están atando las ma­nos... Despierta». Si hubiera podido zarandearla por los hombros, lo habría hecho. La joven princesa, con las ma­nos atadas descansándole sobre el abdomen, siguió con los ojos cerrados unas horas más hasta que decidió despertar.

Sin embargo, cuando lo hizo se percató de la brida que le rodeaba las muñecas... Se asustó, era el mismo sentimien­to que había vivido cuando el capo ordenó que la echaran al pozo. La misma sensación de encierro, de peligro ace­chando su preciada libertad, aunque quien la sometía esa vez era Thomas Russell, a quien observaba seria mientras trataba de romper el plástico de color negro.

—Por favor, no te muevas —pidió él—. No quiero ha­certe daño, pero entenderás que quiera preservar mi seguri­dad. Hablemos, ¿de acuerdo? Te he traído a mi casa cuando podría haber escogido un sitio menos cómodo; demuéstra­me que puedo confiar en ti y te desataré las manos.

Aurora esbozó una pequeña sonrisa procurando que Thomas la viera, pues el gesto escondía la amenaza que iba a cumplir aunque la herida empezara a sangrarle de nuevo.

—¿Pretendes que tengamos una conversación mientras yo sigo atada? Si hubiera querido hacerte daño, te lo habría hecho antes. Oportunidades me han sobrado, incluso aho­ra, ¿crees que esto me va a impedir atacarte?

El hombre tragó saliva con disimulo.

—Solo intento ser precavido. Quería asegurarme de que al despertar no me dejarías inconsciente para robar mis do­cumentos y escapar. —La joven de pelo negro no apartó la mirada de su salvador. Podría haberlo hecho, pero ¿de qué le habría servido?—. Sigues siendo una ladrona y vete a saber cuántas cosas más. No me parece tan descabellado desconfiar de ti, aunque sea un poco.

—¿Y crees que yo no desconfío de ti? —soltó después de unos segundos de rígido silencio—. ¿Crees que ahora mis­mo podría confiar en alguien relacionado con la policía?

—Era tu única opción, Aurora. Te he salvado de morir desangrada —manifestó tensando la mandíbula. Quería que viera la otra cara de la moneda—. Te he salvado de la policía, de Howard. De no ser por mí, ahora mismo esta­rías esposada y con él respirándote en la nuca. Tu vida habría acabado.

La ladrona se mostró impasible y negó levemente.

—Yo también soy tu única opción, tú mismo me lo has demostrado. Quieres mi ayuda, sabes que no podrás com­pletar la Corona a no ser que me tengas de tu lado. ¿Cuán­do llegaste a esa conclusión? ¿Mientras me cargabas a la espalda para escapar de tu mejor amigo? Aunque primero tendríamos que recuperar la joya... —empezó a decir a la vez que intentaba incorporarse. Thomas trató de ayudarla, pero ella no se dejó—. Puedo sola —protestó sin abando­nar su mirada—. Sería una lástima que no te ayudara a re­cuperarla, pues soy la única que conoce a la persona que la tiene. Estás perdido sin mí, ni siquiera sabrías por dónde empezar; por eso temes que me escape, ¿o me equivoco?

Thomas se aclaró la garganta sin saber exactamente qué responder. ¿Tenía razón? Sí. Era lo único que quería de ella, pues, si no hubiera habido ese interés de su parte, la habría echado a los leones sin dudarlo, teniendo en cuenta que era la responsable de que su hijo hubiera acabado en el hos­pital.

—Desátame —pidió rompiendo el silencio—. No lo re­petiré dos veces. Recuperaremos el Zafiro de Plata y te ayu­daré a completar la Corona. Tienes mi palabra —asegu­ró—, pero como siga con las manos atadas... —Hizo una pausa y recordó su encierro—. La última persona que se atrevió a encerrarme murió.

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora