Capítulo 16

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Ninguno de los dos habló ni hizo un solo movimiento, aun­que estuvieran presos del nerviosismo.

A pesar de que se encontraba de espaldas, la ladrona estaba segura de que se trataba de Vincent. Lo sentía. Tam­bién notaba que le apuntaba con el arma, firme, sin ningún tipo de titubeo en las manos, con el dedo en el gatillo y el cañón orientado a su cabeza.

El detective no iba a bajar la pistola y Aurora, con la joya en el cuello y a pocos metros de su moto, tampoco tenía intención de dejarse atrapar por él, mucho menos de que la reconociera como la mujer con la que había bailado semanas atrás.

—Las manos en la cabeza y date la vuelta despacio, sin tonterías. Tampoco quiero movimientos bruscos. Tengo el arma apuntándote a menos de tres metros de distancia; a la mínima sospecha, dispararé sin pensármelo. Tal vez en la pierna, porque no voy a quedarme sin disfrutar de tu entra­da en la cárcel. Vamos, no tengo toda la noche. Al inspec­tor le hará mucha ilusión verte.

Aurora dejó escapar una sonrisa. ¿De verdad creía que iba a dejarse capturar? ¿Sin oponer resistencia? ¿Sin derra­mar una gota de sangre?

No se movió, tampoco dijo nada, pues era consciente de que su voz la delataría, aunque ese silencio no pareció gus­tarle demasiado al detective. Avanzó un paso hacia ella con cautela, pues estaba tratando con un ser imprevisible, astu­to, que no se rendiría con facilidad.

—Estás atrapada, sin escapatoria, has perdido. ¿De cuán­ tas maneras quieres que te lo repita? Se acabó. Jaque mate. Ahora date la vuelta de una puta vez para que pueda verte la cara. No te conviene enfadarme más.

La mujer permaneció inmóvil esperando que su paciencia tocara el límite. Había visualizado una salida que, si jugaba bien sus cartas, podría resultar exitosa. Y esa jugada no tar­dó en llegar cuando oyó al detective mascullar. Tal vez había sido alguna maldición o un insulto cualquiera. Ni siquiera trató de descifrarlo, pues Vincent Russell acababa de caer en su trampa en el momento en el que se había acercado a ella.

De un rápido y sorpresivo movimiento la ladrona se volvió con la intención de golpearlo en el rostro y desequi­librarlo. Aprovecharía esos segundos para alcanzar su moto y huir del museo. Pero el detective fue mucho más ágil y rá­pido que ella y su pequeño puño ni siquiera logró rozarle la mejilla. Además, aprovechó esa rapidez para quitarle el arma que llevaba en la cintura y dejarla desprotegida.

Después de haber intentado desarmarlo, le lanzó un se­gundo golpe segura de que lo noquearía: hizo chocar la rodilla contra sus partes más íntimas.

El quejido no tardó en brotar de la garganta del detecti­ve, que no pudo evitar el tambaleo de su cuerpo.

—Hija de la gran... —trató de decir, pero cuando obser­vó su intención de atacar de nuevo, la bloqueó como pudo para defenderse.

La golpeó en las costillas mientras trataba de quitarle el pasamontañas que aún le cubría el rostro. Esa mujer se las estaba arreglando para mantener su identidad oculta y el detective no iba a permitirlo.

Sin darse cuenta, dejaron que la luna bañara su baile sangriento en medio del pasillo.

Aurora se comportaba de una manera más agresiva, pues su único propósito era salir triunfante de la batalla, mientras que Vincent, concentrado en derribarla, se pre­guntaba qué tipo de entrenamiento había seguido para pe­lear de aquella manera.

Sus movimientos eran delicados aunque bruscos; ágiles y, a la vez, impredecibles, con una fuerza que lo había de­jado asombrado. La ladrona sabía pelear, cada uno de sus ataques era premeditado, directo, sin ningún atisbo de duda. Pero esos atributos no serían suficientes contra él, ya que el detective dominaba diversas técnicas de combate cuerpo a cuerpo y era cinturón negro en kárate.

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora