Capítulo 30

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Pensaba que había sido su cruel imaginación que le había jugado una mala pasada, incluso creyó que aún soñaba, pero cuando volvió a oír aquella voz desesperada toda la confusión se esfumó en menos de un segundo.

El detective se levantó de la cama con el corazón algo agitado y no tardó en abrir la puerta de su habitación para encontrarse con una Aurora asustada cuya mirada no deja­ba de buscar algo.

—¿Qué pasa? —preguntó acercándose a ella, pero no recibió ninguna respuesta—. Aurora —trató de llamarla mientras veía cómo se ponía de rodillas y se agachaba para mirar debajo de la cama—. ¿Buscas a Sira?

—No la encuentro —respondió levantándose un instan­te más tarde, y abrió la ventana para comprobar que no estuviera en el tejado—. ¡Sira! —gritó una vez más, y el detective pudo sentir el miedo apoderándose de su voz—. No es la primera vez que lo hace, suele marcharse, pero...

—Ni siquiera pudo acabar la frase mientras esperaba en­contrarla en la siguiente habitación—. Siempre viene al cabo de un par de horas, antes de que anochezca.

—Te ayudaré a buscarla. ¿Has mirado en las habitacio­nes de abajo? —preguntó mientras intentaba hallarla en la suya propia. A pesar de que hubiera mantenido la puerta cerrada, no solía dormir sin tener por lo menos una venta­na abierta.

—Sí —respondió nerviosa—. Puede que acuda más tar­de, porque, de encontrarse en la casa vendría, pero... —No pudo evitar morderse el interior de la mejilla al notar que su mal presentimiento cada vez se hacía más fuerte—. ¿Y si le ha pasado algo? ¿Y si...?

No obstante, Vincent trató de frenar cualquier suposi­ción cuando le puso las manos en las mejillas rodeándole el rostro. El detective pudo apreciar cómo una oscuridad su­mergida en una profunda tristeza se adueñaba del color verde de sus ojos.

—Buscaremos por los alrededores —propuso, y la vio asentir levemente con la cabeza.

Tal vez no hubiera necesidad de inquietarse y Sira ya es­tuviera regresando a casa. Tal vez ni siquiera hiciera falta salir a buscarla, pero el detective tenía la creencia de que Aurora no se alteraría por un pensamiento inofensivo. Cuan­do habían acabado de mirar en todas las habitaciones de la segunda planta, vio la sombra de su padre aparecer por el pasillo.

—¿La has encontrado? ¿Nada por el jardín? —pregun­tó, pero el hombre negó mientras esbozaba una mueca de preocupación. Aurora no tardó en unirse a ellos—. Vamos a buscarla fuera, a lo mejor ya está regresando.

—Yo me quedaré aquí, os avisaré si aparece —murmuró Thomas, y ambos asintieron.

Pero cuando la ladrona abrió la puerta principal, no pudo evitar llevarse la mano al corazón al ver el collar de dia­mantes.

Tan solo el collar, sin rastro alguno de la gatita.

Se agachó despacio para sujetarlo con extrema delicade­za mientras trazaba una suave caricia por las piedras bri­llantes, y en ese momento se dio cuenta de que la persona que se la había llevado era la misma que había apretado el gatillo en el almacén. Nina sabía cuál era su punto débil, cómo dañarla sin enfrentarse a ella directamente. Y acaba­ba de conseguirlo, pues el solo pensamiento de que Sira pudiera sufrir algún tipo de daño la aterraba. No era casua­lidad que, después de haberle dado luz verde a Giovanni para que desplegara la noticia, hubiera encontrado el collar de diamantes en la entrada de la casa donde se refugiaba.

La que había sido la segunda al mando de la Stella Nera la había encontrado. Aunque también había cometido el mayor error de toda su existencia al raptar al único ser al que Aurora le había entregado una parte de su corazón. Nina acababa de declararle la guerra y ella no dudaría en responder de la misma manera.

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora