Capítulo 34

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Gracias a la escasa iluminación procedente del pasillo, la mirada perdida de Vincent no tardó en descubrir quién aca­baba de entrar en la habitación, y, aunque le hubiera su­ puesto un enorme esfuerzo mantener la cabeza erguida, aguantó solo para encontrarse con su mirada.

La mirada de Aurora.

Estaba atado de manos, con los brazos colgando del te­cho y el torso desnudo. Lo habían golpeado hasta el can­sancio, incluso se percató de su pelo mojado y de las peque­ñas gotas que le resbalaban sobre la piel; sin embargo... Arrugó la nariz tratando de identificar el desagradable olor del espacio.

Vinagre.

Las gotas procedían de las cuerdas, que habían empapa­do en el líquido amarillo para que tuviera que retorcer el cuerpo tratando de evitar que alguna de ellas se desviara hacia las heridas.

La ladrona se acercó a él rápidamente e hizo que volvie­ra a abrir los ojos cuando le levantó la barbilla con un to­que suave del dedo índice, una caricia de la que el detective quiso impregnarse. «Tocadlo y estáis muertos», había di­cho una vez. Y esas mismas palabras revolotearon a su al­rededor cuando desvió los ojos a las heridas de su torso.

—Voy a desatarte —susurró con la mandíbula tensa—. ¿Te vas a quedar ahí quieto o vas a ayudarme? —preguntó, aunque en un tono bastante autoritario, a la persona que seguía detrás de ella.

Todavía no habían hablado, pero, por alguna extraña razón, Aurora quería creer que la traición de Stefan había sido un espejismo. Frunció el ceño al pensar en Romeo, ¿seguiría él estando de su parte?

—Así que es verdad —murmuró el italiano. Quería creer que su compañera no se había aliado con la policía, que solo eran pamplinas dichas por Nina para que desconfiara de ella.

—Si vas a quedarte ahí, puedes irte.

Sin perder mucho más tiempo, se concentró en el nudo de las cuerdas y no reparó en que la mirada del detective no había dejado de contemplarla, sobre todo cuando se fijó en el pequeño corte del labio, que no había dejado de sangrar.

—¿Quién te ha hecho eso? —preguntó en un hilo de voz mientras trataba de esconder los quejidos al sentir el peso de los brazos al ser liberado. Solo necesitaba unos minutos para recuperarse y... No obstante, no pudo ignorar el leve mareo que sintió cuando se abalanzó sobre el cuerpo de Aurora.

Stefan no tardó en acercarse para aguantar parte de su peso.

—Tranquilo, está bien, te tengo. —En aquel instante la voz de la ladrona sonó delicada, dulce, como nunca antes, y no tardó en sentarlo en el suelo mientras inspeccionaba la gravedad de sus heridas—. ¿Cuánto tiempo has...? —Se quedó callada, agachada junto a él, dejando que el color miel de sus ojos se fundiera con el suyo—. Tienes que irte, ¿me oyes? No sé dónde han escondido la moto, pero debes encontrarla y salir de aquí, reunirte con tu padre y...

Pero la mano de Vincent, con el suave roce de los dedos sobre su mejilla, cerca del labio partido, hizo que se callara de nuevo; trató de esconder el alivio que había sentido al descubrir que su tregua, ese pacto que camuflaba su deseo, no se había roto.

—¿Quieres iniciar una discusión? —respondió aún con la voz debilitada, aunque ya se encontraba un poco me­jor—. No voy a dejar que te enfrentes al mundo tú sola.

—Estás herido.

—Tú también.

—Tú más —reclamó ella recorriendo con los ojos cada uno de sus hematomas—. Tampoco sería la primera vez —recordó sin darse cuenta de que acababa de decirlo en voz alta—. Me he enfrentado a situaciones peores, y conti­go así... No puedo estar pendiente de ti, ¿no lo entiendes?

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora