Capítulo 35

814 100 53
                                    



Después de que Charles le hubiera contado al capo de la Stella Nera, casi un día antes y a espaldas de la ladrona, sus planes para entrar en la mansión de Smirnov, ya estaba pre­parando las maletas, pero cuando aterrizó y se enteró del desastre que se había formado supo que necesitaba llegar cuanto antes para poner orden.

Giovanni Caruso se adentró junto a sus hombres en la sala abarrotada de miradas serias y poses rígidas, y observó a las dos mujeres enfrentadas, sus dos pequeñas. Durante un segundo pensó que no era más que su imaginación ju­gándole una mala pasada, incluso deseó creer que se trataba de un malentendido que podría llegar a solucionarse con un abrazo entre ambas; sin embargo, su subconsciente no tardó en reírse de él cuando contempló a su sobrina, a quien había dedicado una mirada cargada de pesar, apuntando a Sira con un arma.

Incluso él sabía cuán importante era esa gata para Auro­ra y temía que, si Nina no la liberaba en los próximos se­gundos, la ladrona enloqueciera.

Pero a Dmitrii Smirnov no le importaba ese estúpido animalejo y, con el rostro cargado de frialdad, no le hizo falta decir nada para que Sasha apuntara al jerarca italiano directamente a la frente. Los demás no tardaron en seguirlo y aquello se convirtió en dos bandos enfrentados y con las armas en alto.

—Gracias por recordarme que tengo que reforzar la se­guridad —murmuró Smirnov sonriendo mientras trataba de esconder la sorpresa que le había producido su llega­da—. Controla a las señoritas y haz que comprendan que no estamos en el patio del colegio, que ya tienen una edad.

—¿Me vas a decir a mí lo que tengo que hacer? —pre­guntó Giovanni regalándole una mirada poco agradable.

Ambos mostraban una evidente seriedad en sus faccio­nes, pues ninguno de ellos iba a bajar la cabeza ante el otro. Y mientras el ruso pretendía decir algo más, la mirada del capo se paseó por la estancia hasta que se detuvo en un rostro que le resultó conocido: el de aquel hombre cuyo destino acababa de escribir, pues no iba a permitir que na­die que no perteneciera a su mundo metiera las narices en sus asuntos. No tardó en contemplar a Aurora, que se en­ contraba cerca de él, y se preguntó cómo había conseguido un policía encontrarse en el ojo del huracán.

—¿No lo sabes? —Dmitrii alzó las cejas sorprendido cuando se percató de su reacción al contemplar al intru­so—. Te presento al acompañante de la ladrona, el que jue­ga a dos bandos y no sabemos si va a atacar o no. Es posi­ble que la policía esté en camino y nosotros aquí hablando tranquilamente.

Giovanni no respondió, ya que no podía dejar de pensar qué clase de relación tenía con su principessa. ¿Cómo había logrado engatusar su mente manipuladora y desconfiada? El capo no tardó en abrir los ojos y fruncir el ceño, pero no por lo que acababa de imaginarse, sino por la determi­nante amenaza que se había camuflado en las palabras de Aurora:

—Como alguien se acerque a él, firmará su sentencia de muerte.

Vincent permaneció en silencio, sin moverse apenas, pues sabía que al mínimo movimiento acabaría con el pe­cho perforado; además, Aurora le había pedido que no di­jera nada. Aquel no era su mundo y, si quería salir vivo, necesitaba confiar en ella.

Ante la advertencia de la ladrona, nadie se movió, pues tampoco era cuestión de tentar a la muerte. Sin embargo, el único que empezó a caminar hacia ella, hacia las dos, en realidad, fue el capo de la organización, que dejaba a su paso su característico aroma: una combinación de puro y algún perfume caro.

Sasha le dedicó una mirada a su jefe sin saber si debía proceder o no.

—¿Quién te ha dicho que puedes moverte? —soltó Dmi­trii inclinando la cabeza sin dejar de mirar al italiano.

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora