Capítulo 5

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Nueva York, Estados Unidos


El aire había cambiado, se notaba un poco más pesado, o aquella fue la impresión que la ciudad le regaló a Aurora en cuanto se bajó del avión. Una sensación de alerta.

A pesar del tiempo que había transcurrido, la ladro­na aún era capaz de recordar las calles neoyorquinas por las que había transitado y, sobre todo, las múltiples fies­tas que había disfrutado. Todavía guardaba un recuerdo borroso de aquella semana, como si nunca hubiera existi­do, ya que, amante de la vida nocturna como era, habría sido impensable que no hubiera vivido la experiencia com­pleta.

Pero en este nuevo encuentro no había tiempo para ju­gar. Habían ido a trabajar y el primer paso era localizar al hombre que, según Nina, tenía la información. Luego, una vez que hubieran dado con Dmitrii Smirnov, empezaría la verdadera caza del tesoro.

—¿Quién tiene hambre? —preguntó la Rubia mientras abría todos los cajones de la cocina.

La Stella Nera contaba con varias bases y apartamen­tos en las ciudades principales de cada continente para que los miembros pudieran disponer de un refugio y punto de encuentro mientras completaban las misiones. Aunque en Nueva York tuvieran tanto un apartamento como una base de operaciones en el distrito de Brooklyn, habían decidido instalarse en el primero para estar más cómodas. Dos hom­bres de confianza les darían apoyo y harían el trabajo sucio. Stefan y Romeo, los dos mosqueteros capaces de deshacer­se de un cuerpo, torturar, engañar y robar, dominaban las técnicas del combate cuerpo a cuerpo, además de otras habilidades. Mientras que el primero era capaz de conducir cualquier clase de vehículo y escapar de las persecuciones, el segundo, un par de años más joven, tenía una puntería envidiable.

—Todos —respondió Stefan sin apartar la mirada del móvil y con un cigarrillo en la otra mano.

Ambos sabían perfectamente quién se escondía detrás de la ladrona de guante negro. Habían estado con ella desde el primer golpe, siempre en el backstage de cada robo, dispuestos a socorrerla cuando las cosas se torcieran. Le habían jurado lealtad y, con el paso del tiempo, habían desarrollado una confianza que pronto se convirtió en una amistad.

—Voy a calentar el agua —contestó. No contaba con grandes dotes culinarias, pero siempre hacía lo que podía. Para aquella comida, decidió que la mejor opción sería pre­parar unos fideos instantáneos—. Mañana habrá que hacer la compra, avisados estáis, que no me apetece alimentarme a base de fideos el resto de la semana.

—¿Piedra, papel o tijera, o a ver quién saca el palo más corto?

—¿Qué tienes, cinco años? —Enarcó una ceja.

El otro par se encontraba deshaciendo el equipaje y colocando el equipo electrónico, ya que, cuanto antes estuvie­se preparado, antes podrían empezar.

Aurora no tardó en acercarse a Sira en cuanto la vio protestar por hambre. Se sentó directamente en el suelo, en el rincón al lado de la ventana, y abrió una pequeña lata de comida; sin dejar de acariciar al animal, empezó a analizar su entorno: el apartamento no contaba con mucho mobilia­rio, tan solo lo indispensable para dormir y preparar el gol­pe. Al fin y al cabo, no debía haber distracciones.

—¿Estás cómoda? —preguntó Romeo, el más dulce del equipo, aunque su mirada escondiera cierto peligro. Una vez en el suelo, cruzado también de piernas, levantó una mano por inercia con la intención de tocar a la gata, pero se lo pensó dos veces antes de hacerlo—. Dejaré que coma.

—Buena idea.

Entre los dos se instaló un silencio que él no dudó en romper.

—¿Por qué un collar de diamantes? —Seguía mirando a la felina.

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora