Capítulo 15

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El detective no iba a romper su promesa; la capturaría. La abatiría y le colocaría las esposas para poder apar­tar a esa pobre niña de sus garras; una misión que parecía simple, aunque el proceso fuera impredecible. Había lle­gado el momento de enfrentarse a ella, a la mujer de ros­tro desconocido que, tras cinco largos años de reinado, iba a ser capturada. No encontró una forma más ingenio­sa que entrar aplaudiendo, con las manos desnudas y sin armas visibles.

Al fin y al cabo, ella había convertido aquel robo en un gran espectáculo y él no quería ofrecerle menos. El sonido de sus palmas produjo un eco difícil de obviar y el silencio a su alrededor aumentó la tensión. Quería provocarla, de­rrocarla de ese trono donde se sentía segura y encontrar una debilidad con la que vencerla.

—La ladrona de guante negro —pronunció e hizo una breve pausa permitiéndose saborear el título en sus la­ bios—. ¿No te gustaba el blanco? Aunque... déjame pensar. Si tenemos en cuenta que en un crimen de guante blanco la violencia no interfiere, y tú estás reteniendo a esa niña a punta de pistola..., muy pacífica no eres. ¿Este es tu gran plan? ¿Un simple intercambio? Dime que estoy hablando con la mente brillante oculta tras todos los robos.

Aurora no respondió al instante, tampoco mostró vaci­lación ni apartó la mirada de los ojos que la contemplaban con desprecio, con la indudable ansia por capturarla. Sabía que trataba de apartar a la niña de su lado, ponerla a salvo, pero la ladrona no se iba a rendir con tanta facilidad. El detective no la preocupaba en absoluto y le daba lo mismo lo que le dijera.

—No lo sé, se supone que tú eres el detective —respon­dió siguiéndole el juego. Una provocación por otra—. ¿Pien­sas que soy una simple muñeca de cuyos hilos tiran para controlarla? Además, déjame decirte algo, querido —enfati­zó—: el mundo entero ya me conocía por ese nombre antes de que yo me hubiera presentado siquiera.

El detective inclinó la cabeza y comprendió, en una milésima, que esa mujer no era como los demás atracadores con los que había tratado. A ella le cautivaban la planifica­ción, la seguridad con la que se enfrentaba a todo un cuer­po policial, la conversación con el inspector al mando, las amenazas, las provocaciones... Una ladrona que no robaba por necesidad, sino por placer, para demostrar a los demás que ella era la reina entre reyes.

—¿No dices nada, detective? —sonrió consciente de que él no tenía manera de verla—. ¿Esto es todo lo que tienes? Podrías haberte esforzado un poco más; a fin de cuentas, será nuestra primera y última conversación.

El destino, disfrazado de cupido, negó sutilmente con la cabeza.

—Te veo bastante segura.

—Me ofende incluso que lo dudes —aseveró—. Ahora, si me disculpas, solo he venido a llevarme lo que es mío. Charlotte, cielo, camina —le pidió con la intención de lle­gar hasta la joya.

Sin embargo, Vincent no tardó en reaccionar y, en me­ nos de un segundo, desenfundó el arma y le apuntó. El resto de los policías afianzaron el agarre, incluso el inspec­tor se había colocado al lado de su hombre para brindarle apoyo.

—Quieta —amenazó—. La conversación todavía no ha acabado, así que te sugiero que tires el arma y sueltes a la chica. —Aurora no se movió—. Suéltala, no te lo volveré a decir.

—Vaya, entonces sí que tienes carácter, estaba empezan­do a dudarlo.

Él no respondió, aunque tampoco le molestó el tono de burla, pues había comprendido la razón oculta tras el espectáculo: intentaba distraerlo con una charla sin sentido, incitándolo a que explotara e hiciera algo de lo que pudiera arrepentirse.

Ladrona de guante negro (Trilogía Stella Nera, 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora