Capítulo IX: "Una solución al dolor"

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        Las noticias de su enfrentamiento se esparcieron más rápido de lo que él mismo hubiera deseado. Aún así, no estaba dispuesto a que otra persona o Altísimo se burlase de él. Y cualquiera que se buscara un pleito con él, lo encontraría sin lugar a dudas.
Sus lecciones de esa jornada habían empezado bien, y por el momento nadie había tenido la intención de molestarlo. Al menos eso pensaba, hasta que llegó su última lección que, para su desgracia, era con Sar Isbelia, o mejor dicho Isbelia a secas: no tenía ninguna intención de seguir mostrando un respeto hipócrita y no merecido a unos seres tan crueles como los Altísimos. Parecía que todo iría bien hasta que la mastodonte se ubicó detrás de él y empezó a juzgar su trabajo.

        –Joven Dakari, ya sabemos que su murua no sirve para nada, pero trate de controlarlo. No queremos ningún herido esta vez.– Dijo Isbelia tratando de reprimir una risita malvada y gutural.

        –¿Tiene miedo de que la lastime, Isbelia? – Preguntó descaradamente Dakari, pero sin intención de arrepentirse. Aunque no tuvieran un rostro fijo, pudo sentir como si la Altísima frunciera el ceño.

        –¡Ya estuvo bueno de hacer su Altísima voluntad! ¡Debe aprender a respetar a sus superiores! ...A propósito,– Empezó Isbelia mientras se agachaba y acercaba su tétrica boca dientuda al oído de Dakari mientras le susurraba.– ¿qué le pareció la gran actuación de Sleg, joven Dakari?

        –¡¡¡Todos lo sabían, desgraciados!!! – Exclamó Dakari al darse cuenta de que todo había sido planeado. De nuevo, la manga de Dakari se rompió y apareció otro corte en el hombro que ya tenía lastimado. Isbelia lo había hecho para que Dakari no levantase más la voz. El murua lógicamente desapareció y Dakari reprimió su dolor otra vez mientras mantenía su mirada hacia Isbelia. El odio irradiaba de sus ojos verdes.

        –Retírese. De. Mi. Lección.– Le dijo Isbelia y no tuvo que pedirlo dos veces ya que, antes de que terminara la frase, Dakari ya había iniciado su carrera hacia la puerta del salón para salir.

*

        Mientras bajaba por las escalinatas de esa torre, vio a un grupo de chicas que de igual manera bajaban por la escalinata de la torre de en frente. ¡Lo que le faltaba! Se trataba de Arlet y otras de sus amigas, entre ellas Sonna. Arlet estaba en el centro del grupo, como siempre. No sabía si era porque su propio cuerpo estaba en movimiento, pero le pareció ver que Arlet lo miraba con desprecio, como lo hacían todos los demás... Las noticias habrían llegado incluso hasta ella, quien nunca había demostrado ser aliada de la violencia. Ahora no solo había perdido el respeto de todos, sino que también la única, aunque minúscula, posibilidad de ser alguien ante Arlet.

        Siguió con su huida y sus pies lo dirigieron a la biblioteca de Dustakhan. Irónicamente, la última vez que había estado ahí hace tantas jornadas atrás fue para buscar una motivación para mejorar sus habilidades y ser alguien útil. Ahora, lo único que quería era buscar una solución para calmar su malestar por esas heridas que le causaron los Altísimos, que cada vez que pensaba en ellas, su piel ardía profundamente. Aunque sabía que las peores herida estaban dentro de él y no en su cuerpo. Sentía como si fuera a explotar de la ira y la tristeza. Odiaba el hecho de que los Altísimos jugaran con él sin poder hacer nada. Como si no tuviera pensamiento propio... ¿Acaso el objetivo de los Altísimos era mantener a todos como cascarones sin criterio...? No, se contestó al recordar que sí existía un motivo para todo lo que hacían: los astros. Había que despegarlos.

        Pasó la mano por varios pergaminos y los abría según creía que podrían contener alguna información que le sirviera. Así pasó casi toda la jornada, sin importarle si alguien lo buscaba. Aunque, si lo pensaba bien, ¿quién podría hacerlo? ¿A quién podría importarle lo que él hiciera o dejara de hacer? Era solo un defectuoso, un raro. Un caso perdido...

La Estrella Verde de DustakhanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora