Capítulo XX: "Pequeños"

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Un ligero temblor se sentía por las torres de Dustakhan, pero los pupilos lo tomaron como un efecto al azar de vivir dentro del cráter de un volcán inactivo. Lo que no sabían era que en la Torre Heccu de la Tercera Estrella se habían reunido los Altísimos, y el motivo de aquel encuentro no fue precisamente del agrado del Altísimo mayor.

–¡¡¿¿QUÉ DICEN??!! – Vociferaba Ác, haciendo que la mampostería de las paredes empezara a dejar caer unos pequeños trozos de piedra.

–No entiendo por qué haces tanto lío de esto, Ác.– Contestó Gaiztaker que, a pesar de su sensatez, no le parecía malo que Dakari se hubiera marchado.

–La verdad a mí me parece un verdadero alivio. Dakari finalmente hizo lo mejor que podía hacer.– Dijo Sleg, muy confiado.

–Eso lo dices porque nunca fuiste capaz de cumplir con tu palabra.– Le espetó Rache.

–¡¡Ya cállense todos!! – Volvió a gritar Ác.– No me interesa si les agrada o no que se haya ido. Un murua menos es un murua menos. Aunque haya estado defectuoso, no estoy dispuesto a perder ni una pizca de murua. Y ustedes deberían pensar igual.– Reclamó, denotando la abstinencia y la falta que le hacía aquellas luces a su deforme cuerpo.

–Tiene razón.– Dijo Isbelia después de un momento de silencio entre los Altísimos.– No podemos arriesgarnos a perder nada.

–Además, independientemente del color de su murua o si él era útil o no, está el hecho de que se escapó al mismo tiempo de que desapareció la guía de los pattedaris.– Dijo Aika, exponiendo al fin su teoría.

–Si ambos eventos están relacionados, entonces es el doble de riesgo. Dakari podría hablar de nosotros con quienes vivan en esa concentración de murua.– Sugirió Perisa, preocupada.

–Aunque, esa no sería una idea tan mala...–Comentó Ligesi.

–Sí. Si él obtuvo la guía y se dirigió a aquella concentración, entonces al imitarlo él nos estaría dando en bandeja de plata un festín de muruas...– Dijo Ác antes de reír maliciosamente y proseguir con su explicación a los demás Altísimos.

*

Dakari y Madi habían emprendido ya el viaje de regreso a Dustakhan. Ambos llevaban los sivik para protegerse del viento que soplaba fuertemente al salir del bosque en donde se ubicaba la Congregación Subterránea. Al acercarse a la salida, Dakari pudo ver que, a lo lejos, antes del horizonte, se lograba ver recortada contra la luz rojiza del cielo, la silueta del tenebroso castillo. Y este hecho no pasó desapercibido para Madi.

–¿Qué sucede? – Dakari entonces apuntó con su dedo hacia donde estaba se dirigía su mirada.

–Es allí.– Madi buscó con la mirada lo que él estaba apuntando.

–Nunca me había preguntado qué era ese lugar, aunque la verdad no he salido mucho de la Congregación. Ese lugar me gusta mucho como para querer salir.

–Yo hubiera deseado jamás haber entrado en ese lugar.– Contestó Dakari mientras apuntaba con la barbilla al castillo y proseguía la marcha con Madi siguiéndolo.

–¿Donde vivías antes de llegar allí? – Preguntó ella, curiosa de conocer el pasado de una persona tan lastimada como él.

–Casi no puedo recordarlo.– Dijo después de suspirar y con una amarga sonrisa.– Era una pequeña aldea llamada Santi. Todos llevaban una vida humilde: los adultos trabajaban la tierra o cazaban y comerciaban entre ellos mientras los niños jugábamos. Apenas puedo recordar los nombres de mis padres y de mi hermano, pero lamento mucho ya no recordar sus rostros.–Finalizó mientras soltaba una risa ahogada con un deje de ironía.

–¿Y cómo se llamaban? – Preguntó Madi cada vez más interesada.

–Mi padre se llamaba Heli; mi madre, Peridat; y mi hermano menor, Haladi...Cuando invoqué mi murua por primera vez, recuerdo vagamente que toda la aldea sugirió que me llevaran a Dustakhan. El rumor de su existencia había llegado hasta allí y se decía que las personas que podíamos hacer eso éramos seres excepecionales. No culpo a mis padres, se sentían demasiado orgullosos de mí. Entonces, dejaron a Haladi con una amiga de mi madre y me subieron a la carreta
para partir hacia Dustakhan.– Relató Dakari mientras terminaban de salir del bosque y se encontraron con la gran explanada que antecedía al volcán.

–Bueno no fuiste el único que recibió rumores de un lugar para gente con estas capacidades. Es verdad que todos los humanos la tenemos, pero unos tienen a su estrella escondida y otros la podemos proyectar hacia el exterior. En mi caso, yo también era una niña pequeña cuando logré hacer aparecer mi estrella. Claro que todos en mi familia se emocionaron. También había rumores de un lugar especial. Hablaban de que era un árbol con boca o algo así.– Ambos rieron.

–No es por nada, pero la entrada sí parece una boca gigante.– Dijo Dakari riendo.

–¡Sí, lo sé! – Le contestó riendo.– Las ramas de la entrada no le dan una apariencia muy linda que digamos...De todos modos, eso se decía en mi aldea, y por eso mi padre se había inventado un poema para que entendiera lo que pasaba y para poder guiarme en el camino.

–¿En serio?

–Sí. Escucha.– Entonces, empezó a recitar lo que, según recordaba, le había dicho su padre cuando aún era pequeña.

Pequeña Madi aquí y allá
Pequeña Madi halla su luz
Pequeña Madi gira y sonríe
Pequeña Madi salta y corre

Adiós, adiós dice pequeña Madi
El bosque come vivos pequeña Madi
La boca del árbol se abre pequeña Madi
Lecciones de luces empiezan ahí pequeña Madi.

–Tú padre era muy creativo.

–Mmm...La verdad no rima mucho que digamos.– Dijo Madi con una ligera mueca.– Pero funcionó. Si no, no estaría aquí.

–En eso tienes razón. Además, son versos muy pegajosos, pequeña Madi.– Ambos rieron.

–No eres el primero que me ha molestado con eso. Cuando demostré que tenía talento en las lecciones, Kilian y Kaled hicieron algo similar.– Entonces volvió a recitar.

La pequeña ha ido a pasear Madi
No más pequeña Madi para Madi
La perfección te ha poseído Madi
Y el poder te vuelve una grande Madi.

–Son buenos maestros... No los he conocido tanto como tú, pero me hubiera gustado tenerlos como instructores en lugar de los Altísimos. Me hubiera ahorrado muchas cosas, pequeña Madi.– Dijo mientras movía su espalda para poder calmar el dolor de las heridas que tenía allí. Era como si al recordar el dolor se sintiera aludido.
Entonces, ya se hallaban en media explanada y se podía observar Dustakhan de una mejor manera. Pero algo extraño estaba pasando...

–Mira eso.– Pidió Madi. Se trataba de algo que salía del puente que conectaba al castillo con el resto de la explanada. A Madi se le hacía familiar la figura de quién, o mejor dicho de qué, salía de ahí.

–¿Y ahora qué están planeando esos mastodontes...? – Dijo Dakari antes de que ambos empezaran a correr hacia allí.

La Estrella Verde de DustakhanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora