Capítulo XXVI: "Marca la diferencia"

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Respiraciones agitadas y golpes se podían escuchar desde fuera de una de las habitaciones de la Congregación Subterránea. Aquella era una habitación amplia, casi sin mobiliario, donde los estudiantes se reunían para las prácticas de pelea. Allí se encontraban precisamente Madi y Dakari. Kaled le había enseñado a este último algunas técnicas de pelea y luego los había dejado para que Madi lo ayudara a practicar mientras iba a supervisar el forjamiento de armas. Para esto, Madi había entregado a Dakari un trozo alargado de madera que serviría de reemplazo del kathari o de cualquier arma que fuera a utilizar. A pesar del tiempo que habían practicado, Madi aún no era vencida.

–Dakari, no me estás tomando por sorpresa. ¡Sé perfectamente por dónde vas a
atacarme...! – Dijo Madi con aburrimiento mientras esquivaba otro de los ataques de Dakari.

–¡Es imposible hacer que no te des cuenta...! – Le contestó él entre jadeos mientras se levantaba del piso después de que ella lo hubiera derribado por enésima vez.

–No lo es. Lo que pasa es que estás atacando muy directamente y te guías por el odio que les tienes a los pattedaris. Como cuando atacaste a ese intruso de la Fosa. Si mantienes la cabeza fría y analizas mejor el espacio, podrás encontrar una manera de tomarlos por sorpresa.– Sentenció Madi mientras dejaba su propio trozo de madera.
Decidieron terminar por ahora y tomarse un descanso. Se dirigía a la puerta de la habitación, pasando frente a Dakari, quien cambiaba su camisa por una más limpia.

Al hacerlo, Madi observó su espalda...Tenía unas líneas en relieve, parecían cicatrices de látigos. No pudo evitar avergonzarse por lo mucho que se había quedado observando su cuerpo. Dakari se dio cuenta, para su mala suerte. Con solo los brazos metidos en las mangas de la camisa blanca, él le sostuvo la mirada, no con enfado ni con molestia, pero con serenidad, como si pudiera prever lo que iba a tener que explicar. No obstante, la mirada de sus ojos verdes puso nerviosa a Madi, quien se apresuró por contestar lo mejor que pudo.

–Di-discúlpame. No quería molestarte. Solo...Te-tenía curiosidad sobre esas marcas de tu espalda.– Dakari dio un breve suspiro mientras cerraba los ojos. Entonces, terminó de colocarse la camisa mientras continuaba.

–Digamos que las palabras de los Altísimos duelen más de lo que parece.– Ella asintió y, viendo que en verdad lo había puesto incómodo, decidió retirarse a la puerta. Él, por su parte, la siguió con la mirada y también se dirigió a la puerta. Pero, mientras Madi se cargaba el sivik en el hombro con una mano y con la otra hacía ademán de abrir la puerta, vio su oportunidad. Sigilosamente, volvió a tomar una de las estacas de madera y con su pie barrió las piernas de Madi haciéndola perder el equilibrio. La atrapó con uno de sus brazos y con el otro apuntó hacia su abdomen, simulando que la hubiera atravesado con el arma.

–¿Ahora sí te sorprendí? – Preguntó Dakari, expectante. Ella permaneció observándolo a los ojos mientras recuperaba el aliento, tanto por la sorpresa como por su propia vergüenza previa. Después de unos segundos que a ella misma le parecieron eternos, decidió hablar.

–S-sí...Así está mejor.– Contestó un poco nerviosa, tratando de ignorar el hecho de lo cerca que se encontraban. Aún así, no iba a dejarse vencer. Vio la oportunidad de hacer lo mismo que Dakari. Con uno de sus pies, barrió la pierna en la que Dakari se apoyaba, y antes de caer se volteó y arrebató el trozo de madera de su mano. Al final, Dakari cayó al suelo, apoyado apenas por sus brazos y Madi una vez más apuntaba la madera en su cuello, quedando encima de él.

–...Pero aún te falta mejorar.– Dijo alegremente Madi al ganar esa partida. Después de un segundo, ambos se dieron cuenta de la posición en la que estaban, pero no tenían las fuerzas para levantarse. Se miraban a los ojos y se habían perdido totalmente en los del otro. Dakari nunca se había percatado de la paz que transmitían los ojos celestes de Madi antes, y ella nunca antes había visto unos ojos tan saturados de verde, tan hermosos como su propia estrella. Había que admitir que si los colores resaltaban se debía al salu que ambos llevaban aún en sus ojos. Pero de pronto, ya no eran los ojos lo que les llamaba la atención. Sus miradas habían descendido hacia
sus bocas y, como si quisieran verlas mejor, ambos acercaban inconscientemente sus rostros hacia el otro.

La Estrella Verde de DustakhanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora