¿No les has pasado que cuando ocupan algo con urgencia no lo pueden encontrar? Justo eso me sucedió con la tarjeta que tenía el número de Christopher.
- Maldita sea – bufé dentro de mi vacío y desordenado departamento, había buscado en todos los lugares imaginables sin éxito. Podría jurar que los cajones ahora vacíos me juzgaban. Tenía un vago recuerdo de guardar la tarjeta en mi bolsa, pero después de buscarla varias veces en los bolsillos me rendí y continué con los demás lugares terminando con esta destrucción. Pensar en que ahora tenía que poner todo en su lugar me desmotivaba más - Maldición
Dejé pasar los días decidiendo ignorar el sentimiento de decepción en el fondo de mi mente, si esto no tenía solución entonces no debía de preocuparme. La única forma que funcionaba para mantener mi humor en control era enterrarme en trabajo. Aunque todo esto no me detuvo a pensar ideas locas como preguntarle al padre de Hilary o incluso llamar a su empresa rezando para que pudieran comunicarme con él, pero todo sonaba muy desesperado ¿no?
Ocupé tanto mi agenda que no tuve tiempo personal durante toda la semana, llegando a mi casa por la noche solo siendo capaz de buscar mi cama para dormir. Fue tanta la carga laboral que honestamente se me olvidó la situación, era muy buena resolviendo problemas ajenos y que me pagaran por ello era un extra.
- Zamora – como siempre, Gabriel entró a mi oficina sin tocar, pero ahora tenía la sonrisa especial que utilizaba para pedirme cosas – Diana y algunos más de la oficina iremos al bar de la esquina. Prometí que vendrías.
- Mal por ti
- Vamos – puso su mano sobre los papeles que estaba viendo, haciendo que elevará la vista para verlo – Todos quieren convivir contigo, además ocupas distraerte, no creas que no notamos que estas adelantando trabajo de un mes. Eso no es sano.
- Si levantas tu mano y me dejas terminar iré – su mano se levantó con gran velocidad, su sonrisa ensanchándose. Iba a decir algo, pero lo interrumpí – solo un trago Gabe.
- Trato hecho – dio media vuelta y salió de la oficina, podía escuchar como hablaba con Diana sobre su poder de persuasión y que siempre cumplía sus promesas. Puse los ojos en blanco, aunque una leve sonrisa ya estaba en mi rostro.
Mi equipo era uno de los mejores y siempre se apoyaban entre ellos, ya había negado las suficientes invitaciones como para hacer que mi conciencia se sintiera culpable.
A la hora de salida, apenas me había levantado del escritorio y apagado el monitor de la computadora cuando un Gabriel hiperactivo apareció tomándome del brazo y guiándome hacia los elevadores.
- Apúrate Dianita antes de que cambie de opinión – presionó con impaciencia los botones del elevador. Su emoción me estaba contagiando - corre, corre
- No cambiaré de opinión – reí – ¿puedes soltarme?
- No – volvía a picar el botón de la flecha hacia abajo - esta cosa tarda siglos, Dianita, ya va a llegar, vente - su voz se escuchaba por todo el piso casi vacío. Escuché los pasos apresurados de Diana, al verla venía malabareando con su bolsa y otras cosas mientras trataba de ponerse su abrigo. Yo no podía dejar de sonreír, ¿Hace cuanto que no lo hacía?
Las puertas del elevador se abrieron y mi sonrisa desapareció. Un hombre alto con una cara extremadamente familiar salió del cubo de hierro. Sus ojos oscuros estaban fijos en la mano que rodeaba mi brazo, sin ningún tipo de emoción en su rostro.
- ¿Christopher? – fue lo máximo que pude decir
- Zam, ¿lo conoces? – preguntó Gabriel sin quitar su vista del hombre frente a nosotros.
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UN POCO MÁS QUE ORDINARIOS
Romance- Sube- me dijo con tono seco y demandante - ¿disculpa? - Te llevare a donde necesites- segunda frase completa, bien por él. Pero seguía siendo un extraño - No, gracias, estoy bien- sonreí, se me quedo viendo como si hubiera hablado un dialecto desc...