28. Viejos Amigos

393 16 1
                                    

Diana entró a la oficina informándome que mi cita de las nueve había llegado.
Una sonrisa sincera se extendió por mi rostro mientras me levantaba con rapidez para recibir al visitante, estaba muy emocionada por este reencuentro y se notaba.

- ¡Enrique! Qué bueno que pudiste venir – lo abracé, su altura era la ideal para que pudiera apoyar su mandíbula sobre mi cabeza. Sus brazos me rodearon fraternalmente.

- Hola Zamora, pensé que te habías olvidado de mí – Su sonrisa era grande y característica, con la cual siempre lo recordaba. Aunque siempre usaba trajes formales incluso para fiestas de cumpleaños de sus sobrinos, su aura de relajación era potente y formaba parte de su estado basal.

- Como si lo hubieras permitido – le devolví la sonrisa.

- Por cierto, mi papá te envía saludos – nos acomodamos en las sillas preparándonos para conversar. Los rasgos de Enrique eran casi iguales a los de su padre, aquel abogado canoso quien estuvo presente en la lectura del testamento. Lo único diferente además de disfrutar de su juventud, eran sus ojos azules iguales a su madre. – Siempre me pregunta por ti, pareciera que te quiere más que a su propio hijo.

- Seguramente lo hace – bromeé - por favor, salúdalo de mi parte. Espero que se encuentre bien.

- Más que bien, cuando se enteró de lo que querías hacer me dijo "Ya era hora" – Su risa era la más fácil del mundo, provocada por la más mínima provocación. Mis labios no pudieron evitar curvarse acompañando su alegría.

- ¿Puedo tomar eso como que aceptas ayudarme? – había seguido los pasos de su padre, se convirtió en un abogado exitoso que trabajaba en unas de las mejores firmas del estado, pero yo fui su primer cliente. Nos conocimos cuando seguía estudiando leyes y trabajaba como practicante en el despacho de su padre.

- Nunca lo pongas en duda Zarzamora – utilizó el apodo que inventó para mí y el cual, seguía pretendiendo odiar.

- Hace años que no escuchaba eso – puse los ojos en blanco, pero aun así mi sonrisa no se desvaneció.

- Empecemos a trabajar ya que solo estás perdiendo el tiempo, no has cambiado – saco papeles de su maletín de cuero.

- Quieres que te despida ¿cierto?

- No te engañes Zarzamora, no puedes vivir sin mi – su sonrisa nunca desapareció de su rostro, si acaso, duplicó su tamaño.

Tener a Enrique de mi lado protegiendo mi espalda me daba una tranquilidad que no sabía me faltaba. Aunque seguía herida y molesta por las acusaciones de Christopher, también estaba consciente de que era momento de detener este conflicto innecesario que ya se había extendido más de lo indispensable.



Contacté a mi familia para una reunión de urgencia, citándolos en la casa de mi madre donde actualmente todos estaban viviendo, pero tenía que asegurarme de que todos estuvieran presentes para mi llegada y tuvieran a su abogado con ellos. Trataron de preguntarme la razón de la urgencia, pero mi tono de voz fue tan frío que al percatarse de que no estaba de humor dejaron de insistir relativamente con rapidez. Aceptaron, con un último comentario que revivió mi indignación "Lizzie, espero que no sigas enojada".

Media hora más tarde y acompañada de Enrique, llegué a la casa. Entramos sin tocar, atravesando las puertas de casi tres metros de altura. El eco de nuestros pasos aumentaba mi confianza en una extraña manera, también ayudaba que estaba usando uno de mis mejores vestidos para cerrar negocios que me hacía sentir bien conmigo misma.

UN POCO MÁS QUE ORDINARIOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora