Capítulo 28.

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—Capaz tenemos que ir —susurré cegado por el rechazo.

La cabeza de Emilia se elevó de mi pecho.

La almohada se separó de mi cara permitiendome verla.

—No quiero. —Un puchero se formó en sus labios rosados y brillosos.

Nervioso subí mis ojos hasta los suyos.

Sus orbes verdes me miran con suma atención y curiosidad.

Es demasiado hermosa.

La puta madre.

Tapé mi rostro con una de mis manos avergonzado.

No puedo intercambiar dos oraciones con ella sin ponerme colorado.

Así nunca me voy a animar a dar un paso.

Su suave risa irrumpió con el repentino silencio.

—Cuando te pones así me dan ganas de... —empezó a decir.

—¿De? —consulté todavía ocultandome.

—De muchas cosas —finalizó en voz baja.

—¿Cómo qué? —balbucee sacando mi mano de mi cara.

Ella sonrió mirándome.

—No te voy a decir —concluyó divertida.

A veces su actitud vacila y se asemeja a la mía, pero no tarda en recuperarse y volver a llevar el control de la situación.

Emilia nunca muestra sus debilidades.

Es todo lo contrario a mí.

—Que cagona —susurré intentando molestarla.

Las primeras veces que la molestaba se desestabilizaba y me permitía ver que era una persona como cualquiera. Eso me hacía sentir que no era como todos decían.

Ver esas partes humanas en Emilia, que ella tanto quiere esconder, son mis momentos favoritos.

No puedo negar que me emocionó verla enojarse por culpa de Celeste.

—No soy cagona —discutió poniéndose seria.

La forma en la que arruga levemente la nariz cada vez que se enoja es hipnotizante. Cada parte de Emilia lo es.

Tengo que pedirle perdón a Pilar por haber ignorado sus consejos.

Siento que nada puede evitar que me enamore de la chica que tengo en frente.

—Si sos —concluí acariciando su nariz.

—¿Vos decis? —Elevó sus cejas perfiladas y claras.

Ese tono de voz me da miedo.

—Si —segui molestandola.

—Para mi acá el cagon es otro. —Apoyó su dedo índice en su pecho.

—¿Estás segura? —me hice el desentendido.

—Ajá. —Arrastró su dedo hasta mi mandíbula —. Y vos lo conoces muy bien. —Delineo mi mentón.

—No sé quien es —declaré intentando evitar ponerme más nervioso.

—¿No sabes? —Analizó mis ojos.

—No, ni idea. —Negué.

—Que raro. —Arrugó su pequeña nariz disconforme.

Sonreí sin poder evitarlo.

Los ojos de Emilia bajaron hasta mis labios.

Siento un cosquilleo recorrer todo mi cuerpo.

—¿Me dejas hacer algo? —consultó en voz baja.

Tragué saliva nervioso.

—Podes hacer lo que quieras conmigo —confesé.

Sus ojos volvieron a subir hasta los míos mostrándome el brillo más lindo que vi alguna vez.

—No te podes arrepentir —informó acercando su rostro con cuidado.

—No me voy a arrepentir —aseguré sintiendo nuestros labios rozar.

—Que bueno. —Sonrió levemente y unió nuestros labios.

El cosquilleo desembocó en mi estómago con más intensidad.

Me alegra que mi primer beso sea con la persona que siempre me gustó.

Nunca fue novedad. Desde que tengo uso de razón todos los chicos del colegio gustaban de Emilia y yo era uno de ellos en silencio.

La primera vez que la noté no fue cuando me salvó aquella vez de que me sigan cagando a palos.

Emilia siempre se robaba mis miradas, pero ella nunca me notó.

Narra Emilia.

Nos separamos y miré encantada sus mejillas sonrojadas.

—Que bonito. —Lo abracé con ternura.

Probablemente haya sido su primer beso. Sus labios se movieron con torpeza.

Si fuera otra persona me habría separado asqueada, pero en Ivan me resulta tan encantador.

Levanté levemente mi cabeza para observar su rostro.

Es hermoso.

—Me da vergüenza —admitió.

Encandilada por su ternura e inocencia volví a guiar mis labios a los suyos dejando un pequeño beso.

Las palmas de sus manos rodearon lo más que pudieron mi cuerpo y me acercaron más a él.

Sus toques siempre son tan sentimentales que me asustan.

Los chicos con los que estuve anteriormente solían tocar las partes más vistosas de mi cuerpo ante los ojos de un hombre.

Ivan nunca lo hizo y eso es desconcertante.

Me asusta que él esté buscando algo que yo no puedo darle, pero ya no quiero retractarme.

Voy a intentar dar lo mejor de mí, mientras él esté de acuerdo.

¿Y qué se supone que tengo que hacer después de esto?

—¿Estás bien? —consultó Ivan acariciando mi mejilla.

Salí de mis pensamientos y puse toda mi atención en él.

—Si. —Asentí.

Sus dedos rozaron mi mentón con cuidado.

—Que bueno —susurró deteniéndose con vergüenza.

—¿Tenes hambre? —pregunté sintiendo mi estómago inquieto.

Pude apreciar su expresión relajarse.

—Si, ¿qué me vas a cocinar? —cuestionó haciendo que lo golpee levemente.

—Me vas a ayudar —aseguré.

—Yo no sé hacer nada —informó con inocencia.

—Que inútil. —Bufé levantándome.

—Nosotros tenemos que salir a laburar —jodió siguiendome.

—Por eso el único hombre que amo es mi papá. —Me reí bajando las escaleras.

Es lindo que no sea incómodo.

Bullying; Spreen Donde viven las historias. Descúbrelo ahora