23. Jacob

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Emmaline me tiene irremediablemente loco. He intentado tener paciencia, sin embargo, cada día me lo pone más difícil.

Sentado en el sillón de mi cuarto miro su braga en mi mano. La jodida prenda que podría ser la perdición de cualquiera de los hombres y más de tres en específicos.

Nunca he percibido tanta tensión sexual incontrolable como siento últimamente. Al verla deseo tocarla hasta que mis manos se queden marcadas en su blanca piel.

A la misma vez y con la misma intensidad tengo una maldita posición de sobre protección y cuidado hacia ella. Haría lo que fuera a la persona que le hiciera daño, incluso matar.

Guardo la prenda en el bolsillo de mi pantalón y salgo de la habitación. El teléfono suena y lo ignoro deliberadamente.

Conduzco hasta el viejo puerto a toda velocidad mientras el teléfono sigue sonando. Miro el reloj de mi mano mientras la hora me indica que voy cinco minutos tardes.

La música hacía bailar a la gente y el alcohol moverse como pólvora. Los autos ocupaban gran espacio y los dueños sentados sobre estos rodeados de mujeres. Me posiciono separado de los otros y salga del auto.

—J, ¿Otra victoria? —pregunta coqueta Laritza. Su misión aquí es disparar la pistola que da la salida, sin embargo, busca llevarse al mejor al final de la noche. Una victoria aquí implica llevarte a la cama a la trigueña.

La he tenido tantas veces, que ya aburre.

—¿Qué habrá de nuevo si gano? —inquiero.

—Con Frida —comenta y me guiña un ojo.

A Frida también la tuve, sin embargo, las dos juntas podría ser un incentivo.

—Ok —contesto simplemente eso.

El bullicio empezaba a aplacarse. La carrera estaba a punto de empezar. Entro al auto esperando la salida. Laritza sonríe coqueta provocando desde ese puto instante rechazo. Maldigo internamente. Mi cuerpo se ha vuelto demasiado selectivo, bastante exclusivo. El método Pya ha fracasado. Incluso una decena de rubias no podrían apaciguar lo que provoca esa rubia de ojos verdes.

—Espero que ganes porque me encantaría tener yo la satisfacción de darte la derrota —comenta Edward. Mi más fiel seguidor. Todo lo que me creo es gracias a él, que intenta hacer todo lo que hago, que se pasa cada maldito día buscando la manera de arruinarme.

—Satisfacción me darías. Por primera vez en todo este puto tiempo te saldría alguna jugarreta bien —me río deliberadamente en su cara.

El llamado de Laritza me alerta y el disparo no tarda en llegar. El motor ruge y la salida se vuelve voraz. Participo en estas carreras desde los dieciocho. No hay nada que me inyecte más adrenalina. Es la jodida forma que he encontrado para decirle a la vida que donde me ponga la vivo.

El otro corredor se acerca. Mantener la concentración nunca ha sido un problema. Me sé cada puto camino, cada obstáculo. Este mundo me ha distraído de la realidad, de lo que hace tres años me impacienta. Cuando me di cuenta de que mi posición me permitía obtener los lujos, las fiestas, las chicas, pero había algo que se convertía en inalcanzable.

Una mano se cuela por sí sola en mi bolsillo. Mierda. Toco la puta braga y me desconcentro. El corredor me pasa y la furia en mí crece. Acelero sin medida, dando lo mejor de mí y del jodido coche que me ha acompañado en todas y cada una de las carreras.

El otro no se rinde y yo todavía busco dar más. Falta poco para la meta, así que, o paso ahora o tendré que aguantar las gilipolleces de Edward. Y ya con el tema de Emmaline es suficiente para estar internamente en pleno sismo.

Caer en su juego [Serie Juegos. Libro I]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora