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Todo parece indicar que será un día tranquilo, ha habido muy poco movimiento en toda la mañana.

Estoy detrás del mostrador de la pequeña tienda en que trabajo. Una de esas en la que no piden mucha información ni requisitos para contratarte. La que se ajustaba perfectamente a mis necesidades cuando me decidí a buscar trabajo por primera vez en mi vida, a mis 23, ya casi un año atrás.

Este lugar me encanta, está en un pequeño pueblo a las afueras de la gran ciudad y es bastante tranquilo, sin la más remota posibilidad de encontrarme con alguien que me conozca. La paga no es la mejor del mundo, pero —dado lo poco que hago aquí de todas maneras— no puedo quejarme.

Sé que mi familia moriría de enterarse que estoy aquí y no tomándome un año para recorrer el mundo con mi compañera de universidad Megan Sousa. Me gustaría llamarla "amiga", pero quitando el hecho de que un 65% de su personalidad me saca de mis casillas, lo cierto es que no puedes llamar amigo a alguien con quien no has sido del todo sincero.

Hace poco más de un año recibimos nuestro título en Relaciones Internacionales y se suponía que unos meses después partiríamos en una aventura pautada para durar 365 días, en la que visitaríamos un país nuevo cada semana. Por supuesto, todo esto sería costeado por nuestras respectivas familias como nuestro gran regalo de graduación.

Sí, no suena como una gran aventura cuando lo tienes todo pago, pero nuestra idea de aventura era no saber a dónde iríamos después ni cuánto dinero nos quedaría para entonces, ya que de ninguna manera podíamos pedir más. La idea era tener un gran mapa del mundo y elegir la siguiente locación lanzando dardos. Realmente pensábamos elegir todo lo que haríamos en ese viaje en base a un juego de azar.

Pero el día en que elegimos nuestro primer destino y estábamos en el proceso de comprar los pasajes hacía Santa Lucía, entendí que por primera vez en mi vida tenía dinero.

Bien, esto merece una mejor explicación.

Técnicamente siempre he tenido dinero. Mis padres son dueños de la empresa de construcción número uno en el país y tengo una estrecha relación con la familia más rica y poderosa de toda la nación. Nunca me ha faltado nada, pero nunca he tenido dinero para usar libremente. Nunca antes me habían regalado dinero y yo nunca lo había pedido. Si quería comprar algo siempre tuve dinero en las tarjetas de crédito que mi familia manejaba, siempre tuvieron control de en qué gastaba el dinero al que tenía acceso. Pero con este regalo de graduación, y dado que una de las reglas era que no podíamos utilizar las tarjetas de crédito de la familia, por primera vez tenía dinero que no podía ser en lo absoluto monitoreado. Lo habían depositado en la primera cuenta bancaria que he abierto y manejado por mi misma en toda mi vida y nadie más que yo podía tener conocimiento de a dónde iría a parar ese dinero.

Es por eso que sin pararme a pensarlo mucho tomé una decisión.

Sí, viviría una aventura, pero sería muy diferente. Tomé el dinero y me mudé a las afueras de la ciudad. A un lugar dónde sé nunca se les ocurriría pensar que estaría, ni siquiera por asomo. Busqué un empleo que no fuera muy exigente y me dispuse a hacer un plan de vida.

Aunque no me ha ido muy bien en este último punto. Es decir, todo lo que he planeado hasta ahora es el que de ninguna manera voy a seguir el destino que han establecido para mí. ¿Qué haré para lograr esto? Aún no tengo idea. Pero por el momento me encuentro lejos, ahorrando dinero y demostrándome que soy perfectamente capaz de sobrevivir fuera del mundo de algodón en el que crecí.

—Buen día.

Un cliente ha entrado a la tienda. Es el momento de dejar de rememorar y ponerme a trabajar.

Princesa a la fuerza (Historias de Redomia #1) (DISPONIBLE EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora