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Cada reunión familiar se vuelve aún más incómoda que la anterior.

Luego de nuestra convincente historia de amor —aunque los únicos convencidos son nuestros padres y probablemente se deba más a sus ganas de vernos casados que a nuestra habilidad como mentirosos— mi madre y la de mi renuente prometida se sintieron libres de adentrarse de lleno en los preparativos de la boda, por lo que la última semana hemos estado casi todo el tiempo todos juntos, mientras que la conversación consiste en colores, diseños y lluvias de ideas —porque según mi madre todos debemos participar.

Pero con una novia cuyos ojos se llenan de lágrimas cada vez que alguien pide su opinión para algo relacionado con la celebración y que me lanza miradas asesinas cada vez que dejamos de ser el centro de atención, es evidente que no es algo que se pueda disfrutar.

Una parte de mí se siente tentada a darle a Rosalie lo que quiere y cancelar todo esto, pero mi parte más orgullosa —y más poderosa— está totalmente en contra de esa idea, por lo que, aun con lo molesta que está resultando toda la situación, estoy decidido a seguir adelante.

Debo admitir que el hecho de verla sonreír tontamente cada vez que recibe un mensaje de texto, sin importarle estar frente a toda la familia y cuando se supone que ese tipo de sonrisas deberían estar reservadas únicamente para mí, contribuye a que la parte de mí que quiere acabar con la farsa no adquiera poder.

He logrado escabullirme un rato de toda la charla nupcial y con algo de suerte se olvidarán de que estoy en casa por unas horas. Después de todo he pasado tan poco tiempo aquí en los últimos años que aún se sorprenden cuando se topan conmigo por los pasillos a pesar de ya tener un par de semanas de regreso.

—Andrew.

La voz de mi padre me detiene antes de entrar en mi habitación.

—¿Qué sucede? —pregunto girándome.

—¿Podemos hablar un momento?

—Claro —digo abriendo la puerta de mi habitación y haciéndome a un lado para dejarle pasar.

Cierro la puerta a mi espalda y me uno a mi padre en la pequeña sala a un extremo de mi habitación.

—¿Sucede algo? —pregunto al tomar asiento frente a él.

—No —dice dejando su mirada vagar por los alrededores—. Sólo quiero tener una charla contigo. Hace mucho que no hablamos de hombre a hombre.

Mis alertas se activan. Nosotros nunca hemos tenido una charla hombre a hombre sólo porque sí. De hecho ninguna charla seria que hemos tenido ha terminado bien, siempre resulta que yo estoy mal y tengo que cambiar.

Entre las que puedo recordar se destacan:

1. "No todo lo que para otros está bien es correcto para ti. A diferencia de los demás tú algún día serás rey".

2. "No se trata de lo que quieras sino de lo que te corresponde hacer".

3. "No importa cuánto trates de huir de esto, es tu destino y no podrás librarte de él".

Así que si mis predicciones son correctas está conversación terminará por ser molesta.

—¿De qué quieres hablar?

—Sólo quiero que seas sincero conmigo —se encoge de hombros—. Si hay algo que creas debas...

—No tengo nada que decir —le interrumpo.

Lo veo enderezarse en su asiento y sé que su intento de llevar una conversación como iguales ha llegado a su fin. Ahora hablará el padre... no, el Rey.

Princesa a la fuerza (Historias de Redomia #1) (DISPONIBLE EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora