OLAYA
El sol entra a raudales por la enorme ventana de mi dormitorio cuando me despierto a la mañana siguiente. He dormido poco, anoche estaba tan nerviosa y contenta que apenas pude pegar ojo, ¡pero hoy me siento llena de energía! Tras la partida de cartas volvimos andando hasta el cruce de Los Frutales con El Monte, no dejamos de hablar ni un momento. Los amigos de Sara me contaron cómo se habían conocido unos a otros, lo que estudiaban, anécdotas del pueblo y me preguntaron un millar de cosas sobre Alondra del Mar cuando ellos no están. También aproveché el momento para dejar claro que Cayetano y yo sólo somos amigos y dejé caer que él está interesado en otra persona... si lo entendieron ya no es culpa mía.
Bajo los escalones de casa de dos en dos y saludo a mi madre y a mi tía, que ha venido de visita, dándoles un beso a cada una en la mejilla. Me meto al baño corriendo y, después de hacer mis necesidades matutinas, me pongo el bañador y me tiro de cabeza a la piscina.
¡El agua está helada!
Escucho a los vecinos en su propia piscina y un pájaro vuela espantado por sus risas; tengo la privacidad de la verja que rodea mi casa para escapar de sus ojos, pero no de los de la ardilla que salta de un pino a otro. La observo mientras me relajo en el agua.
Da un salto. La rama tiembla. La ardilla aguanta el equilibrio. Corretea y se para junto al tronco para observarme. Decide que no soy un peligro y baja hasta el suelo para coger una piña. La examina. No le gusta y la tira con fuerza. Corre hasta otro árbol y se sube con una agilidad pasmosa.
Y mientras ocurre todo esto me pregunto cómo debe ser el día a día de una ardilla. ¿En cuántos árboles habrá estado? ¿Dónde tendrá su casa? ¿Tendrá familia? ¿Le gustará Alondra del Mar o soñará con irse de aquí? Debe de ser fantástico poder ir donde quieres sin dar explicaciones a nadie, sabiendo que siempre puedes regresar a tu origen.
Cierro los ojos un momento y me viene a la cabeza un cuento que leía de pequeña: La ardilla hacendosa. Me encantaba porque el propio libro tenía la forma de la ardilla y unos dibujos muy coloridos, la letra grande y poco texto. De pequeña no era muy fan de la lectura. Me pregunto dónde tendré ese libro, ¿estará en el desván? ¿se quedaría en la antigua casa? ¿lo donaría mi madre a la biblioteca del colegio?
Pensar en la antigua casa me pone nostálgica aunque no entiendo muy bien porqué. Apenas la recuerdo. Sé que tenía el suelo de madera y que crujía, era muy vieja y estaba en mal estado, los muebles habían sido heredados de mis bisabuelos y las sillas se rompían mucho...
Mis padres vendieron la casa con todo lo que había dentro cuando yo apenas tenía seis años; recuerdo ese verano en especial porque fue cuando conocí a Cayetano. Tenía casa nueva, barrio nuevo, amigos nuevos. ¡Lloré muchísimo cuando llegó septiembre y tuvimos que separarnos para empezar el colegio!
Se me escapa una sonrisa al pensar en aquel verano. Hace diez años que Cayetano me regaló su primera risa, la recuerdo perfectamente: mellada, ladina, en su cara pecosa y bajo su pelo revuelto.
Cayetano siempre ha sido muy guapo, no comprendo por qué Sara no se ha fijado en él. Debe de estar ciega.
Salgo de mi ensimismamiento cuando llaman al timbre de casa; sin ir a abrir ya sé que es él así que salgo corriendo del agua y me escondo en una esquina de la casa. Mamá le abre la puerta y les escucho darse los buenos días, le dice donde estoy y Cayetano cruza la casa para buscarme. Oigo como deja sus cosas en la mesa: debe ser el móvil y las llaves de su casa por como suena a metal.
Se me escapa una sonrisa.
Sale al jardín. Se acerca a la piscina. Resopla y murmura: otra vez.
¡Y yo corro desde mi escondite para empujarle al agua!
Cayetano me agarra de la cintura y caemos los dos a peso.
Choff.
—¿No te cansas de hacer todos los días lo mismo? —me pregunta cuando saca la cabeza, pasando la mano por su pelo.
—¡No! —respondo cogiendo grandes bocanadas de aire.
Me llegan las voces de mi madre y mi tía desde la cocina, estaban mirando por la ventana y nos han visto caer. Mi tía hace un comentario y mi madre le responde agitando la mano riéndose. No sé qué han dicho, pero Cayetano sí que les ha entendido, pone los ojos en blanco y se acerca al borde de la piscina, sale impulsándose con los brazos y yo voy nadando detrás.
—¿Qué vamos a hacer hoy? —le pregunto moviendo las piernas.
—«Lo que hacemos todos los días, Pinky: ¡Tratar de conquistar el mundo!» —responde parodiando una serie de ratones que veíamos de pequeños.
Cayetano se sienta en el borde y deja caer las piernas dentro del agua, salpicándome, así que me cojo a una de ellas para mantener el equilibrio.
—Te has depilado —observo. ¡Tiene las piernas más suaves que yo!
—Me he puesto la crema que me compró mi madre.
—Vaya. ¿Y va bien?
—No. He estado casi una hora para cada pierna.
—¿A qué hora te has levantado?
—Muy pronto —enfatiza. Suspira y se tumba, así que dejo de verle la cara—. Estaba nervioso, no he dormido casi.
No me hace falta preguntarle para saber que es por Sara así que no respondo nada. Me sumerjo en el agua y buceo de un lado a otro de la piscina, sé que Cayetano se tira por el movimiento que noto a mi espalda y apenas tengo tiempo para salir cuando decide hacerme una ahogadilla.
—¡Un día vas a matarme! —le grito, pero él vuelve a estar bajo el agua.
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Como el sabor a helado de limón
Teen FictionOlaya y Cayetano son amigos desde siempre, y desde siempre Cayetano ha estado enamorado de Sara sin abrir la boca. Es el verano del 2017 y Olaya decide que ya es hora de que su amigo se declare, pero no todo saldrá como esperan.