4 de agosto - OLAYA

9 2 1
                                    


4 de agosto

OLAYA

Hay cosas que no comprendo, como el cambio de actitud de Cayetano. Me ha jurado y perjurado que no ocurrió nada con Sara aquella noche y sin embargo no puedo ni mencionarla ahora. Se pone nervioso, le sudan las manos, tartamudea... Y me cambia de tema.

Hoy ha ocurrido otra cosa más rara aún, mientras veníamos a la nave. Nos hemos cruzado con ella y nos ha saludado con una sonrisa. Ni un insulto, ni una mala mirada, ni nos ha ignorado. De hecho, lo que me ha dejado patidifusa, es que ha alabado mi bikini. Mi bikini. Creo que estaba de coña porque es espantoso, me lo compró mi madre en la tienda esa de souvenirs...

¡Ah, la tienda! ¡Por eso lo ha hecho! ¡Seguro que era uno de los diseños que vendía ella! No lo ha dicho en serio, sólo porque lo ha reconocido.

Ahora me siento más tranquila.

Suelto un suspiro de alivio tan sonoro que Cayetano me mira alzando una ceja. Ojalá supiera cómo se hace, yo levanto las dos a la vez y quedo patética.

—¿Qué pasa ahora?

—Sara estaba rara. —Da un respingo como cada vez que digo su nombre, no me responde—. Pero ya sé porqué.

—¿P-por qué?

Tartamudea, está nervioso. Lo miro. Desvía los ojos, me esquiva. Me muero de curiosidad, metafóricamente claro.

—Mi bikini.

Traga saliva. Me mira el escote durante un segundo y vuelve a esquivar, se pone rojo. Traga de nuevo.

—¿Qué pasa con tu bikini?

—Es posible que Sara tenga el mismo bikini que yo y por eso haya dicho lo que ha dicho. No me extrañaría, seguro que le regalaron mogollón de cosas por hacerles publi. Como a las influencers.

Cayetano vuelve a mirarme el escote, vuelve a desviar la mirada. No suelta prenda. Es raro. Y es más raro aún que ¿me gusta? O sea, que se ponga nervioso al mirarme. Llevamos unos días torpes. Me refiero a que tenemos más cuidado con lo que decimos y hacemos, después de lo de su pirulí. Creo que le da mucha vergüenza.

A mí me dio un poco de vergüenza al principio, lo reconozco, pero he reflexionado mucho, quizá más de lo que debería, y es algo completamente normal. O sea, es como cuando estás en clase y te pasa, no es que te ponga cachondo la profesora de cincuenta años, es que tu cuerpo reacciona así y ya está.

Para mí es más sencillo pensar eso que comerme la cabeza con escenarios en los que gusto a Cayetano, porque le gusta Sara y no hay más que hablar. ¡Y le estoy ayudando a ligársela aunque todos nuestros esfuerzos estén siendo en vano!

O no. Igual no.

Igual aquella noche de la que sigue sin hablarme pasó algo y por eso Sara está simpática.

—¿Te conté que nos han invitado a una barbacoa a casa de Alex?

—¿Quieres ir?

¿Quiero ir? La verdad es que sí, tras la conversación con Aiden me he replanteado muchas cosas, llevo unos días hablando con Dafne, me he enganchado a la mierda de serie que se ve, que es muy mala pero tiene unos giros de guión bastante buenos, y estoy dispuesta a darles una nueva oportunidad si ellos me la quieren dar a mí.

He madurado mucho en estos últimos tres días, puede que desde el accidente. Que te atropelle una furgoneta realmente te cambia la perspectiva.

—Sí, sí que quiero.

—Pues vamos.

Y ya está.

Antes de que me arrepienta le mando un mensaje a mi prima: oye, contad con nosotros para la barbacoa.

Me responde al momento con un emoji y diciendo: ya lo hacía.

—Vale, pues ya está. Yo estoy haciendo amigos, ahora es tu turno. Deberías cantarle la canción.

—¿Cuál?

—La que has estado tocando estos días, I'm yours. Es típica pero a todas las chicas nos gusta. La que diga que no, es una mentirosa.

—No creo que lo haga.

—¿Por qué no?

—Pues porque no. No quiero. No me siento cómodo.

—Caye, ¿qué narices pasó entre vosotros?

—No pasó nada.

—Entonces ¿por qué estás tirando todo el progreso por el balcón?

Mira hacia el balcón y me vuelve a mirar, se le desvían los ojos, los cierra. Suspira. Se deja caer contra el sofá y coge la guitarra.

—Te la puedo tocar a ti.

—Pero yo no soy Sara.

—Por eso.

No entiendo lo que quiere decir, pero el corazón se me vuelve loco y siento que me concentra la sangre en las mejillas.

—No me gusta esa canción.

—Acabas de decir que os gusta a todas. No mientas, se te da fatal.

Cayetano sonríe y empieza a tocar, y aunque le he escuchado durante días esta vez es diferente, me da igual que se equivoque con los acordes, que su pronunciación sea horrible, que se confunda de versos, porque está tocando para mí y sólo soy capaz de pensar: ¿y si mando esta amistad a la mierda y le como la boca?

—Si Sara no sale contigo, lo haré yo —Me río. Y él se ríe, con las orejas rojas, pero no dice nada y eso me rompe un poquito.

Como el sabor a helado de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora