1 de julio - CAYETANO

17 7 4
                                    

CAYETANO


Olaya me ha pedido que vayamos a su antigua casa y yo he accedido, pero cuando le he preguntado qué pasaba no me ha respondido. Ahora temo que haya escondido allí un cadáver y me vaya a hacer cómplice.

Hemos desayunado en su casa, nos hemos secado al sol y ahora estamos bajando a toda velocidad por su calle, que acaba en una curva muy cerrada. Olaya siempre la hace a toda pastilla y siempre le digo que un día va a tener un accidente. Esta vez también lo hago y su respuesta es reírse.

Frena un poco cuando llegamos al cruce entre El Monte, Los Frutales y La Muralla... y que para mí tiene un significado especial porque se ve la casa de Sara. Obviamente Olaya no lo hace por si Sara se asoma de repente al balcón, sin embargo, en ese momento es en lo único que puedo pensar. ¡Ojalá lo hiciera!

Descendemos en nuestro recorrido por la Avenida de la Cereza, pasamos por delante de mi casa desde donde nos ve mi madre y nos grita que tengamos cuidado, y acabamos girando por una callecita para que llegar a la Avenida de la Merluza, que es la principal del barrio de los Pescadores.

El ayuntamiento fue muy original nombrando los barrios y las calles.

Olaya aparca la moto frente a una casa verde, pero no se baja. Se queda mirándola, supongo que rememorando cómo era antes de la reforma. Hace unos años hubo una remodelación en Pescadores y el ayuntamiento concedió ayudas a los propietarios para que no se perdiera la esencia del barrio, ahora es de los más bonitos del pueblo.

—Olaya, ¿qué hacemos aquí?

—Voy a ver si tienen una cosa —responde quitándose el casco.

Baja de la moto y se acerca a la puerta, dejándome a mí con el vehículo preguntándome qué narices hacer en caso de que venga un coche, o una bici, o la poli. Que ya sería casualidad que justo pasaran en ese momento, pero todo es posible en este pueblo.

Mi amiga llama al timbre y tras un par de segundos aparece una señora mayor que sonríe mucho al descubrir que es Olaya. Hablan un par de minutos que a mí se me hacen eternos, desde donde estoy no llego a escuchar la conversación y no se me ocurre sacar el móvil, pero me distraigo observando las casas cercanas. Son más chulas que la mía.

Cuando Olaya vuelve tiene una mueca un poco torcida pero cuida mucho que no se la vea la señora al volverse a ella para despedirse con la mano.

—Nos vamos —dice poniéndose el casco de nuevo.

—¿Qué? ¿Por qué? —pregunto despistado.

—No lo tenía.

—¿Tenía el qué?

—El libro —responde encogiéndose de hombros.

—¿Qué libro?

—Da igual. ¿Vamos a la nave?

Olaya mira una última vez la casa, arranca la moto y sigue descendiendo la avenida. Yo me cojo a su cintura y le pregunto si está bien pero el sonido del motor amortigua mis palabras y no me oye, o eso quiero pensar.

Dejamos de ver coches cuando nos adentramos en el antiguo puerto, entre las gigantescas naves abandonadas. Ahí sólo nos metemos nosotros y los niños cuando hacen pruebas de valor, aunque creo que es algo que se ha pasado de moda porque ya no se acercan tantos como hacíamos antes. Olaya y yo descubrimos nuestra nave porque nos retamos el uno al otro llamándonos gallina.

Bajamos de la moto y cruzamos una verja con un cartel desgastado, pegamos el vehículo a la pared lateral lo máximo posible mientras un gato gris nos observa desde otro edificio ruinoso; tiene la mirada tan fija en nosotros que me pone los pelos de punta y me pregunto por un momento si será un chivato de la policía e irá en busca de ellos para que nos detengan, pero al segundo bosteza y cierra los ojos decidiendo que no somos de su interés.

Cuando atravesamos las puertas rotas y empezamos a subir las escaleras, un sentimiento de vuelta a casa me invade. El sofá sigue ante el ventanal y casi corro a abrir los cristales para poder ver bien el mar, brillante bajo el sol.

Olaya se sienta distraída y me pregunto qué le pasa por la mente, de qué libro hablaba antes y porqué quería ir a su antigua casa. Las piezas empiezan a encajar en el puzzle: se lo dejaría al mudarse. Pero hace diez años de eso, ¿por qué lo querría justo ahora?

—No sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos —murmura.

—A mí nunca vas a perderme —respondo abrazándola.

Olaya sonríe. Eso es todo lo que necesito, que sonría. 

Como el sabor a helado de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora