CAYETANO
La mano de Olaya es cálida y siento cómo aprieta mi brazo con fuerza, como cuando éramos pequeños y subíamos en el saltamontes de la feria. Siempre le daba miedo salir volando en uno de los saltos, su pesadilla más recurrente era que se rompía la atracción y acababa apresada en el asiento, cayendo al fondo del mar y que nadie encontraba su cadáver.
También me la apretaba al montar en la noria, y me gritaba cuando movía la cabina como un loco. A veces soñaba que se rompía cuando estábamos en lo más alto, que se moría y... que nadie encontraba su cuerpo escondido bajo la puerta.
Estoy viendo un patrón muy claro, aunque el trauma le viene por un caso que ocurrió cuando éramos pequeños y una chica desapareció del pueblo sin dejar rastro, justo durante las fiestas, después de estar en la feria con sus amigos. En el colegio de Olaya lo contaban como una historia de miedo con fantasma incluído.
Pero he crecido, he madurado y ahora ya no la asusto cuando subimos a las atracciones, sino que la protejo de sus propios miedos por muy irracionales que sean. Ahora me coge porque dice que no ve el suelo por la oscuridad de la noche, pero hubo luna llena hace tres días y aún alumbra un montón. No me voy a quejar tampoco.
Sigo dándole vueltas a lo que me dijo Dafne.
Y ahora también a lo que me ha dicho Olaya hace un rato, y a lo que le respondido. Joder, claro que es rara, y claro que eso es algo bueno en ella, es que la quiero justo por eso, porque es única, porque es diferente, porque es original y divertida, y tiene ocurrencias especiales que nunca se me pasarían por la cabeza. Y si le digo todo esto de la nada también seré un raro y lo más probable es que la asuste. Dios, que mal.
Y ese cretino de Alex. No pienso mucho en él pero cuando lo hago me hierve la sangre. ¡¿Cómo se le puede ocurrir declararse a Olaya tras todo lo que le ha hecho?! ¿Y que tiene, cinco años? Uff, es que me enfada.
Aprieto un poco más fuerte la mano de Olaya y la acerco hacia mí, ralentizo el paso para no llegar a la zona con luz. Cuando lo hagamos me soltará la mano y no es algo que quiera que ocurra, aunque me está sudando y debería darle asco. ¿No le da asco? No, claro, es Olaya.
—¿Pasa algo? —me pregunta.
—Creo que he visto una rata.
—¿Una rata?
No lo pregunta con miedo, como haría otra chica, como Sara seguramente, sino con curiosidad porque el viejo puerto se conoce por la colonia de gatos que lo habitan. No dejarían una rata viviendo feliz a su bola por aquí.
—¿No sería un gatito?
—Pues igual. No sé, no se ve mucho.
Aún así no se separa mucho.
—Creo que ha habido una camada nueva.
—Todas las semanas hay una camada nueva, deberíais aceptar que tenéis una plaga a estas alturas.
—La protectora de San Juan dice que no es una plaga, y ellos son los que los tienen controlados, así que te callas.
—Me callo, me callo. Pero seguro que en invierno hay más gatos que personas.
—Seguro.
Llegamos a la cadena, la saltamos, la luz de las farolas nos bañan y Olaya no suelta mi mano, así que yo tampoco lo hago. Se me acelera el corazón, me siento imbécil. ¿Y si me declaro? ¿Y si la cago? O sea, antes que Alex. Yo tengo más posibilidades en cualquier caso, de joderla y de conseguirlo.
—Queda poco para las fiestas —comento.
—Sí.
—¿Quieres que vayamos a la feria?
—Como todos los años.
A Olaya le dan miedo casi todas las atracciones y aún así se sube a ellas, es una valiente y una contradicción en si misma. Le encantan las luces de neón y la música estridente, el algodón de azúcar y los peluches cutres de los puestos de tiro, aunque siempre los dona en navidad.
—¿Y al pregón?
—Claro.
—¿Y a...?
—Iremos a todo, Caye, no es como si tuviéramos nada mejor que hacer.
A mí se me ocurren mejores cosas que hacer pero no me atrevo a decirlas en voz alta porque soy un cobarde de manual, así que trago saliva y asiento en silencio con la cabeza.
Olaya me suelta la mano cuando llegamos al paseo marítimo y me siento un cretino decepcionado, sin embargo también se queda parada, cruzada de brazos, con el ceño alzado.
—¿Estás bien?
—¿Sí?
—¿Hay algún motivo por el que no quieras ir a las fiestas?
—Sí que quiero ir a las fiestas.
—Si es por Sara...
—¡Olaya, por favor, deja a Sara fuera de esto!
Sara, Sara, Sara. Hace que me sienta estúpido.
Olaya me mira sin entender.
Yo me seco la mano en el pantalón y se la vuelvo a tender. Ella me mira extrañada, la coge y tiro para que sigamos andando. EL corazón me da un vuelco cuando entrelaza nuestros dedos. Me siento igual de estúpido, quizá más nervioso, y al mismo tiempo estoy muy feliz. No quiero llegar al club, no quiero ir con los atolondrados, tenía que haberle dicho que quiero estar con ella a solas.
—Ay, voy a responder a Damián que vamos para allá.
Me suelta la mano para usar el móvil y ya no me la vuelve a dar.
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Como el sabor a helado de limón
JugendliteraturOlaya y Cayetano son amigos desde siempre, y desde siempre Cayetano ha estado enamorado de Sara sin abrir la boca. Es el verano del 2017 y Olaya decide que ya es hora de que su amigo se declare, pero no todo saldrá como esperan.