12 de agosto - CAYETANO

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CAYETANO

Llegamos a la cadena a las doce y nos encontramos con el grupo de alondrinos allí, discutiendo sobre si deberían pasar o ir a otro sitio. Deben llevar cerca de una hora, calculo, entre lo que hemos tardado en llegar y todo. No se dan cuenta de nuestra presencia hasta que nos unimos a su círculo.

—Dafne, tu cena —dice Olaya.

—Gracias. ¿Qué hacéis aquí?

—Traerte el bocata.

Olaya está nerviosa, me ha dicho varias veces mientras veníamos que no, pero la conozco lo suficiente como para saber que sí. Contrae varias veces los dedos de la mano mala y los vuelve a abrir, es un gesto que hacía de pequeña más a menudo.

—Gracias —responde su prima—. Estamos buscando un sitio para ver las estrellas.

—Están todos en la ermita de arriba.

—Ya, queremos un sitio para nosotros —suelta Álex con esa chulería que tiene siempre.

El viento se levanta un poco y una ola rompe en el astillero, el silencio nos envuelve durante unos segundos. Me noto en tensión, igual que él, que me dirige una mirada desafiante. ¿Por qué me desafía? ¿A qué? Puedo entender que no le caiga bien, que me vea como un rival... Pero no me gusta el mal rollo que crea en el grupo.

—E-este no es muy bueno. —Me trabo un poco al empezar a hablar—. Las luces del puerto se reflejan en el agua, estamos demasiado cerca del paseo marítimo.

Todo lo que he dicho es cierto, es el principal motivo por el que estábamos en El Monte. Nuestra nave es perfecta menos cuando quieres ver el cielo nocturno.

—¿Sugerís algún sitio?

—¿Y si vamos al faro de Delfín?

El faro viejo está sobre una colina a las afueras del pueblo, se accede por una maltrecha carretera secundaria o por un camino que sale desde el otro lado del puerto abandonado. Ya no se usa y está apartado del pueblo, así que es un lugar idóneo.

Casi todos asienten, pero César no se siente del todo cómodo con la idea.

—¿No es peligroso?

—Sólo si te resbalas —responde Álex.

Es el primero en cruzar la cadena y marcar el rumbo, atravesando la única calle de naves destartaladas y pasando ante la ermita del Cristo de la Buena Muerte. Olaya camina a mi lado y Dafne al suyo, los otros van en grupo por delante.

Al principio el camino es de cemento, hubo un trozo que lo asfaltaron antes de decidir que no era la mejor ruta para subir. No lo es, por supuesto, las malas hierbas, la humedad y el salitre del mar se lo han ido comiendo. La ruta turística va por el otro lado, por la carretera. Cuando se acaba el tramo solo nos queda un camino de tierra maltrecha y llena de cardos.

—¿Y si no subimos?

Álex no hace caso, claro, sigue a su bola; César y los gemelos se detienen, y Dafne, que parece la cabeza pensante del grupo, silba al primero para que se dé la vuelta.

—Vamos a hacer una cadena o algo, el peñasco está ahí al lado y no me gustaría llamar a emergencias, que hace una noche muy bonita.

—¡Eso, así si se cae uno, nos caemos todos! —responde Olaya de mal humor.

—¡Pues vamos a la carretera! —concede Dafne.

—¡No entiendo qué tontería es esa de subir al faro, pudiendo ir al monte!

—¡Se le ha ocurrido a tu novio! —ataca uno de los gemelos.

—Solo era una idea...

César da un par de pasos hacia atrás, regresa al camino y se sienta sobre un trozo de cemento. Abre la mochila que lleva y empieza a sacar todo lo de su interior: un bocadillo, dos bolsas de papas, una lata de refresco...

—Tengo hambre —dice encogiéndose de hombros.

Los alondrinos le siguen, regresan hacia atrás y se sientan con él como si no estuvieran gritándose hace un momento, como si no hubiera ocurrido nada. Incluso Álex vuelve para ocupar su sitio entre los gemelos.

—Eh, venga, sentaos —nos llama Dafne.

Olaya no quiere ceder, lo veo en su mirada y en la forma de sus labios, con ese mohín de enfado que lleva, pero no puede pasarse la vida enfadada. La sujeto de la escayola y avanzo tirando de ella. Nos sentamos en el hueco que nos han dejado, entre su prima y César.

—El año que viene nos planificaremos mejor —dice el chico—. Podemos traer hamacas, un mantel...

—Alcohol —añade Álex—. Chicas guapas.

—A tu madre —le responde Dafne.

Los otros se ríen.

—Igual el año que viene sabemos dónde está vuestra guarida.

A mí me da igual que lo descubran o no, porque tras meterle un mordisco al bocadillo de atún con aceitunas que me ha preparado la madre de Olaya me doy cuenta, con retraso como siempre, de que me han llamado «novio de Olaya» y ella no les ha corregido.

Cinco minutos después, el cielo se nubla y comienza a llover.

Como el sabor a helado de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora