1 de agosto - CAYETANO

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CAYETANO

Le he puesto una excusa ridícula a Olaya para no salir con ella esta noche, pero no me ha insistido así que supongo que sigue rayada por lo de antes. Y lo entiendo porque yo estoy igual. Y me siento fatal.

He pensado enviarle un mensaje, decirle algo, pero cada vez que cojo el móvil empiezan a temblarme los dedos y acabo dejándolo. Tengo la garganta seca desde hace horas, me he bebido tres litros de agua, dos limonadas y hasta una coca-cola, y aún así no se me quita la sed. Porque no es sed lo que tengo, sino ganas de morirme.

Tengo puesta la tele de fondo, por escuchar algo y que no me coma el silencio, mamá se ha ido hace un buen rato con sus amigos, supongo que estarán en la plaza tomando cerveza. Igual que los Atalondrados estarán en su lugar de reunión nocturna junto al Club Marítimo, y los Alondrinos se habrán reunido en algún sitio.

¿Dónde estará Olaya?

Doy un respingo cuando escucho el timbre de la puerta y corro hasta allí con el corazón en la boca. Abro y la veo, con sus enormes ojos avellanas y su pelo meloso, y no la beso en este mismo momento porque es Olaya e igual me suelta una hostia.

—¿Tienes palomitas?

Pasa por mi lado como si nada, como si mi casa fuera la suya, y se dirige a la cocina para abrir el armario donde sabe que las guardamos. Trastea entre los primeros objetos, pero la caja está en el segundo estante y no llega. Y podría convertir esta escena en una comedia romántica de Netflix, pero no lo hago y dejo que pegue un salto ridículo para hacerse con ella.

Dios, me gusta Olaya. Me gusta mucho Olaya. Y podría gustarle yo a ella. O sea, puedo hacerlo, ¿no? Igual que ella me gusta a mí. Y podría... Pero podría no ser así. Podría no gustarle y cagarla mucho. Pero ¿y si sí?

Como el sabor a helado de limónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora