CAYETANO
Ver a los alondrinos y a los atalondrados juntos ya no me parece tan novedoso, se han llevado muy bien y son todos muy sociables, se relacionan unos con otros como si se conocieran de toda la vida. En parte porque lo hacen, porque somos todos del pueblo aunque unos vengan más y otros menos.
Lo que no llevo bien es la relación extraña que se ha formado entre Sara y Alex.
A ella la tengo completamente superada, la he visto y no he sentido nada de nada. Es una chica guapa, atlética, con mucho estilo, pero ya está. De hecho, cuanto más hablo con ella, más incompatibles me parece que somos. Lo nuestro jamás habría funcionado, por suerte.
A él no lo aguanto porque es un chulo y tiene una patada en la boca, y me flipa lo caradura que es. Ha pasado el brazo por los hombros de Olaya mientras hablaban y, aunque ella se lo ha quitado de encima tres veces, lo ha vuelto a pasar una cuarta. Sé que Olaya no quiere que intervenga, pero me molesta.
La antesala del cine no ha estado tan llena en años. No solo estamos nosotros, que a lo tonto somos dieciséis personas, es que Aiden ha venido con sus amigos, alguien ha corrido la voz y ahora hay un montón de curiosos que quieren empezar la serie.
O, por lo menos, hacer algo diferente en Alondra.
Don Eusebio pone a Dafne a recoger las entradas, a Olaya a vigilar que no se cuela nadie, y yo echo una mano a César, quien se está encargando de que todo funcione correctamente (cuando ha probado el sistema de audio hace un rato daba un par de fallos).
Cuando lo tenemos todo listo para comenzar nos damos cuenta de que nos hemos quedado sin sitio en la sala.
—¿Somos idiotas? —pregunta Dafne.
—¡No seáis bobos, os he dejado el mejor lugar, el gallinero!
Pasando una cortina en la sala del proyector hay dos sofás enormes, puede que los más cómodos y nuevos de todo el cine, con la vista espectacular. Don Eusebio nos cuenta que es su lugar favorito de Alondra, cuando era niño y no tenía dinero se colaba en el cine y, para que no le pillasen, subía ahí a ver las películas. De joven llevaba a su novia, quien luego fue su mujer, para tener intimidad. Y esperaba que César, a quien al parecer le gustaba el cine, se convirtiera en su heredero.
—Bueno, si la alcaldesa Olaya Soler nos hace alguna subvención, podríamos reformar esto un poquito y darle una segunda oportunidad.
—Subvención concedida.
El señor se va porque no le interesa lo que vamos a ver, dice que es muy viejo para estas batallas modernas, y es César quien coge el micrófono para anunciar por megafonía que hagan el favor de apagar los móviles y guardar silencio mientras se proyecta el episodio. Apaga las luces de la sala, pulsa el play y el capítulo comienza.
No me entero de nada.
Olaya está sentada a mi lado, se quita las zapatillas y se apoya en mi hombro. Cinco minutos después está haciendo círculos en mi pierna derecha. Sé que no es consciente de ello, pero me distrae.
Dafne y César se dedican a comentar en susurros todos los detalles que van encontrando. No es la primera vez que lo ven, tienen un montón de teorías. A medida que la trama avanza, van subiendo el nivel de la conversación y al final, alguien de la sala de abajo, les chista.
Cuando termina me he quedado como al principio, pero todo el mundo sale diciendo que debería hacerse una sesión semanal, que el verano que viene tenemos que ponernos de acuerdo en una serie corta que nos una como hoy.
No sé muy bien cómo, terminamos cenando en el restaurante de Tony con los atalondrados y los alondrinos, después vamos al Kawaiice a por helados y al final jugamos otro backstories de Damian.
—El domingo es mi cumpleaños y es el último día que estamos todo el grupo —dice antes de despedirnos esa noche—. Estáis invitados, por supuesto.
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Como el sabor a helado de limón
Teen FictionOlaya y Cayetano son amigos desde siempre, y desde siempre Cayetano ha estado enamorado de Sara sin abrir la boca. Es el verano del 2017 y Olaya decide que ya es hora de que su amigo se declare, pero no todo saldrá como esperan.