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Capítulo 19

El piso del cuarto está helado cuando Clara posa los pies sobre él, pero no la impacta como todas las mañanas. No busca las sandalias que usa para esquivarlo, sino que se funde con el mármol, refugiándose en lo cercano y similar que lo siente. Si hubiese amanecido con un bloque de hielo en la mitad del cuarto, no la hubiese sorprendido.

Todos siguen durmiendo, el silencio de la casa tan pesado que se puede escuchar el murmullo del viento. Baja las escaleras y se acerca a la ventana del salón, corriendo las cortinas blancas para dejar entrar la luz del sol que no llega como espera. Afuera, las calles están completamente mojadas, la lluvia que se avecinaba finalmente cayendo en la madrugada. Las hojas de los árboles aún gotean, y una sensación de alivio barre el interior de Clara. Quizá hoy siga lloviendo lo suficiente para impedir que le toque salir de casa.

Rápidamente, incluso antes de que esté completamente despierta, esa ilusión se esfuma. Recibe un mensaje de Cristina mientras prepara café, dos con azúcar para Félix y su padre, y un chocolate caliente para ella. Hoy es el día que te olvidas de ese bobo. A Clara le provoca reír por las ocurrencias ilusas de su amiga, pero no lo hace porque aprecia enteramente que la ayude incluso cuando no la entiende.

Había querido matar a Fernando ayer y Clara había respirado con más facilidad cuando Penélope le había interceptado el camino y no se había quitado hasta que Cristina se volvió a sentar en la cama. Había pasado de excitación al saber que lo habían hecho en el baño, a una rabia profunda cuando le contó lo de la pelea. Es que los hombres si son tremendas ratas, había dicho, no pueden perder una. Incluso Penélope, que era la que más la apoyaba en lo que sentía y la que tenía esperanzas de que todo saliera bien, la había mirado con los ojos esmeralda tristes y una sonrisa complaciente, y había negado con la cabeza, Creo que no puedes tener una mejor respuesta para todo esto. Y si ni siquiera ella entendía que seguía haciendo ahí, Clara se sintió derrotada al final de la noche, ahogada y sucumbida por el corazón destrozado.

Tiene media hora de estar sentada en el sofá, chocolate en mano, y la mirada perdida en la pared cuando escucha a Félix bajar las escaleras. La saluda con una inclinación de cabeza. No le había preguntado nada en el taxi de camino a casa aunque Clara tenía el presentimiento de que lo sabía todo. Tampoco parecía querer decir algo ahora, solo se acerca a agarrar el café que está en el microondas, ahora solo tibio como le gusta tomarlo, y se sienta al otro lado del sofá, prendiendo el televisor. Son mañanas lentas generalmente en casa de los Henriquez, ninguno de los tres integrantes de la familia siendo personas mañaneras. Se mantienen en silencio y siguen viendo programas de sábados hasta que Clara se levanta para empezar a arreglarse.

"¿A dónde vas?" pregunta Félix antes de que llegue a la escalera. Clara sube dos escalones y se recuesta en la baranda.

"Tengo que bañarme. Ahora vienen por mí." No quiere sonar misteriosa, pero tampoco quiere contarle lo que hará. Se desilusiona al notar que todo está cambiando. Félix solo levanta una ceja, esperando más información. "Voy a salir con unos amigos de Cristina."

Él ladea la cabeza. "¿Amigos? ¿Qué amigos?"

"Los conoceré hoy."

"¿Por qué?"

"¿Por qué los conoceré hoy?" Félix tiene las cejas enarcadas. Clara no logra identificar si es de sorpresa o de irritación.

"¿Qué van a hacer?"

"Vamos a la piscina. Con el calor que hace queda genial."

Ambos voltean a mirar fuera de la ventana, el cielo completamente nublado y el viento que anuncia que no ha acabado la lluvia, moviendo las ramas de los árboles. Clara se encamina escaleras arriba antes de que sigan la conversación.

De antes, para siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora