Capítulo 10 / Fernando
La tormenta movía las olas con fuerza y las remontaba por encima del asta del barco, mezclados con el cielo tumultuoso entre rayos, centellas y truenos. Fernando intentó arriar la vela pero la turbulencia hizo que con cada intento cayera al plan nuevamente. La verga del mástil más alto se reventó al chocar con una ola y la vio caer hasta que chocó contra el suelo, y el impacto hizo que la cuerda se reventara y lo golpeara en la sien. Cayó inconsciente sobre la cubierta del barco, con los brazos extendidos a su lado y la fe de su destino al mando de un mar que no perdona. Una gota luminosa le cayó en el rostro, en mitad de todo el aguacero, y Fernando recuperó la conciencia para darse cuenta que tenía la muerte inminente tocándole los pies. Se arrastró como pudo sobre la cubierta y se alejó de la popa, para esconderse detrás de la superestructura en el centro. Se encontró de frente a la proa del barco. Los movimientos dejaron de causar náuseas y vio el resplandor del sol salir al horizonte.
El sonido de un sartén cayendo al suelo remueve a Fernando sobre la cama. Abre los ojos y siente el dolor de cabeza arrancándole tranquilidad. Mira el reloj. Seis de la mañana. Media hora de sueño perdida. El día aciago comienza. Se restriega los ojos y se incorpora, sintiendo la pesadilla en la espina dorsal cuando se estira. El primer pie que posa sobre el piso es el izquierdo.
Las voces que escucha en la cocina intentan ser bajas pero fallan deprimentemente en el intento. Sale del cuarto para asomarse por el pasillo y la escena ante él le causa un temblor de tristeza. Su madre está intentando poner huevos a cocinar, fingiendo que no le molesta cuando alguien juega cerca de la estufa, mientras Eric le agarra el uniforme de enfermera y lo jala hacia él, en una añagaza porque olvide que acaba de regresar luego de meses de estar haciendo quién sabe qué, dónde, y con quién. Su madre se ríe ante el jugueteo, Eric sigue engañando. Fernando corre al baño y vomita la bilis. Siente un mareo como si el piso bajo sus pies temblara.
Anuncia su llegada a la cocina con un gruñido grave y se acerca a su madre para abrazarla por la espalda, quitando las manos de Eric del camino. Este se incorpora en la silla del comedor y lo saluda con una voz almibarada. "Buenos días hijo, pensamos que no ibas a levantarte nunca."
Frío. Seco. Degradado. Manchado.
"¿Hicimos mucho ruido, cariño? Tu desayuno aún no está listo."
Miseria. Escasez. Apetito.
"No te preocupes. Llevo un mes entero desvelado."
Se acerca a la nevera a buscar leche y jugo de naranja. Siente la mirada de Eric como dos navajas clavadas en la espalda.
A Fernando le impresiona lo inescrupuloso que puede llegar a ser el hombre que está sentado en la mesa de su casa, sonriéndole como si fuera la luz personificada y no el capullo que le trata de dañar la vida día a día. Tamborilea los dedos en la tabla a un ritmo alegre que va en discordancia con la oscuridad del crepúsculo. Fernando cierra la puerta de la nevera con la punta del pie y se arrima a una silla que saca con fuerza y livianez al tiempo, separándola de la mesa abruptamente pero sin hacer ruido sobre el suelo.
Eric atraviesa una mano a través de la mesa cuando lo ve sentarse e intenta tocarle la mano. "Todo va a estar bien ahora, hijo mío. Ya estoy aquí."
Fernando evita el toque como una serpiente que se envuelve en sí misma.
Todo va a estar bien ahora, dice él. Como si no hubiese vuelto a la casa tocando el timbre insistentemente, tan insistente y con poco disimulo que dos personas de las casas cercanas, la de al lado y la de al frente, habían salido a revisar de donde venía el ruido que no cesaba. Pudo entrar por la puerta sin caerse, cuenta su madre, pero se tambaleó en sus brazos y buscó su boca para darle un beso de saludo. Aparentemente esto la había debilitado porque había sonreído en esa parte. Fernando había llegado a la casa rehusado por completo a la situación, con los brazos cruzados sobre el pecho y las ganas de tener un bate de baseball en la casa. Jamás se había sentido tan afligido, como un animal, capaz de cometer atrocidades. Pronto el sentimiento disminuyó, pues Eric siempre llegaba carismático y de buen humor, haciendo chistes y recordando historias sobre cada esquina de la casa. Fernando se sentía incapaz de arremeter contra una persona indefensa. No pienso causar disturbios, había dicho y fingiendo que intentaba convencer a su madre de que podía dormir en el sofá, pero completamente consciente de que ella jamás dejaría dormir a ninguna persona allí.

ESTÁS LEYENDO
De antes, para siempre
RomantikaClara pensó que su meta de perder la virginidad antes del nuevo año escolar estaba desecha hasta que, la última noche antes de comenzar clases, tiene un encuentro furtivo con Fernando, el mejor amigo de su hermano, que los deja a ambos intrigados y...