↷ ⋯ ♡ᵎ 𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖛𝖊𝖎𝖓𝖙𝖎𝖓𝖚𝖊𝖛𝖊

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Shinobu pronto descubrió que le gustaba dormir más de lo que siempre había sido normal para ella. En los sueños no la perseguían los horrores que la rodeaban y podía ver a las personas que anhelaba. Pero cuando más comenzó a amar dormir, menos debía hacerlo. El shoji de su habitación se abrió con brusquedad, dejando entrar la luz del día.

Eso y el grito de su hermana la despertaron sin gracia alguna. —¡Levántate!

La sensación del sobresalto era horrible. —¡¿Qué puta meirda pasa?!

—¡Es casi medio día, Shinobu! —gritó Kanae, extendiendo los brazos. —¡Despierta, hay muchas cosas por hacer!

Lo denominaron "control de daños colaterales". Su padre había cometido dos grandes estupideces que habían bastado para llevar a la familia a la ruina total, pero aun estaban de pie y tenían que luchar por mantenerse.

Los sirvientes tuvieron una reunión el mismo día que ocurrió la gran pelea y Sanemi dio la voz sobre las preocupaciones de todos: ¿Cómo les iban a pagar si no tenían dinero? Kaneshiro les explicó la situación y fue claro en que no habría paga en algún tiempo, pero prometió que no haría falta ninguna de las otras cosas que ya tenían: techo y comida. Tres días después, se fueron algunos de las personas importantes que trabajaban para la familia. El contador, los capataces y algunos pajes de la cocina. Sería cuestión de tiempo antes de que comenzaran a irse los demás. La carta a Reizo fue enviada y estaban a la espera de una respuesta, aunque todavía no se sabía sobre el matrimonio de quién Kaneshiro había negociado, ni los términos del mismo.

Cuando Shinobu llegó al área del comedor, encontró lo mismo que llevaba viendo cuatro días seguidos: Sanemi, Tamayo, Kanae y su padre sentados en la mesa familiar, con un montón de papeles y el poco dinero que aún les quedaba.

—Duermes como si no tuvieras trabajo. —se quejó Sanemi.

—Me disculpo. —ya no le quedaban espacios para respuestas sarcásticas.

Ella iba a sentarse, pero antes de poder hacerlo, el tirón en el centro de su abdomen la detuvo. Arrugó la frente, puso sus dedos sobre los labios y todos los demás se dieron cuenta.

—No más vómitos en la mesa, Shinobu. —le advirtió Kaneshiro.

Shinobu salió al pasillo y tomó un viejo jarrón que le habían dado días antes para cuando tuviera que vomitar. Cuando terminó, una sirvienta le ofreció un pañuelo y le quitó el jarrón sucio. Ya ni siquiera tenía ánimos para avergonzarse por ello. Durante esos días, los vómitos y las nauseas se habían vuelto constantes, pero era de esperarse. Todos tenían algún tipo de dolencia y a todos se le veía en la cara.

—Tenemos en nuestros depósitos comida para algunos meses más. —dijo Sanemi, revisando por milésima vez sus documentos. —Podemos aguantar unos cuatro meses si la distribuimos bien. Pero no será suficiente hasta cuando se recojan las ganancias de las cosechas.

—Podemos vender algunas cosas. —sugirió Kanae. —Tenemos algunas joyas y telas que compramos recientemente.

Shinobu vio en la cara de su padre que eso le parecía humillante, pero no tenían muchas más opciones. Las voces de todos se mezclaron mientra hablaban de otras posibilidades y soluciones, pero todos se callaron cuando la de Kaneshiro se hizo oir.

—Tenemos correspondencia para su madre. —levantó una carta, pero no le dio la cara a ninguno. —Es de su abuela.

—Mierda... —balbuceó Kanae. —La abuela viene. Y también el tío Gyomei.

Kaneshiro se quedó esperando que alguien la tomara. —¿Nadie la leerá?

—Es de mamá. —respondió Shinobu. —Tiene que leerla ella.

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