↷ ⋯ ♡ᵎ 𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖙𝖗𝖊𝖎𝖓𝖙𝖆

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Sacar a Tsutako no fue rápido y sencillo, aunque eso lo esperaba. Era molesto la facilidad con la que comercializaban a las mujeres, excepto cuando implicaba sacarlas de allí.

Le dijo a Tanjirou, Zenitsu e Inosuke que salieran de la ciudad y tomaran caminos separados¹. Él se quedó con Sabito en una casa de Yoshiwara. Como no estaban pagando por los servicios de las cortesanas, les cobraban extra por todo. Estaban en una de las casas de placer del corazón de la ciudad, justo frente a la enorme casa de apuestas donde, en el último piso, estaba el hombre que había comprado a Tsutako: Muzan Kibutsuji.

Muzan era dueño de una casa de apuestas y varios burdeles. Además, proporcionaba la seguridad a la ciudad, así que las demás casas le debían dar tributo. Era, quizás, la persona con más influencia en el lugar. 

—¿Crees que lo hace a propósito, o de verdad hay tanto papeleo solo por liberar a una prostituta?

La pregunta de Giyuu llegó cuando ya el cielo estaba oscurecido y lleno de estrellas, cuando la ciudad estaba despierta. En el balcón, tenía los ojos puestos sobre el último piso de la casa de apuestas. Sabito estaba sentado escribiendo algo en la mesa de la habitación.

—Creo que lo hace porque no le agradas. 

—Tsutako ni siquiera le sirve. —refunfuñó. —Genera más pérdidas que ganancias. No lo entiendo.

—Justamente, las pérdidas son más deudas para ella. —el comentario de su amigo era cierto. 

Alguien los llamó a la puerta. Era Kiyo, una pequeña niña de unos ocho años que ejercía como kamuro². Traía en sus manos una gran bandeja con comida para los dos.

—Buenas noches, Giyuu-sama y Sabito-sama.

—Hola, Kiyo-chan. Gracias por la comida. —respondió Sabito.

Giyuu entró a la habitación para sentarse a su lado y comer. —¿Quieres comer algo, Kiyo-chan?

Si tenía que elegir quién en ese lugar sufría más, probablemente la respuesta segura serían las Kamuro. Eran cortesanas en formación, aunque al mismo tiempo, eran solo niñas y la mayoría acababa de ser vendida por sus familias al barrio rojo. Las demás habían sido secuestradas o eran hijas de las cortesanas. Ellas eran las que hacían casi todas las tareas de servicio, porque aún no podían prostituirlas. Como eran normales los malos tratos, no era una sorpresa que a veces no comieran.

—No, no, Giyuu-sama, en la cocina Naho y Sumi me están esperando para comer. Muchas gracias. Además, no está bien que les quite comida a los clientes.

Giyuu vio a Sabito apretar los labios con pena. Su compañero tomó seis galletas de arroz que tenían en sus platos y se las dio a la niña.

—No le digas a nadie que te las di.

Ella dudó en tomarlas, las miró como si nunca alguien hubiera hecho eso con ella. Alguien en el pasillo gritó su nombre y las tomó por reflejo, las escondió en su bolsillo y les hizo una reverencia a ambos.

—Gracias.

Se fue corriendo hacia la salida de la habitación. Una cortesana estaba en la entrada con las manos sobre las caderas y una expresión de enojo con la niña. Aunque Kiyo no había hecho nada malo, en cuanto pasó frente a ella le dio un golpe en la cabeza y ella solo siguió caminando. La mujer era una de las muchas cortesanas que diariamente enviaban para persuadirlos de adquirir los servicios reales de la casa.

—Nuevamente, no vamos a pagar por sexo, señorita. —Sabito había comenzado a servirse.

La mujer siguió caminando hacia ellos. —No estoy aquí para ofrecerles sexo. Me enviaron a comunicar que Kibutsuji-sama espera a Tomioka-san después de su cena. También informa que deben dejar la ciudad a mayor brevedad en la mañana.

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