↷ ⋯ ♡ᵎ 𝕮𝖆𝖕𝖎́𝖙𝖚𝖑𝖔 𝖛𝖊𝖎𝖓𝖙𝖎𝖈𝖚𝖆𝖙𝖗𝖔

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Cuando Kaneshiro le explicó a su mujer que haría el intercambio por Shinobu en una semana, ella casi lo ahoga en sus lágrimas y un abrazo. Cuando comenzó el día, Shimiko quería que al regreso de Shinobu tuviera un recibimiento cálido, con todas las cosas que le gustaban, así que comenzó a encargarse de ese aspecto. También comenzó a escribirles cartas a sus familiares sobre que Shinobu ya estaba por volver.

Kaneshiro se quedó en su estudio. Había sacado de su tesorero el cofre donde tenía todo el dinero que habían solicitado para Shinobu. Puso una mano sobre el cofre y cerró los ojos, depositando toda su fe y esperanza en el contenido.

Además de ese asunto, ese día Kaneshiro tenía correspondencia. Tomó la carta que era de mayor prioridad y estaba por abrirla cuando un sirviente se anunció en la puerta.

-Kochou-sama, buenos días.

-Buenos días.

-¿Se me permite pasar, por favor? Tengo noticias.

Kaneshiro tomó la carta que estaba por abrir y la guardó en uno de los compartimientos de su escritorio. -Puedes pasar.

Se trataba de uno de sus lacayos. El hombre se arrodilló frente a él, sin mirarlo a los ojos.

-Kochou-sama, le ruego perdone mi atrevimiento el día de hoy. -él se veía nervioso. -Me temo que... tengo malas noticias para usted.

Él lo miró con confusión. -¿De qué se trata?

-Al parecer, en el pueblo se ha esparcido un rumor. Le aclaro que es solo un rumor y yo no creo en esas--

-¿Qué rumor? -lo interrumpió, con su tono tornándose más severo.

-Hay quienes dicen que... que hace unas noches, se vio a la señorita Kanae-sama dejar sus aposentos... -los ojos de Kochou se expandieron y separó ligeramente sus labios. -para encontrarse con Shinazugawa-san en los establos para... tener relaciones.

Apenas había terminado de hablar su sirviente, cuando Kaneshiro estrelló su puño contra la madera del escritorio, provocando una abolladura y haciendo que loa elementos sobre él rebotaran.

-¡No vuelvas a repetir esto jamás!

El hombre se echó para atrás ante la repentina reacción. -Mi señor, lo siento, yo solo--

Kaneshiro tomó al lacayo por la ropa y lo acercó hacia él. -¿Quiénes dijeron esto? ¡Dime quiénes dijeron esto!

-L-lo siento, Kaneshiro-sama, me lo dijo una vendedora en el mercado. Ni siquiera sé quién se lo dijo a ella.

-Son solo calumnias contra mi hija. -respondió con dureza. -¡No son más que mentiras y chismes para ensuciarla!

-Lo sé, Kochou-sama, lo sé. Kanae-sama y Sanemi-san tampoco serían capaces de algo así...

-No vuelvas a repetirlo. No se lo digas a nadie más. -le advirtió. -Y no quiero que esas cosas se digan en mi propiedad. Así que dile a todos los demás que está prohibido que lo mencionen.

-Sí, Kochou-sama.

-Si la señora Kochou se entera por boca de alguno de ustedes, afrontarán consecuencias. ¿Entendiste? -su lacayo asintió frenéticamente. -Y tampoco quiero que molesten a mi hija con esto.

Kaneshiro despidió al lacayo con la noticia. Se quedó furioso e irritado en su lugar, respirando sin control y pensando en lo que había dicho. ¿Acaso era verdad lo que estaban diciendo? Sabía que ambos estaban enamorados, pero no los veia capaz de hacer algo como eso. Alguien estaba difamando el honor de su hija mayor. ¿Quién había sido? ¿Alguien de la servidumbre? ¿Un lacayo, una doncella, un jardinero?

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