Diez años es mucha diferencia, pero cuando el deseo se siente en el mínimo roce, entonces es inevitable fingir que hay estabilidad entre ambos, más cuando los ojos son su propio enemigo.
La "nena" ya tiene veinte años, pero él se sigue tapando la ca...
Estoy en el baño, limpiando los rastros de barro que tengo pegados en el cuerpo y el cabello. Estoy sonriendo como boluda cuando recuerdo los minutos pasados, sin creer que Juani se haya atrevido a tirarnos al barro a Felipe y a mí. La osadía de que Felipe haya terminado con nosotros en el barro era que Juani fue exclusivamente a buscarlo adentro del hotel. Aún recuerdo el recorrido de suciedad que fue dejando para poder atraparlo, después, la cagada a pedo nos la comimos todos, pero la anécdota ya estaba, y no me arrepentía de nada.
Termino de limpiarme el cuerpo y cierro las llaves de agua caliente y fría. Me estrujo el pelo y salgo envuelta en una toalla, medio estúpido igual, porque solo me limpié para meterme a la pileta climatizada del hotel. La maya la llevaba puesta abajo, una bikini negra, y la única que tenía por desgracia. Observo el lugar, está completamente vacío y eso me pone feliz ya que podía tener mi momento de tranquilidad.
Había sido un día agitado y divertido, pero estaba anhelando llegar a este momento, por lo que no le dije a nadie que vendría a la piscina, solo a mis papás. Si bien me llevaba bastante bien con Juani, también necesitaba momentos de soledad.
Dejo la toalla en un tendedero de metal que está en la pared y me meto de a poco, bajando los escalones con cuidado. Cierro mis ojos y me relajo cuando siento que el agua me cubre todo el cuerpo. Nado boca arriba, pataleando lentamente y disfrutando la profundidad de la pileta. Pero mi soledad no dura mucho cuando siento una voz a unos metros de distancia, cuando abro los ojos, veo a Enzo en la orilla.
—¿Qué haces acá? —le pregunto, notando que lleva una toalla colgada en el hombro.
—Vengo a relajarme, ¿Vos qué haces acá?
—Hago lo mismo.
Asiente con la cabeza y se acerca al tendedero para dejar también sus cosas, desde lo profundo veo como se saca la remera y se acerca a los escalones por donde bajé yo hace un rato. Mi giro y nado lejos de él, teniendo miedo de tenerlo tan cerca y que se repita lo mismo que en la mesa de billar. De solo recordarlo el corazón se me acelera y siento escalofríos recorrerme el cuerpo. Agarro una pelota que me encuentro en el camino y la pongo abajo de mi estómago para poder flotar con tranquilidad.
—¿Estuvo bueno el barro? —me pregunta, sintiendo que está más cerca de lo que esperaba.
Cuando me giro a verlo ya tiene el cabello mojado, dándome a entender que nadó bajo el agua para acercarse a dónde estoy yo.
—Super divertido. —respondo.
Trato de encontrar la mínima cosa para distraerme, pero su pesada mirada no ayuda en casi nada, y hasta siento la necesidad de decir algo más para terminar con el silencio infernal que se crea. No le doy ese privilegio, después de todo, las "nenas" como yo no saben hablar con los adultos como él, ¿O no?
—Te llevas re bien con Juani.
—Super.
—¿Es muy gracioso?
—Demasiado.
—Eso veo.
—Sí.
—¿Tenemos algún problema nosotros? —pregunta tajante, y me contengo la risa porque su tono parece algo desesperado. —. No sé, te noto distante.
Vuelvo a mirarlo a los ojos y me alzo de hombros, bajándome de la pelota y pasando por su costado. Rozo su brazo con el mío apropósito y nado de nuevo hacia la otra punta, notando que me mira sobre su hombro, una acción que hace que se me resbale la bikini por las piernas, no literalmente.
—No, nada, ¿Por?
—No sé, por tus respuestas quizás.
Suelto una risa y me digo a mí misma lo desgraciada que estoy siendo. Una caprichosa, pero tengo motivos, así que no me dejo caer del pony al que me subí.
—Perdón, es que siendo una "nena" se me dificulta hablar con los ancianos.
Escucho su carcajada detrás de mí y no puedo evitar sonreír también, el comentario fue tan directo que espero haberle pegado muy en el fondo.
—Entonces es por eso. —murmura.
—No sé de qué me hablas.
Me doy la vuelta, haciéndome la boluda cuando le pregunto aquello, pero se me estanca el aire en los pulmones y de repente se me baja el azúcar cuando veo que lo tengo a menos de un metro. No me había percatado que yo estaba yendo en dirección a la esquina de la pileta, con una bestia siguiéndome el paso sigilosamente.
—Yo creo que sabes bien de lo que hablo —dice con una sonrisa, mientras que la mía se desvanece de a poco. —. Te ofendiste.
—Porque no soy una nena, Enzo.
—¿Y qué sos entonces, Oriana? —su pregunta, en aquel tono ronco, solo hace que trague saliva con dificultad.
Cuando mi espalda choca con la esquina de la pileta sé que no tengo escapatoria, y me pongo nerviosa de antemano por lo que pueda llegar a pasar. Mantengo mis ojos en los suyos cuando veo que él se sigue acercando, sin tener una barrera que lo detenga.
—Soy una mujer.
Veo como aprieta sus labios y niega con la cabeza. Cuando apoya ambas manos en la orilla de la pileta, acorralándome, no sé dónde meterme. Se me seca la boca y me tiemblan las manos, pero agradezco que no pueda ver eso.
—Te dije que me lo demostraras. —vuelva a hablar en ese tono ronco.
—¿Y cómo tengo que demostrar algo que vos estás negado a aceptar? —pregunto ahora yo, sonriendo cuando veo que su rostro se desconfigura. —. A lo mejor soy mucha mujer para poco hombre... como vos.
Nos quedamos en silencio y es ahí cuando me doy cuenta lo cerca que está, nuestros pechos casi rozándose entre sí. Llego a escuchar su respiración y a sentir el calor que emanan sus brazos, lo cuales siguen encerrándome en la esquina. Me alzo de hombros y me hago la desinteresada.
—Pero bueno, a veces uno ve lo que quisiera realmente ver para no tener que sentirse tan culpable, ¿No Enzo?
Con mi mano le doy un par de palmadas a su bícep, sintiendo con esa simple acción que mi piel se va a prender fuego, y yo con ella si no me alejo ahora. Me hundo en el agua y paso por debajo de su brazo para poder salir de su pequeña cárcel. A medida que voy saliendo del agua siento su mirada sobre mí, y aprovecho para hacerme la linda, sabiendo que lo dejé con la palabra en la boca.
—Por cierto, Enzo —digo al agarrar mi toalla y secarme con ella. —. Si te la vas a tirar de canchero, no cagonees después. A mí tampoco me gustan los nenes.
Salgo del lugar con la sonrisa más victoriosa que pude haber tenido en mi vida, aún si tengo los nervios a flor de piel.
Quizás me pudo ganar en el billar, pero esta vez yo le di vuelta a la jugada, y por supuesto, me llevé la victoria.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.