Capítulo 11: Cayendo en pecado

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Advertencia: Leer este capítulo bajo responsabilidad. No me responsabilizo de las alteraciones que podrías llegar a sufrir... De antemano disculpen por algún error de ortografía. Ahora sí, disfruten de la lectura. 



El ambiente es elegante, impone poder, fortuna y fama. No dejemos de lado la armonía de los invitados, incluyéndome. Es un lugar donde las risas, los cotilleos, además de las bromas y chistes sin gracia van y vienen de un lado a otro captando la atención de personas que coincidían después de meses o por primera vez interactuando. No paso por alto las miradas lujuriosas entre invitados masculinos como femeninos.

Confieso que me ponen nerviosa, pero me gusta el ser apreciada por los demás, aunque por las máscaras no reconozco quienes sean.

Tampoco es que los conozca o seamos amigos íntimos, pero hay veces en que he llegado a toparme con clientes a los que he vendido mis cuadros o simplemente que habíamos coincidido en otros eventos.


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De la mesa de bocadillos en la que me encuentro, me dirijo a la barra donde preparan las bebidas mientras recorro mi vista alrededor del salón en busca de mis mejores amigas. Clary salió hace unos segundos para ver a Sam. Le pido a la chica que prepara las bebidas una copa de vino tinto bajo el escrutinio de Sor Benita, no puedo darme el lujo o arriesgarme a ser pillada con una bebida alcohólica fuerte, por lo que no me deja opciones. Está entre el vino, la champaña, bebidas con mayor contenido de alcohol, sin alcohol y las dulces. Prefiero por el vino.

Estoy por voltear otra vez para ver si ya entraron al salón mis amigas, pero me topo con un traje que obstruye mi visión. Tiene una complexión que reconozco. Mira hacia arriba y efectivamente era la persona que supuse. Alejandro se coloca a mi costado, su fragancia exquisita inundando mis fosas nasales. Es embriagante.

Instintivamente cierro los ojos memorizando una vez más su aroma. Es salvaje, como adentrarse a un bosque prohibido al amanecer, donde la frescura del cedro se entrelaza con la menta, despertando mis sentidos como las primeras luces del día. El almizcle deslizándose sobre mi piel, susurrando en tonos cálidos y sensuales que me envuelven como los rayos del sol acariciando mi cuerpo al medio día. Me debilito de una manera en que mis sentidos se adormecen, para darle paso a sentimientos confusos.

Alejandro Presley, aquel ser de ojos azules tormentosos pude reconocerlo cuando llegué y créanme que fue un orgasmo visual verlo mientras bajaba las escaleras para acoplarme con el grupo que una sutil sonrisa fue plasmada en mi rostro por las emociones del momento, claro, además de los nervios.

Tuve que sostenerme de la barandilla para no irme de bruces y apartar la mirada para no verme delatada más de lo que tal vez ya estaba.

El espécimen a mi costado no se ve como alguien consagrado en vida a Dios, sino que hasta podría compararlo con la oscuridad. Un ser oscuro proveniente del mismo infierno en el que si seguía interactuando o pecando con mi consciencia sobre Él, llegaría, llegaríamos a formar parte del fuego mismo, sin negar que tal vez tuviéramos un desenlace tétrico, sin salida, lleno de dolor y agonizante.

—¿Whisky? —El acento marcado ruso no solo calentó mi sangre, sino que mi corazón no fue lo único que palpitó.

Alejandro es un ser exquisito. Producto de los dioses, o Lucifer. 

—Prefiero el vino —. Miento, no vuelvo a verlo por más que me veo tentada a perderme en sus pozos azules.

«Ahora mis favoritos.» 

SACRILEGIUM [+21]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora