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Los ojos del ángel siguieron al niño con intensa precisión, mientras corría, gritaba y lloraba.
Hoy era el día en que iba a morir, y Vaggie sería quien se encargará de ello.
O al menos eso era lo que ella pensaba, hasta que realmente lo vio;
Arrinconado, encogido y gimiendo, su pequeña figura acurrucada sobre sí misma en una inútil forma de autodefensa. Él era un niño.
Un niño en el infierno.
La mirada de la exorcista se suavizó, su máscara de determinación cayó al polvo mientras se sentía abrumada por la culpa. Se suponía que debía matar a este niño y hacerlo sin cuestionarlo. ¿Pero cómo podría? Si este niño estaba en el Infierno, debió haber hecho algo horrible, ¿verdad?
Pero, aún así era un niño.
Vaggie se quedó helada, no pudo evitar mirar fijamente a la desafortunada alma, que estaba a punto de morir joven por segunda vez… En sus manos.
Ella no pudo hacerlo. Por mucho que intentara controlarse a sí misma. Esta fue la gota que derramó el vaso.
El ángel siempre se había sentido culpable por la sangre en sus manos, y había llegado a aceptar que era su deber en algún punto, ¿Pero esto? Ella no mataría a un niño. No importaba lo muerto que ya estuviera o lo desagradable que hubiera sido en su vida pasada.
Antes de que pudiera pensar, las palabras ya se habían escapado de sus labios.
ーCorre. ¡Ahora!
Y él lo hizo. Por un momento, Vaggie se sintió casi orgullosa. Había salvado una vida, un alma, y se sentía… bien. Quizás incluso habría sonreído, si no fuera porque podrían verla.
El cielo tenía reglas estrictas, ella lo sabía. Sabía que todos los pecadores, sin importar qué, tenían que ser masacrados, y la misericordia nunca sería una opción.
Una sombra apareció delante de ella, un ángel, y el miedo se acumuló en el cerebro de Vaggie. Rápidamente se giró y se encontró con la mirada de la teniente Lute, la mano derecha de Adam.
A pesar de la máscara que ocultaba su rostro, Vaggie podía sentir el desdén puro que emanaba del cuerpo de Lute. Fue sorprendente. La lanza de la desertora cayó al suelo cuando Lute la agarró con fuerza del brazo y levantó una amenazadora espada.
Todo sucedió muy rápido, a partir de ahí.
Lo primero que Vaggie sintió fue la sensación del frío acero contra su cara, y luego el repentino y punzante dolor en su cabeza cuando su nervio óptico se deshilachó y se deshizo, antes de partirse en dos. Un grito estridente hirvió en su garganta y estalló con violenta intensidad, y Vaggie pudo sentir las estridentes vibraciones que trepaban por su laringe y hacían castañetear sus dientes.
