Capítulo 20: Dandelions.

185 32 17
                                    

Durante el almuerzo de unos días después, Quirón informó a los campistas que se acercaba la fecha en que los mestizos visitaban en Olimpo, gran instancia para charlar con los dioses y disfrutar de una gran fiesta. Ollympia se habría emocionado de no ser porque ya no le interesaba volver a tener contacto con su madre. A las horas de las comidas quemaba la comida que menos le gustaba solo para no hacer diferencia con los demás mestizos, porque si hubiera podido no se habría levantado de su asiento para hacer ninguna ofrenda. 

Cuando el centauro salió del comedor, dejó a toda la mesa de Afrodita conmocionada. Las chicas hablaban sobre qué usarían para la gran noche, sobre si las demás necesitaban ayuda con los peinados y sobre cuanto ansiaban ver a su madre. No era común que los dioses y sus hijos se vieran muy a menudo, por eso aquellas oportunidades causaban tanta ansiedad en los jóvenes semidioses.

Durante la tarde de ese día, Ollympia y Annabeth se sentaron a descansar bajo la sombra de pino. A un par de metros se encontraba la cabaña de Atenea practicando movimientos de batalla para así intentar hacer a su madre orgullosa, a pesar de que sabían que estaría demasiado ocupada como para presentarse en la fiesta del solsticio. Annabeth había pasado su mañana practicando, así que ahora leía con gran esmero las paginas de un antiguo libro escrito en griego. Ollympia no tenía intenciones en perfeccionar ninguna de sus destrezas, así que se escapó de la cabaña 10 para evitar que la tomaran como maniquí para los vestidos.

Ninguna decía mucho, la hija de la diosa de la sabiduría estaba demasiado ansiosa por ver a su madre, a quien idolatraba por sobre todo, cegada por la casi nula posibilidad de por fin conocerla cara a cara con la que había soñado desde muy pequeña. Y la hija de la diosa del amor solo podía pensar en mantener su mente ocupada para no pensar en lo que pasaría al día siguiente en la fiesta del Olimpo.

—Buenas tardes, señoritas —dijo Luke, llegando de la nada, sin que alguna de ellas pudiera advertir su llegada. Se acostó junto a ellas en la hierba. 

Ninguna de las chicas dijo nada. Ollympia quería hablar con él sobre el asunto del que todos hablaban, pero no podía hacerlo con Annabeth allí. Ella admiraba demasiado a su madre, y no quería que su odio molestara a la pequeña niña. Este era un asunto suyo.

Pasaron la tarde leyendo en silencio, sin un solo sonido que las molestara. Cuando se acercó la hora de la cena, Annabeth se levantó y limpió sus pantalones para dirigirse a su cabaña. 

—Tengo que ir a revisar unos papeles —dijo. Cosas de capitana. Luke asintió se despidió de ella.

Pasaron un par de minutos en completo silencio. Ollympia leía girando las paginas con más violencia de la necesaria al mismo tiempo que Luke descansaba su cabeza en su espalda. 

—¿Quieres hablar sobre lo de mañana? —preguntó, como si estuviera leyéndole el pensamiento. Tal vez así era, la conocía demasiado bien como para saber lo que pensaba.

Quitó la cabeza de la espalda de la chica para que pudiera darse la vuelta. Por primera vez se miraron a los ojos.

—No quiero ver a mi madre —dijo, soltando un bufido.

—Yo tampoco quiero ver al mío.

—Pero el tuyo siempre está de viaje para estas fechas. Jamás lo hemos visto pasearse en el Olimpo durante el solsticio.

—Tienes un buen punto —admitió.

—No quiero ni verle la cara —se quejó —. Si pudiera me saltaría esta estúpida fiesta.

—Antes amabas ir —recordó Luke —. Bailar con los dioses menores te parecía divertido.

—Exacto, antes. Esa es la palabra clave.

game of perfect betrayals [Luke Castellan]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora