Capítulo 29.

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Susan.

Mis ojos pesan al abrirlos, veo el frio techo blanco, cierro y abro poco a poco para acostumbrarme a la luz, trato de levantarme, pero rápidamente me acuesto. Me duele la cabeza como un demonio. No entiendo nada, ¿Dónde estoy? ¿Qué pasó?

Suelto un suspiro pesado y volteo la cabeza, me asusto al ver a George recostado en la pared, cruzado de brazos, con su mandíbula apretada, y mirándome serio, molesto. Me asusta verlo así, pero también me da otra sensación, se ve muy sexi. De todas maneras ¿Qué le pasa?

—¿Qué haces aquí? —me siento en la camilla con cuidado— y ¿Qué pasó?

Él suelta un suspiro y mira al techo como si estuviera pidiendo algo a Dios, me mira y se acerca con pasos firmes y apresurados.

—¿Por qué mierda no te has alimentado? —pregunta entre dientes.

Mierda.

Agacho la cabeza.

—Eso no te importa.

—Claro que me importa, me importa más de lo que crees, mierda Susan, es tu salud—exclama serio.

Lo miro seria, y trato de levantarme, pero él lo impide poniendo sus manos en la camilla en cada lado de mi cuerpo, su cercanía me pone mal, está muy cera, él parece importarte muy poco y sigue con su cara de enojado.

—Estoy bien—respondo.

—¡Ya basta! ya basta con que estás bien—sus ojos me miran fijamente—. Si lo estuvieras, no te hubieras desmayado, no has comido nada ¿Desde hace cuánto? —me mantengo callada, él respira hondo—. Bien, si así quieres jugar está bien, pero yo ya me cansé.

Lo miro confundida.

—¿De qué hablas?

Antes que pudiera responder, entra la enfermera.

—Ya despertaste, que bien—me sonríe—. Susan has tenido un desmayo por tu falta de alimentación, tienes bajas los niveles de glucosa en sangre, tendrás que ir a ver un médico.

Hago una mueca.

—Gracias, pero no lo necesito.

—Un mierda, claro que iras—exclama George.

Frunzo en ceño.

—Toma, aquí está lo que me pediste—la enfermera le entrega una tarjeta a George—. Es un buen médico, yo ya hablé con él y hasta les dará un descuento, le ayudará demasiado.

George asiente sin despegar su mirada de mí.

La enfermera se despide y sale por unos minutos.

—¿Qué pretendes? —lo miro seria—. Desde ya te digo que no iré a...

—Lo harás, ya te lo dije, yo ya me cansé, no estoy dispuesto a ver como la chica que quiero se mata poco a poco, no lo haré, no lo voy a permitir—recalca cada palabra—. Intenté darte tu espacio, intenté aceptar que estés angustiada por algo que no tengo la menor idea, pero esto olvídalo, así que dime, ¿vamos por las buenas o te llevo cargada?

Trago grueso, me pone muy nerviosa este hombre, trato de hablar, pero tenerlo así de cerca, solo empeora la situación.

—No.

Ni siquiera sé porque dije eso.

Mierda.

George asiente y chasque su lengua, de un tirón me tiene agarrada en su hombro como un saco, como sostiene con una mano como si no pesara nada.

—¡George bájame! —exclamo—¡George!

—Te puse a elegir mi amor, y tu solita lo decidiste.

—¡No, no, no George Hoffman bájame en este instante!

Luz En La Oscuridad [✓] Libro#2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora