Capítulo cinco

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Byeol observó a Hoseok que estaba sentado comiendo.

Hoseok se mantuvo con la cabeza agachada.

Desde el incidente de la bolsa, Seung había obligado a Hoseok a desayunar, comer y cenar con ellos.

Hoseok no podía levantarse hasta que todos terminaran de comer.

— Quiero que Hoseok me acompañe a comprar unas cosas.

Hoseok se tensó y miró a la mujer confundido.

Seung volteó a verla y asintió.

— No puedo, tengo mucha tarea que hacer.

— Nadie te preguntó si podías o no, vas a ir a donde tu madre te diga. — lo miró con seriedad.

Hoseok asintió lentamente.

Después de comer, Byeol y Hoseok salieron de la casa en el auto, se dirigieron a una casa de empeño.

Ambos se bajaron y entraron.

Hoseok no entendía que hacían ahí.

— Vengo a empeñar esto. — sacó las joyas que solían ser de Dawon, las mismas joyas por las que le habían dado una paliza.

Hoseok observó las joyas con furia contenida enterrando sus uñas en la palma de su mano.

Byeol lo miró con una sonrisa en los labios, amaba verlo contener su enojo.

No importaba cuántas maldades le hiciera a Hoseok, el nunca respondía o se quejaba, simplemente se reprimía todo y soportaba el castigo que su padre le diera.

— ¿De verdad quiere vender las joyas? Son bastante costosas y demasiado hermosas, si yo fuera usted me las quedaría.

— Mi marido le regaló estas joyas a una prostituta, así que quiero deshacerme de ellos. — sonrió. — Me encantaría deshacerme de todo lo que le pertenecía a esa zorra. — miró a Hoseok.

Hoseok salió furioso del lugar, pero lo detuvieron los hombres de su padre.

Después de unos minutos, Byeol salió del lugar con una bolsa de plástico y una gran sonrisa en el rostro.

Byeol se acercó a Hoseok y le dio una cachetada.

— No vuelvas a avergonzarme de esa manera.

Hoseok la miró.

— Y tu no vuelvas a hablar así de mi mamá…

— ¿Qué dijiste? ¿Acaso quieres recibir una paliza?

— A mi puedes hacerme lo que quieras, pero con mi mamá no te metas, porque no respondo.

Byeol se rió y se acercó a la oreja del menor.

— Tu mami es una zorra. — susurró en su oído y se alejó.

Hoseok la jaló del brazo y le dio una cachetada sin pensarlo dos veces, no le importaban las consecuencia de esa acción, lo único que quería era que dejaran de decir tonterías de su difunta madre.

Byeol sobó su mejilla y agarró del cabello a Hoseok jalándolo hacia un callejón.

— He sido muy buena contigo, maldito mocoso. — lo aventó al piso, le quitó la navaja a uno de los hombres y marcó la piel del brazo del menor con una “K”

Hoseok trataba de liberarse y de gritar, pero los hombres lo tenían agarrado y habían tapado su boca con una tela.

— Esto es para que aprendas a no meterte conmigo. — presionó la herida que sangraba.

Hoseok no paraba de llorar del dolor y la humillación que sentía.

— Ahora siempre que veas tu brazo vas a acordarte de mí. — sonrió.

Hoseok miró a la mujer, nunca iba a olvidar ese día y esa sonrisa macabra.

Seguramente tendría pesadillas de ese suceso, y aunque no las tuviera, siempre tendría esa marca para recordarlo.

Al regresar a casa el menor se encerró en el baño de su cuarto y mordiendo una almohada gritó de frustración y desesperación de ver la marca en su brazo.

En la escuela Hoseok no tenía amigos, honestamente nunca se sintió parte de nada, además de que todos lo miraban como si fuera un bicho raro.

Muchos lo ignoraban y otros lo molestaban haciéndole maldades o burlándose de él, con todas las cosas que le pasaban en casa había aprendido a nunca quejarse o resistirse a lo que le hicieran, pues tenía una marca que se lo recordaba todos los días.

La mayoría pasaba de largo, nadie se detenía a ayudarlo o defenderlo, todos se hacían los desentendidos pasando de largo, pero un día un chico se detuvo a ayudarlo.

— ¡Déjenlo en paz! — empujó a los bravucones.

Hoseok lo miró con ojos brillantes y sintió que el chico irradiaba luz, sin duda era un héroe sin capa.

Los chicos empujaron a Hoseok tirándolo al piso y salieron corriendo de ahí.

El chico nuevo se acercó y le dio la mano.

Hoseok dudó en darle la mano por un rato, pero lo hizo para levantarse y alejarse de él.

— Gra-gracias. — murmuró bajando la cabeza.

El chico nuevo sonrió y lo miró con ternura.

— ¿Estás bien?

Hoseok asintió lentamente.

El chico quiso acariciar la cabeza de Hoseok, pero este salió corriendo por la acción.

Era obvio que había creído que le iba a pegar, parecía un cachorro indefenso que no confiaba en la humanidad por todo lo que había tenido que vivir.

Un cachorro que cada que ve que alguien levanta la mano piensa que es porque será golpeado, así que se hace chiquito por el miedo que siente.

Hoseok le recordaba a esos perros que vivían con miedo caminando de puntas en el mundo, solo sobreviviendo.

El chico nuevo comenzó a cuidar de Hoseok tomando su distancia para no incomodarlo.

No quería asustarlo, al contrario, quería ganarse su confianza para que Hoseok se sintiera cómodo estando con él.

Cuando dejaron de molestarlo, Hoseok tuvo algo menos de lo que preocuparse, y eso lo hacía sentirse agradecido con aquel chico nuevo.

Ahora solo debía preocuparse de no cometer ninguna equivocación en su casa.

Había días en los que Hoseok se cuestionaba su existencia, no entendía porque había venido al mundo o que cosa tan mala había hecho en su otra vida para estar pagándolo en esta.

Muchas veces deseó morirse para poder estar con su mamá, para poder tener la paz que tanto anhelaba, esa paz que tantas veces le fue arrebatada a golpes, insultos y humillaciones.

A veces la idea de morir no le parecía tan descabellada, sabía que nadie lo extrañaría y que eso sería más fácil a tener que seguir sobreviviendo.

𝙀𝙣𝙚𝙢𝙞𝙜𝙤𝙨.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora