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Peter.

Mi madre me observa con detenimiento desde el otro lado de la cocina. Había estado rehuyendo a sus encuentros porque era consciente de que tan pronto como pusiera un pie dentro de la casa, no se guardaría sus cuestionamientos.

—Dilo ya —murmuro sintiéndome incapaz de seguir tolerando la mirada escudriña que me lanza.

—Deberías invitar a Lali a comer —dice acercándose—. A menos que la super estrella sea tan presuntuosa como para no aceptar una comida casera.

—Lali no es presuntuosa —objeto con el ceño fruncido.

—Entonces no debería tener problema para aceptar una invitación a comer —dice.

Lo dudo, es cierto que le había dicho a Lali que deseaba mantener las interacciones familiares en el límite, pero parecía que comenzaba a salirse un poco de control.

Yo ya conocía a sus padres, incluso a esos amables tíos que parecían tener intenciones de golpearme el rostro, y a su hermano también.

Valentin pareció la única persona que no deseaba golpearme por salir con su hermana, quería pensar que le agradaba.

Pero Lali no conocía a mi familia, y no estoy seguro de si es una buena opción. Mi madre parecía no superar aún el hecho de mi ruptura con Liana, y en cierta parte lo entiendo. Salí años con ella, era parte de mi familia, dejarla ir de una manera tan abrupta era difícil de procesas.

—Es una mujer ocupada —murmuro llevándome a la boca el par de galletas de avena que Grecia ha dejado en el recipiente de cristal—. Tiene conciertos, ya sabes, lo que hace una super estrella.

Mamá entrecierra los ojos hacia mí, las esquinas de sus bonitos ojos grises se achinan mientras me mira de una forma intensa.

—¿Por qué siento que eres tú quien no desea invitarla?

Atrapado.

—Sé que no te agrada —eleva las cejas con un gesto de incredulidad—. Sé que aún no me pasas el haber roto con Liana, sé que la querías mucho, casi como una hija. Así que no quiero hacer sentir incómoda a Lali, no quiero que la hagas sentir como que desearías que fuese otra chica en vez de ella quien estuviera sentada en la mesa.

Mamá permanece en silencio, Amelia Smith nunca ha sido capaz de disimular sus emociones, su rostro expresivo es algo que mi hermana Grecia ha heredado. Sus ojos vuelven a entrecerrarse debajo de las cejas perfectamente depiladas.

Mi madre es una mujer conservada, a sus casi cincuenta años aún se preocupa por su aspecto, tanto que pasa horas en las estéticas cuando decide hacer "un cambio".

—¿Has hablado con tu padre de esto? —inquiere.

—¿Qué tiene que ver papá?

—No creo ser la única que no aprueba esta relación.

—Y ahí está —resoplo—. ¿Lo ves? Justo por eso no planeo invitar a Lali, te conozco, Amelia. No voy a arriesgarme a que la hagas sentir incómoda.

Me incorporo del asiento, me limpio los dedos eliminando las migajas de galleta y miro a mi madre.

—No pasará —afirma—. Sabes que soy una mujer de palabra.

Entorno los ojos hacia ella, no estoy convencido de que un encuentro entre las dos mujeres resulté precisamente bien. ¿Sabes lo feliz que le haría que Lali viniese a almorzar?

—Lo pensaré —respondo—. Aunque es un juego sucio que utilices a Grecia.

Mamá ríe, me acerco a ella y deposito un par de besos en sus mejillas.

365 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora