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Peter

He estado una semana en el hospital, y ya odio este lugar. Pero odio más todo lo que el traumatismo trajo consigo.

Empujo la comida con brusquedad cuando mi boca no es capaz de sentir el sabor, el aire de frustración me envuelve otra vez y me apoyo contra la almohada.

—La comida no se empuja —reprende Lali frunciendo las cejas.

—No sirve —me quejo y ella suaviza el rostro.

—Dale tiempo, escuchaste al doctor —dice y me quita la bandeja para colocarla sobre la mesita de noche que está a un costado.

Sí, escuché cada maldita palabra del doctor. Escuché como dijo que mis reacciones motrices tardarían en volver, escuché como dijo que los dolores de cabeza seguramente permanecerían conmigo por algunos meses, sino es que de por vida, y el jodido equilibrio que no me permitía colocarme en pie sin terminar aterrizando el trasero en el suelo.

Por suerte mis extremidades cada vez me respondían más. Ahora soy capaz de sostener una cuchara sin terminar soltándola en el camino a mi boca. He tenido algunas sesiones de rehabilitación para los músculos que me han ayudado, así que me mantengo positivo. Es solo cuestión de tiempo.

Lali me mira con comprensión y la forma dulce en la que toma mi mano hace que la frustración disminuya. Ha estado conmigo en todo momento, se ha quedado a mi lado gran parte del día aún cuando sé que tiene sus propias ocupaciones.

He querido decirle que no tiene que hacerlo, pero tenerla cerca me hace bien. Sentir su cercanía es lo único que no me hace perder la cabeza.

No verla con claridad fue aterrador, no poder ser capaz de mirar sus rasgos, sus ojos verdes que conseguían darme tanta paz. Considerar que no podría volver a mirarla casi me hizo entrar en pánico.

Fueron dos días en donde solo su voz y cercanía me hacían sentir menos aterrado. Lali cantaba cuando comenzaba a perder la cabeza, y su voz...dios...esa voz tan angelical bastaba para calmar toda sensación de terror en mi sistema.

—Lo siento —me disculpo. Ella sacude la cabeza en una negativa.

—No tienes que disculparte —asegura volteándose para recuperar la bandeja de comida —pero debes comer.

Hago una mueca y ella entorna los ojos hacia mí, dándome una mirada muy similar a la de mi madre.

Esta vez no coloca la bandeja sobre mis piernas, sino que las mantiene sobre las de ellas. Está lo suficientemente cerca así que aprieto los labios intentando contener la sonrisa cuando ella hace el ademán de darme de comer.

—Abre —ordena y hago lo que dice.

Esta vez la gelatina tiene un sabor más dulce, ya no me parece tan desagradable. La puerta se abre y cuando veo a el Chino, Lali está a mitad de camino con la cuchara.

Mi amigo arquea una ceja y nos mira con diversión. Me encojo de hombros antes de abrir la boca otra vez y disfrutar un poco más de la gelatina.

—Me haré al enfermo a ver si Ursula decide darme de comer —dice con una sonrisa. Su mirada deja la burla a un lado cuando me mira y se acerca —¿Cómo estás, amigo?

—Lo llevo bien —admito —tan bien como puedo.

—Empujando la comida y de mal humor —aclara Lali —a eso se refiere.

Esta vez solo me entrega el sándwich de pollo y deja la bandeja a un costado.

—Tan bien como puedo —repito con una sonrisa ladeada —¿qué tal va el equipo?

365 díasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora