CAPÍTULO 26 - POR: Isabella Johnson.

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Salgo del ascensor y me dirijo hacia la salida del hotel, aún voy en estado de shock y avanzo en automático, ni siquiera paso por recepción a retirar mi documento de identificación; lo dejé cuando me prestaron la llave de la habitación, en donde el amor de mi vida estuvo celebrando de manera privada, ¡el cumpleaños de su amiga!

Me voy directo a la calle sin importar que haya comenzado a llover, sé que no podré llegar caminando hasta mi apartamento, pero lo único que quiero es salir de aquí, ¡alejarme de este lugar!, en donde la persona en quien más confiaba, me acaba de romper el corazón y de destrozar mis ilusiones.

¿Qué ocurrió?, ¿cómo fue posible que Alexander me engañara?, ¡y con su amiga!, no puede ser, «siempre creí en los dos», me lamento llorando.

Ya en la calle veo a la gente correr de un lugar para otro, intentando protegerse de la lluvia que cae con mayor intensidad, a mí me da igual, ¡que llueva cuanto quiera!, «¡siquiera fuera cierto que uno puede deshacerse con la lluvia!», ¡así desaparecería de este planeta! Y no tendría que enfrentar esta traición.

Sin embargo, aunque no me haga desaparecer al menos borrará mis lágrimas, a pesar de que no lo haga con mis recuerdos ni con la imagen de Eliana desgreñada y bien follada, nada más y nada menos, ¡que por el amor de mi vida!; y menos que se borrará el profundo dolor que presiona mi pecho, y me hace sentir asfixia.

Camino sin rumbo fijo, ¡nada me importa!, incluso me son indiferentes la bulla de la gente, y las bocinas de los autos al sonar. Aprieto los ojos e intento espantar de mis recuerdos la imagen que se repite una y otra vez, en donde Alexander está poniéndose el bóxer sin lograr ocultar su erección.

Todo fue impactante desde que entré en la habitación, no sé ni cómo fui capaz de dirigirles la palabra, tendría que haberme dado la vuelta y regresarme en cuanto me di cuenta de lo que ocurría. ¡Que los drogaron dijo Alexander!, ¿y por eso se dedicaron a follar?, la habitación olía a sexo, ¡ellos olían a sexo!, habría esperado cualquier cosa menos una traición de ese tipo, y menos que fuera con ella.

Nunca les vi malicia ni indicios que me hiciera sospechar que se tenían algo. Alexander me juró tantas veces que yo era el amor de su vida, ¡y le creí porque él sí es de la mía!, tanto así que le habría confiado mi vida de ser posible.

¡Me siento exhausta!, solo quiero llegar a casa y dormir, dormir tanto como me sea posible y que al despertar, todo haya sido un mal sueño y nada de esta basura haya ocurrido, que Alexander esté conmigo y me consuele por semejante pesadilla, «Por favor», suplico rogando para que así sea.

¡Íbamos a ponerle fecha a la boda!, ¡esto no me puede estar pasando!, «¡no por favor!», continúo caminando en línea recta y doy un paso en falso cuando bajo de la acera a la calzada, ni siquiera me cercioro si es seguro hacerlo, hasta que el ruido de las bocinas de los autos estallan en mis oídos; al tiempo en que una potente luz me alumbra a la cara, y en paralelo se escucha un fuerte chirrido de llantas intentando detenerse. Y la luz que me sorprendió cada vez se me acerca más.

Cierro los ojos y me preparo para sentir el impacto pero no llega, porque unos fuertes brazos me jalan hacia la acera, y me envuelven para que no me golpee cuando caemos.

No tengo la menor idea de quién me libró de ser levantada por el auto que venía directo hacia mí, que aunque logró detenerse en último momento, no lo habría podido hacer sin antes golpearme, ¿estaría muerta en este instante?, ¡a lo mejor no!, pero sí estaría golpeada, y ya no solo en mi orgullo y corazón.

—Gracias —logro decirle antes de perder el conocimiento.

—¿Estás bien?, ¿te hiciste daño? —me pregunta el extraño, al que apenas pude verle el rostro antes de que el sueño me venciera, y se me terminaran cerrando los ojos, En mi sub consiente, a lo lejos escucho a personas que seguramente se han acercado a nosotros, y quieren saber cómo nos encontramos

El extraño que me tiene entre sus brazos, les responde que estamos bien, pero que se alejen, que necesito aire porque de la impresión me he desmayado, y él tiene razón, aunque tuve que haberlo hecho en la habitación, en donde encontré a esos dos que se la estaban pasando de lo lindo. ¿Por qué me citaría Alexander a la habitación en donde estaba pasándosela bien con su amiga?, ¿o habrá sido ella quien me mandó el mensaje?

Saliendo de mi estupor, escucho a un tipo que se acerca a nosotros, y comienza a balbucear que no quería hacerme daño, que fui yo quien tuvo la culpa, ¡y no sé cuántas cosas más, justificándose y queriéndose librar de la culpa!

—Aceleraste de la nada —lo acusa una mujer.

—Yo también te vi muchachito —lo acusa un hombre, que por su voz, creería que es alguien mayor—. ¡Eres un imprudente! —le recrimina con voz molesta, y luego agrega—. ¡Los padres no deberían de dar juguetes peligrosos a sus hijos, si con ellos pueden hacerse daño o causárselo a alguien más!

—Lo siento señor, ¡en verdad lo siento!, solo quería pasar antes de que el semáforo cambiara a rojo —se excusa casi llorando el tipo.

Al hablar de nuevo, me parece conocida la voz del hombre que aún me sostiene entre sus brazos, pero no logro distinguir quién es, ¡a lo mejor lo estoy imaginando!

—Deja de quejarte y asume tu responsabilidad, si no hubiera llegado a tiempo, la habrías matado y ahora mismo estarías por ir a prisión —lo reprende.

El tipo sigue quejándose y pidiendo perdón, pero ya no lo escucho, procuro centrarme en quien me sostiene, ¡se me hace conocido!, pero la luz de la lámpara que tenemos enfrente, la lluvia que no para de caer, y mi mente que no está lúcida en este momento, no me ayudan para nada.

—¿Estás bien?, ¿te hiciste daño en algún lugar? —Me pregunta afligido—. ¿Quieres que te lleve al hospital?

—Estoy bien —le digo, intentando levantarme, pero él impide que lo haga de un solo—. No hace falta un médico —le respondo—. A menos que se dedique a arreglar corazones rotos —agrego lamentándome.

—¿Te duele el corazón?, vamos a urgencias, podría ser grave! —supone.

—No es necesario —le aclaro intentando calmarlo—. El golpe que he recibido no se cura con ningún medicamento que me pueda dar un médico

—Ven, vamos —me pide ayudándome a incorporar hasta que quedo sentada—. Eres Isabella, ¿verdad?, amiga de Benjamín, la novia de Alexander —me pregunta.

La gente comienza a irse cuando me ven bien y consideran que no voy a morir a causa de esto, ¡incluso se va el tipo que por poco me atropella!

—Soy Isabella, pero ya no soy la novia de Alexander —le confieso, y queriendo explicarle agrego—. Acabo de encontrarlo con otra en la cama —me quejo con él, como si pudiera hacer algo al respecto.

En la posición en que estoy ahora lo veo mejor pero sigo sin reconocerlo, a pesar de que él parece conocerme, su barba bien cuidada de varios días me recuerda a alguien pero no identifico a quien; me arrepiento enseguida de haberle contado lo ocurrido con Alexander, ¡podría ser un amigo de él!, y por eso se muestra sorprendido ante mis palabras.

—¿Quieres que le avise a alguien que venga por ti?, a algún familiar —me pregunta—. No es seguro que vayas tú sola por ahí, ¡a lo mejor si hablas con Alexander puedan aclarar las cosas! —sugiere, lo observo como si acabara de decir la peor estupidez y le digo.

—¡No hay nada que aclarar! —término de incorporarme y comienzo a caminar para alejarme de él, pensando en que lo que vi en esa habitación, no requiere de un gran análisis para deducir lo que ocurrió.

—Espera —me pide alcanzándome—. Dejas tu cartera —dice entregándomela—. Si no quieres que le hable a alguien, permíteme llevarte a tu casa, ¿vives lejos?

—No, —le respondo a ambas preguntas—. ¡Puedo ir sola!

Soy consciente de no estar en las mejores condiciones, pero no quiero cerca a nadie que sugiera, que lo que vi puede tener una explicación que me borre el dolor que tengo, además, tampoco lo conozco como para subirme sola con él en un coche, y menos para dejar que me lleve a casa.

El DESTINO Y SUS JUEGOS - TRUCO O CASUALIDADDonde viven las historias. Descúbrelo ahora